28/2/13

Misterio en Zänsburg





Misterio en Zänsburg es un hipertexto por Pablo y Zanas como proyecto final de la asignatura "Escritura no lineal" de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra en el año 2002. Se trata de una aventura hipertextual de misterio del tipo bifurcativo en la que tras leer algunos capítulos que dan información al lector, este ha de ir decidiendo párrafo a párrafo por dónde continúa. Un interface propio de los ordenadores y tecnología de hace 10 años con texto e imágenes combinados. Mantiene in interés de lectura.
 



Plot 28





Plot 28 es una narración transmedia que utiliza el formato Ficción total y que se autodefine en su web como una narrativa expansiva que utiliza las plataformas posibles de difusión online y offline: novelas, documentales, ebooks, blogs, redes sociales, webs temáticas, cómics, videoclips, teatro, fotografía, música; múltiples formatos en los que ninguno de sus contenidos es redundante. Nada se repite, pero todo está relacionado con una historia común.
 
Plot 28 para el Ipad puede descargarse de la Itunes y es una historia de traiciones y venganzas contemporáneas  basada en escritos atribuidos al fallecido periodista Javier Miñana. Además del texto propiamente dicho, la novela navegable, como la autodenominan los autores, permite ampliar el conocimiento sobre los personajes, desarrollar particularmente las tamas que más interesen a cada lector, visionar las pruebas que se mencionan en la historia, instantes de las vidas cruzadas de los protagonistas, podcasts, vídeos, consultar los perfiles de los personajes, redes sociales, conexión a blogs o a webs temáticas. Esta edición para Ipad incluye asimismo los textos de El diario de Laura.

Una obra extensa de 250 páginas y 100 posibles extensiones de lectura.



 




26/2/13

Nouvelles Impressions d’Afrique






Raymond Roussel (1877-1933) fue un singular escritor francés, poco popular en su época pero que influyó de manera notable en movimientos como el surrealismo, los patafísicos, el Oulipo o numeroso escritores y artistas posteriores como Dalí y que justifica que Hermes Salceda le haya llamado “el ilustre desconocido”. Además, fue un pionero en el desarrollo de nuevos métodos de escritura, una ciber-escritura muy anterior a la digitalidad basada en la digresión y la homonimia. Roussel, de familia acomodada y de extravagante personalidad, se vio atraído por la música en su niñez pero, de pronto, a los diecisiete años decidió no volver a componer para volcarse en la escritura. Sin problemas económicos, costeó la publicación de sus propias obras aunque nunca alcanzó el éxito. Tuvieron que pasar décadas hasta que un ensayo sobre su obra realizado en 1963 por Michel Foucault lo devolvió a la luz pública. Entre sus obras, se encuentran Impressions d’Afrique publicado en 1910 y su secuela Nouvelles Impressions d’Afrique, poema de cuatro cantos con 59 dibujos publicado en 1932. La primera fue llevada al teatro por Edmond Rostand.
 
 
Roussel se interesó sobremanera sobre el método de escritura, sobre- por así llamarlo- el algoritmo del escritor, un procedimiento que permitiera desarrollar obras, un sistema para crear historias, mediante pasos establecidos que se complementaran los unos con los otros. Esa pionera cibernética rousseliana –creada décadas antes de la actual era digital- fue mantenida en bastante secreto por el escritor, pero ha tenido una influencia definitiva en el arte contemporáneo. Un procedimiento de escritura basado en la ampliación sucesiva del discurso mediante la digresión, la homonimia, el aprovechamiento de la ambigüedad, los retruécanos, la búsqueda de palabras similares, las combinaciones fonéticas, la concatenación de hechos y anécdotas aparentemente aislados así como de los juegos de palabras. En un texto póstumo, Cómo he escrito algunos de mis libros (traducida al español por Gimferrer y publicado por Siruela), Roussel da claves de cómo construía sus historias. El escritor buscaba dos palabras de similar pronunciación o escritura. Un ejemplo sería la pareja de parónimos billard (billar) y pillard (bandido). Estas palabras se introducían entonces en frases compuestas de palabras idénticas con sentidos diferentes. A partir de estas premisas Roussel creó:
 
1) Les lettres du blanc sur les bandes du vieux billard (las letras de tiza sobre las orlas del viejo billar) y
2) Les lettres du blanc sur les bandes du vieux pillard (las cartas del hombre blanco sobre las hordas del viejo bandido).
 
El último paso era idear una narración que empezara con la primera frase y acabara con la segunda de manera natural. Las dos frases arriba citadas inspiraron, por ejemplo, a Roussel a escribir la novela “Impresiones de África”.
 
Ahora, Inés Laitano ayudada por Philippe Bootz (Laboratoire Paragraphe de la Université Paris) y Hermes Salceda (de la Universidad de Vigo) han tomado Nouvelles Impressions d’Afrique y la han volcado en el medio digital. Es conveniente utilizar Chrome para visualizarla correctamente. El método de ampliaciones sucesivas, de digresiones a medida que avanza el texto, de Roussel se presta perfectamente a aplicarlo en el ordenador. En las siguientes imágenes, por ejemplo, se puede ver el texto original al inicio del primer capítulo en el que las sucesivas puntualizaciones del texto se muestran entre paréntesis, mientras que más abajo se observa cómo estos subtextos van apareciendo a medida que se llega a los enlaces, expandiéndose el texto sobre la misma pantalla.
 



 
 
Hay tres vías de explorar la obra: línea, topográfica e icónica.
 
Una estructura formal que en papel se indica por paréntesis:
 
A--- ( --- (( --- ((( --- ))) --- ((( --- ))) --- ((( --- (((( --- )))) --- (((( --- ((((( --- ))))) --- ((((( --- ))))) --- ((((( --- ))))) --- )))) --- (((( --- )))) --- ))) --- )) --- ) --- ( --- ) ----- B
 
Y que en el ordenador cristaliza como enlaces dentro de enlaces, bucles dentro de bucles.
 
Merece la pena, asimismo, leer el libro Semiotica 2 de Julia Kristeva en donde se analiza con cierto detalle la obra original comentada.







25/2/13

El alquiler





Alquiló la casa cuando se vino a trabajar a la ciudad. Soltero y no muy convencido de que aquel empleo era el de su vida, ni siquiera pensó en poder adquirir una vivienda cuando con su sueldo podía rentar un apartamento con comodidad y mudarse cuando le surgiera una mejor oportunidad. Ahora comprendía que se equivocó al hacerlo. Mientras pulsaba el botón rojo que colgaba al lado de la cama del hospital, rememoró los acontecimientos.
Se había instalado rápido. Sus pertenencias se reducían a dos maletas y un baúl que se había hecho mandar desde el pueblo. La casa estaba amueblada de manera frugal pero suficiente para sus necesidades. La alcoba disponía de una cama amplia, una cómoda y un armario con grandes espejos que daba más luminosidad y espacio a la estancia. La cocina disponía de lo básico, una cocina de gas, un frigorífico y una lavadora automática, máquina que había jurado no utilizar mientras pudiera pagarse la tintorería. El baño, con una ducha, un lavabo de loza  y un inodoro, le era suficiente. Por fin, el saloncito tenía una mesita baja, un mueble para colocar una docena de libros y un sillón junto a una lámpara. Lo mejor, era el amplio ventanal por donde el sol de la mañana penetraba franco y poderoso en los meses de verano. Incluso, colocó tres o cuatro macetas de geranios que, por falta de riego y atención, se le murieron pronto. La renta era baja. Según le dijeron en la agencia llevaba tiempo sin alquilar, no acababa de gustar a ningún potencial inquilino quizá porque sólo disponía de una habitación.
A decir verdad, tampoco paraba mucho por el apartamento. Salía a las siete hacia el trabajo y raro era el día que regresaba antes de las ocho. Pero, con todo, estaba contento y había hecho de aquel piso de soltero su hogar.
Los problemas comenzaron un viernes de otoño. Lo recordaba bien porque había disfrutado de una cena con los compañeros de trabajo, estaba alegre tras la botella de Rioja que se había tomado y llegó a casa junto cuando descargaba una tormenta eléctrica y de lluvia recia. Se despojó de la ropa mojada, se dio una ducha rápida y se metió a la cama con la intención de no levantarse hasta el domingo. No recordaba cuánto durmió pero sí que se despertó sudando y agitado cuando aún estaba muy oscuro. Por encima del tronar de la tormenta que no cesaba escuchó ruidos extraños en el salón. El que un ladrón entrara en un piso que tan pocas propiedades incluía no entraba en sus cálculos. No era de ánimo aguerrido y no tenía ningún arma, ni siquiera un paraguas de punta afilada, para poder defenderse. Se arrebujó entre las mantas confiando en que el intruso nunca entrara en la habitación, temblando de miedo y rezando las cuatro oraciones que conocía. Sus plegarias debieron llegar al destinatario porque, al rato, los pasos cesaron y el silencio volvió a reinar. Incluso, la tormenta amainó. No logró conciliar el sueño nuevamente pero no se atrevió a levantarse hasta ya bien clareado el día. Entonces, asegurándose que no escuchaba ningún sonido, se aventuró en el salón para comprobar que todo parecía en orden, que aparentemente no faltaba nada, hasta en el frigorífico miró por si le habían robado la comida pre-cocinada. Nada, todo estaba intacto al punto de que llegó a pensar que todo debía haber sido un sueño, fruto de la bebida de la noche anterior. Se rio para sí, maldiciendo el reserva del noventa y ocho, cuando se dio cuenta de algo que le hizo temblar. Sobre la mesita de la sala había un ramo de flores. Un ramo discreto, de un par de rosas con siemprevivas blancas. En un movimiento de puro instinto, de ese miedo que a veces a uno le inunda hasta los huesos,  tomó el ramo y lo lanzó por la ventana. No había sido el alcohol ni una pesadilla. Alguien había merodeado por el apartamento para dejar un ramo de flores, un hecho tan inquietante como ridículo.
Dudó si acudir a la comisaría a denunciar el hecho pero pensó que le tomarían por un chiflado, así que desistió de hacerlo. Cuando llegó la noche, cerró con llave por dentro la puerta, se cercioró de que todas las persianas estaban bajadas y las ventanas bien cerradas, colocó un par de sillas junto a la puerta y metió un cuchillo en el cajón de la mesilla. Se acostó con recelo pero la tensión acumulada hizo que se durmiera poco a poco.
Se despertó cuando aún estaba muy oscuro. Se escuchaban ruidos extraños en el salón, idénticos a los de la noche anterior.  Maldijo su fortuna. Que te roben un día es mala suerte, que lo hagan dos días seguidos es ya ir a por uno. Respiró profundamente y sintió el miedo recorriéndole la espalda pero esta vez estaba preparado. Sacó el cuchillo y se levantó procurando no tropezar con nada. Comprendía que la sorpresa era su mejor baza. En el momento justo dio un salto y prendió la luz de la sala. Una figura de mujer, fluida, azulada, casi transparente salía por el ventanal a pesar de que las persianas estaban bien bajadas y un ramito de flores, idéntico al del día anterior, estaba en la mesa. Las sillas bloqueaban la entrada. Las ventanas permanecían cerradas.
Se sentó temblando, muerto de miedo. Él nunca había creído en fantasmas ni en presencias del más allá. Todo era cosa de charlatanes, de locos, de timadores. Y, sin embargo, allá estaban aquellas flores. No sabía qué hacer, a quién dirigirse. No osó volver a la cama, tomó una manta y se abrigó con ella sentado en medio del salón, sin saber qué pensar, sospechando que se había vuelto medio loco o loco completo.
Por la mañana se percató de que llevaba más de un día sin comer y picó de una ensalada de hongos que había comprado en el súper, uno de esos platos precocinados que venden por cuatro euros. No le gustó, tenían un sabor rancio y apenas probó bocado. Pasó el día vagando de aquí para allá, sin atreverse a salir de la vivienda por temor de que al regresar se encontrara con más fantasmas o más alucinaciones. Por matar el rato, prendió la televisión en el justo momento en que daban las noticias de la noche. Se le iluminó el rostro y se echó a reír de forma alocada. La locutora estaba informando que habían sido detectados platos preparados contaminados con ciertos hongos alucinógenos y que las autoridades de Sanidad habían abierto una investigación. Cierto que hablaban de unos súper en Canarias, a miles de kilómetros, pero debía ser eso. Iría al médico el mismo lunes y le curarían.
La noche del domingo se acostó tarde y durmió pocas horas hasta que los mismos ruidos que las noches anteriores le despertaron. Esta vez no se molestó en levantarse, sabía el motivo, necesitaba cuando menos un lavado de estómago. Tampoco vio hasta la mañana que un nuevo ramito de rosas adornaba la salita.
-        Sí, hemos oído del asunto pero aquí no se ha dado ningún caso. Sería usted el primero- le dijo el médico, un tipo regordete y con gafas que le miraba con media sonrisa.
-        Le juro que lo he pasado mal, todo parece tan real.
-       No se preocupe, así son este tipo de intoxicaciones. Seguramente ya se le habrán pasado los efectos de forma natural pero por si acaso le ingresaremos ahora, le haremos un par de pruebas y, aunque no es agradable, le sugiero que nos permita hacerle un lavado de estómago. Por su seguridad, ya sabe. Para el mediodía estará usted en la calle.
-        Por supuesto, cualquier cosa menos volver a esa pesadilla- afirmó convencido.
Una hora después le hicieron un análisis de sangre- todo perfecto, dijo el galeno- y hacia las once le amodorraron para que no sintiera el tubito que le metieron por la garganta.
Despertó sediento, solo en la habitación. Necesitaba beber algo y pulsó el timbre rojo para que viniera la enfermera. Se llamó imbécil por no tener una vida más ordenada, comiendo platos sanos, ensaladas o fruta, quizá un pescado a la plancha, no esa mierda de precocinados envenenados. Pondría una denuncia en el cuartelillo al salir del hospital. Mientras esperaba que la enfermera llegara vio el informe en su mesilla.
-        Contenido estomacal normal. El análisis no detecta ninguna sustancia extraña- concluía el texto.
Volvió a pulsar el timbre y la puerta se abrió. Una figura tenue, azulada, de mujer hermosa entro casi levitando en la habitación y depositó un ramito de rosas en la mesilla. Le sonrío y, mientras salía ingrávida, musitó:
-        Te voy a cuidar siempre.

 

 

 

First draft of revolution





First draft of revolution de Emily Short es un interesante trabajo digital interactivo, a medio camino entre el juego y la literatura, una historia de ficción interactiva, en el que a través de un conjunto de cartas con enlaces se va narrando la historia de un matrimonio en la época turbulenta de la revolución francesa. El diseño está sumamente cuidado, diseñado con elegancia y profesionalidad, con calidad. En su versión en formato ePub la interacción es suave y a medida que el lector activa los enlaces, las diferentes páginas van apareciendo con fundidos bien programados y elegidos. La acción del lector modifica las frases de modo que se lee la historia desde varios puntos de vista.
 
Muy recomendable.
 
 
 
Short es autora de otras interesantes obras de ficción interactiva como, por ejemplo, Bronze.
 
 
 
 

24/2/13

Encuesta: es usted un inconsciente?




 
Encuesta: es usted un inconsciente? de Benjamín Escalonilla es un trabajo digital programado en Flash en el que se realiza una encuesta al lector con textos de variadas tipografías sobre fondos animados esquemáticos, tipo grafitti, y con acompañamiento de una obra para piano de John Cage. Un juego en el que se interroga al usuario sobre el mundo en un test de personalidad sencillo y algo surrealista. La interactividad se limita a elegir la respuesta deseada.
 
 
 
 

22/2/13

Y por eso rompimos




Y por eso rompimos de Daniel Handler, con ilustraciones de Maira Kalman, es una novela romántica que aparecerá en papel el próximo día 3 de abril pero que, mientras tanto, se edita en formato electrónico por capítulos al precio de 0,99 € por entrega. Son ocho partes que aparecen a la venta cada viernes desde el pasado 14 de febrero.
 
La primera de las entregas es gratis.




21/2/13

El Vosque



 
El Vosque de Sergio Morán y Alicia Güemes es un webcomic interactivo, una historia fantástica, algo surrealista en ocasiones, poblada por personajes extraños e ilustrada con dibujos casi monocromáticos, sepias, pero de gran atractivo estético. Es precisamente en la imagen dónde, a pesar de su simplicidad, este trabajo obtiene sus mejores valores, más que en el texto y desarrollo de la historia.
 
Este cómic es muy interactivo ya que, aparte de la propia narracción en viñetas en la que sólo puede caminarse hacia adelante o hacia atrás, dispone de muchas otras opciones. Así, el lector puede registrarse, enviar comentarios, conversar con otros usuarios, etc. Existen apartados sobre cómo se generó la historia y otras secciona popias de un blog, una bitácora que envuelve al propio cómic.
 
 
 





20/2/13

The Fifty Year Sword




The Fifty Year Sword de Mark Z. Danielewski fue un libro especial del que se publicaron menos de un millar de ejemplares numerados y que estaba maquetado con la misma especial creatividad que House of leaves, una estructura fragmentada con un texto quebrado, en diversas topografías y diversos colores para indicar qué personaje habla. Una historia de fantasmas y fantasía para adultos con una espada cuyas heridas sólo aparecen cuando la víctima cumple sus 50 años.
 
Aparece ahora la versión enriquecida de la misma obra si es que puede enriquecerse un libro tan especial como el de Danielewski, para la plataforma Apple.
 
Esta versión contiene una banda sonora (con una importante presencia del pianista Christopher O'Riley) y animaciones. Estos elementos adicionales están bastante bien elegidos para que realcen el de ya por sí especial diseño del libro en papel. En una entrevista, el autor indicaba que su deseo era poner la técnica al servicio de la idea artística, no al revés: to imagine first and then — and only then — turn to technology to realize it. And that’s pretty much how I still work. I’m not about to spend this sliver of life keeping up with technology. Let’s all do technology a favor and make it keep up with us.
 
 
 
 
 

19/2/13

Qué fotografiar






No quisiste acercarte al mar y te quedaste arriba, en la plazoleta, junto a muchos otros curiosos. Encendiste un cigarrillo mientras yo me llegué hasta el malecón para tomar fotografías de las olas con otro par de valientes o de temerarios alocados. Una borrasca en el Atlántico, la marea alta y la gravedad de la luna llena prometían una mar brava, masculina, vigorosa. El mar estallaba contra las grandes rocas y el anochecer se iluminaba con miríadas de burbujitas que centelleaban a la luz de las farolas del paseo. El Cantábrico se derramaba sobre el río y colmaba los arcos de los puentes en ráfagas poderosas de océano. Algunos aplaudían cuando el agua saltaba hacia lo alto, los niños gritaban, otros corrían pensando que les alcanzaría en un instante una tromba húmeda y furiosa, algunos – expertos por un día- calculaban la llegada de la siguiente ola enorme. Una imagen excepcional, espléndida, ideal para tomar fotos, para recordarlo siempre. Estaba yo intentando plasmar la instantánea definitiva cuando volví la vista hacia donde tú estabas. Te vi entonces. Me sonreías y, de pronto, olvidé el mar, la noche, la naturaleza brava. Sentí la necesidad de fotografiarte a ti.
 

 


Nuestras noches






Yo pienso que deberían estudiar nuestras noches. No sé si hacen falta sensores electrónicos o druidas o científicos avezados en detectar energías sutiles. Pero, algo hay cuando cenamos juntos en casa, en nuestra casa, un embrujo hechizante, un romance irresistible que me envuelve y me aísla de toda preocupación, de toda ansiedad, de cualquier inquietud.
Y eso que no hacemos nada especial ni la cena es sofisticada. El otro día, por ejemplo, compartimos dos pechugas de pollo con patatas fritas y un vino blanco. Los únicos adornos eran la llama que titilaba en una vela con aromas de vainilla y el tic-tac del reloj de pared. Era muy tarde pero no importaba. Se nos alargó la sobremesa, tú en camisón, yo en el cielo. Sólo charlábamos, me contabas cosas, fumabas un cigarrillo despacio, disfrutándolo, yo acariciaba tu pierna cautivo de tu piel. Y, por encima de todas las cosas, del mundo, del universo completo, la expresión de tu rostro, tu sonrisa, tu belleza infinita, tus ojos enredados en los míos. Hay algunos momentos en que sé que tu expresión es especial y sólo para mí, un gesto, una quimera, que son sólo para mí. Me haces sentir especial, un elegido, un privilegiado, me haces sentir que sé qué hago en el mundo, a qué he venido, a tenerte.
De tanto en cuanto, me sonreías, te inclinabas hacia mí y me besabas tras mirarme con tanta dulzura, con esa sonrisa que Dios a veces pone en tu boca, que no pude imaginar una vida en la que no estuvieras tú dirigiendo mi nave. Es el viaje contigo lo que me es precioso, la colección de instantes que me regalas, mis recuerdos llenos de ti, tu silueta ansiada vibrando a la luz de la vela. A dónde vamos, no me importa.


La expectativa nunca alcanzada






Conoció a Janet un lunes de primavera, en el café Chelsea’s, justo en la esquina de la Wabash con la Delaware. Ya se sabe, puro azar, como siempre suceden los encuentros que han de marcar una vida. Paul estaba soltero y su frigorífico era un erial helado semejante a los páramos de nieve en las más recónditas llanuras de Alaska de modo que, cada mañana antes de dirigirse a su trabajo en el First National Bank, paraba a tomarse un café con unos huevos revueltos. Por cinco dólares, Chelsea’s ofrecía el desayuno, la lectura de un par de periódicos, una atmósfera relajada y acogedora y el aroma a vainilla que caracterizaba al establecimiento.
Juraría que no la había visto nunca anteriormente pero aquella mañana fue la única imagen que pudo mirar, la que recabó toda su atención de manera tan involuntaria como inevitable. Se había sentado dos mesas más allá y había abierto su pequeño ordenador sobre la mesa, donde compartía sitio con un zumo de naranja y unas tostadas con mermelada.
Janet era una mujer menuda, delgada, incluso en demasía, de pechos breves y figura sensual, melena corta y ojos claros. Le calculó unos cinco o seis años menos que él. Aparentemente, estaba enfrascada con alguna tarea que le hacía teclear frenéticamente sobre su laptop mientras el capuccino se enfriaba sobre la mesa. Él fingió leer la sección internacional del New York Times mientras la miraba de reojo, atento a todo lo que ella hiciera. Aquel primer encuentro, del que ella siempre fue ignorante, duró hasta las nueve menos diez, cinco minutos antes de que tuviera que salir casi corriendo para no perder el autobús de la línea siete. Paul era un tipo maduro, aficionado a la lectura y a la música, esporádico espectador de los Yankees, volcado en un trabajo que nunca le había satisfecho, simpático cuando se lo proponía y los suficientemente leído como para mantener una conversación amena e inteligente.
Durante toda la semana, se repitió la escena hasta que el viernes, cuando él continuaba fingiendo leer el diario, esta vez en la columna de deportes, vio que Janet se levantaba y, decidida, se dirigía a él:
-        Si me vas a espiar con tan poco disimulo, será mejor que te presentes, ¿no?
Paul quiso volverse transparente o que un haz de energía como los de la serie de Star Trek a la que era muy aficionado le trasladara de manera inmediata a otro planeta. Pero la realidad era que ella estaba allí delante, en pie, sonriente, con la mano extendida en son de paz, hermosa y decidida.
-        Soy Janet- dijo, mientras la poca cordura que aún funcionaba en la cabeza de Paul intentaba restablecer el orden del mundo.
-        Soy Paul- contestó, consciente de que su cara estaba cubierta de rubor y su pulso acelerado.
Lo embarazoso duró sólo unos minutos más. Él se trasladó a la mesa de ella y ordenó otro café. Pronto, charlaban animadamente y descubrieron que compartían aficiones- la música clásica, la serie The Big Bang Theory, el cine policiaco y los paseos por North Lake Shore-, así que la conversación fluyó animada y sencilla. Ella le dijo que estaba casada, madre de un hijo adolescente que estudiaba en Nueva York, que trabajaba de administrativa en una gestoría al oeste, casi en Aurora, que en sus ratos libres tomaba clases de canto con una vieja y excéntrica profesora rusa que aseguraba haber cantado en la Scala. A las nueve, muy tarde ya para coger el autobús, pero eso no le importaba, se despidieron hasta el día siguiente.
Pasaron muchos desayunos en los que Paul se fue ilusionando con algo en lo que no se atrevía a pensar siquiera. No era un hombre inexperto en el amor pero un par de heridas profundas y duraderas le habían hecho ser receloso ante la posibilidad de volver a dormir acompañado. Además, ella estaba casada.
Sin embargo, a pesar de sus miedos, Janet le atraía en demasía. Quizá fuera sólo un impulso sexual o pura admiración por una mujer bella, pero lo cierto es que le costaba apartársela de la cabeza. El caso es que ella parecía únicamente atraída por su conversación, por sus gracias manidas, chistes viejos que Janet parecía no conocer como si acabara de llegar al mundo, y por la atención que le prestaba cuando le contaba de sus problemas en el trabajo o de su poco excitante vida.
Un viernes por la tarde, ya en verano, ella le propuso alquilar un cochecito a pedales para dar un paseo a la orilla del lago.
-        Iremos hasta Montrose Point - dijo ella entusiasmada- a ver los pájaros y escuchar su canto. A él, pensando en la rodilla que se había lesionado años atrás jugando al fútbol, le pareció un trayecto larguísimo pero sonrió y aceptó con ganas.
El sol, al encontrar las aguas del Michigan, se rompía en una miríada de destellos y reflejos que pululaban libres coloreando el tranquilo oleaje que moría en las arenas de la orilla. Dejaron atrás el skyline del centro y pedalearon despacio serpenteando por el camino que bordeaba el lago. Compartían una coca cola con dos pajitas, un perrito que compraron a medio trayecto a un vendedor ambulante y muchas risas. Él se preguntaba por qué aquel rostro era tan hermoso, por qué le miraba con aquellos ojos tiernos, qué coño podría ver en él.
-        ¿Eres feliz? – musitó él.
-        Hay que saber disfrutar de la vida- contestó ella-, de este cielo azul, de aquel colimbo que vuela bajo, del momento.
-        Sabes a qué me refiero- Paul bajó la vista sin atreverse a mirarla.
-        No. - contestó sin más explicaciones, tras una larga pausa.
-        ¿Y quieres otra vida?- preguntó tras otra pausa aún más larga.
-        No, no podría.
-        ¿Entonces?
-        Esto es suficiente.
Se sentaron en una pequeña colina del parque, junto a una cabaña que servía de mirador para ocultarse cuando se quería observar y fotografiar a las aves. Se había levantado brisa y el lago se revolvía inquieto entre ondulaciones bordadas con espuma blanca. Ya no hablaban, sólo miraban al horizonte sobre el que la esfera rojiza del sol comenzaba a inclinarse. Aunque no se lo dijeron, ambos pensaron que sería bonito volver a empezar, compartir más atardeceres, construir un camino común.
Luego, cuando ya la luz del día menguaba, se miraron durante largo rato confundidos por los juegos que a veces urde la vida. Regresaron ya muy tarde a la estación de coches y el encargado les echó una buena reprimenda por devolver el triciclo tan tarde. Janet tomó el metro en la Hancock pero Paul caminó hasta la Madison. Necesitaba pensar, que la noche le refrescara la turbación que sentía. Al llegar a casa, tenía un correo electrónico de ella dándole las gracias por el día y él no consiguió dormir.
El lunes se encontraron, como cada mañana en los últimos meses, en el Chelsea’s y actuaron como si no hubieran estado en Montrose Point, volvieron a hablar del trabajo y del imbécil de su jefe, de la crisis económica, de lo pesada que se presentaba la semana y de las agujetas que el largo pedaleo del viernes les había provocado a ambos.
Él pasó una semana inquieto, dudando entre cruzar el Rubicón o no hacerlo. Cada mañana, en el desayuno, se miraban y charlaban en una rutina estudiada y tranquilizadora.
Por fin, el domingo se le hizo la luz. Fue casi al anochecer, tras haber cenado brevemente. Se había sentado en su sillón favorito, bajo la luz atemperada de la pequeña lámpara, con una copa de brandy en la mano y la cavatina del cuarteto trece en el estéreo. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que sentía. Lo que le atraía, lo que le hacía sentir un pálpito extraño no era Janet sino la ilusión de enamorarse.
No podía correr el riesgo de destruir ese sueño dando un paso más. Lo hermoso estaba a este lado del Rubicón, en la orilla de la expectativa nunca alcanzada. Durmió tranquilo aquella noche.
 
 
 
 

18/2/13

In This Timeless Time





In This Timeless Time de Bruce Jackson y  Diane Cristian es la versión enriquecida del libro del mismo título sobre la vida en los corredores de la muerte de varias prisiones norteamericanas y sobre las arbitrariedades judiciales que condenan a inocentes. Está dividido en tres partes. En la primera, casi un centenar de fotografías muestran la vida de una cárcel, en la segunda se analiza la vida de los prisioneros que pueblan los corredores de la muerte mientras que, en la tercera, se profundiza en las implicaciones morales de la pena de muerte.
 
La versión enriquecida contiene el documental Death Row rodado por Bruce Jackson en 1979.



17/2/13

What we will





What we will de Giles Perring, James Waite, John Cayley y Douglas Cape dirigiendo a un amplio elenco de actores y artistas, es un interesante y bien realizado relato digital, un hipertexto visual que combina vídeo, panorámicas, fotografías, sonido y textos para mostrarnos la vida de un emigrante en Londres mediante retazos embebidos en lugares y situaciones. Una historia de soledades y desarraigo, atractiva.
 
Un trabajo muy visual en el que lector interactua con el mismo mediante un reloj que le permite elegir los sucesos que ocurren a ciertas horas. Los vídeos están realiados en QuickTime VR y puede interaccionarse con ellos, disparando lecturas o nuevos enlaces escondidos, algunos directamente realistas, otros mucho más simbólicos.
 
Para uno de sus autores, Cayley, se trata de drama interactivo ya que se parece más al teatro que a la novela (puesto que la mayoría de la historia de desarrolla en términos visuales y auditivos) y porque es el usuario el que elige cómo se desenvuelve.
 
 


16/2/13

Xylo





Xylo de Peter Howard es un poema animado que carece de interactividad pero cuyo movimiento es constante. Las palabras van apareciendo en pantalla en diferentes tipografías y colores formando, eventualmente, estrofas poéticas. Sobre el lienzo de textos se desplaza una mira de disparo que no es manejable por el usuario y que parece buscar por sí misma el verso más adecuado. Puede sugerirse, eso sí, que la mira interactúa con el lector, que le guía, porque instintivamente, el ojo va hacia su posición leyéndose la palabra que está cercana al lugar.
 
Se complementa con una banda sonora. Programado en Flash.


15/2/13

The Bedford Hours





The Bedford Hours presenta la digitalización de un libro de horas, un libro de oraciones medieval de la primera mitad del siglo XIV, manuscrito en París. Recibe su nombre de unos de sus primeros propietarios, el duque de Bedford.
 
Un volumen con extraordinarias imágenes que se han digitalizado, en esta edición enriquecida, con gran detalle y calidad. El enriquecimiento viene de contenidos en vídeo y audio que comentan algunos de los detalles y características de ciertas páginas seleccionadas. Puede comprarse para la plataforma Apple.

14/2/13

Trocknet nicht



 
 
 
Wonne der Wehmut

Trocknet nicht, trocknet nicht,
Traenen der ewigen Liebe!
Trocknet nicht!
Ach! nur dem halbgetrockneten Auge,
wie oede, wie tot die Welt ihm erscheint!

Trocknet nicht, trocknet nicht,
Traenen ungluecklicher Liebe!
Trocknet nicht!
 
 
No os sequéis, no os sequéis,
lágrimas del amor eterno!
No os sequéis.
ay! si sólo mis ojos se secan a medias
cuán yermo y muerto me parecerá el mundo!

No os sequéis, no os sequéis,
lágrimas de infeliz amor!
No os sequéis.




(Poema de Goethe. Canción de Beethoven)







13/2/13

Spellchecker poems





Ya en el pasado, reseñamos algunos de los trabajos de Jörg Piringer, artista que experimenta con la palabra hablada, generando y sintetizando textos. En esta ocasión, se trata de un generador de palabras similares a partir de un diccionario que luego se vocalizan por un sintetizador para lograr un efecto cacofónico curioso. Se forman primero 15 palabras que suenen similar y para cada una de ellas se buscan otras 15 de modo que al final se obtiene una larga hilera de sonidos casi idénticos. No es "poesía" como el autor proclama pero resulta de cierto interés y hay hallazgos sonoros curiosos.

12/2/13

Chopsticks




 
Chopsticks es un libro enriquecido interactivo, publicado por Penguin para la plataforma Ipad, una historia adolescente que se narra en base a fragmentos escritos en objetos que el lector va encontrando: cartas, periódicos, fotografías, canciones, etc. elementos a partir de los cuales el lector ha de reconstruir los hechos (una técnica usada por mí mismo hace algunos años en El postrero deseo de Eugenia Vilasans). Añade también enlaces a otros lugares de la red, conversión de idiomas (español e inglés), vídeos y elementos ocultos.

10/2/13

¿Son los libros enriquecidos, enriquecidos?







Los libros enriquecidos son aquellos en los que el texto se complementa con otros materiales adicionales – vídeo, imágenes, sonidos, etc.- que aportan valor a lo que se está leyendo.
No es un concepto nuevo ya que ha estado presente desde el inicio del libro. De hecho, las notas a pie de página o las bibliografías anexas pueden considerarse enriquecimientos. La gran diferencia actual está en que la tecnología digital permite añadir mucha más información y en un soporte casi único.
En la década de los años ochenta se hicieron populares los libros enriquecidos que se basaban en el uso del floppy primero y del CDROM después. Toda la información podía estar grabada en el soporte digital o bien, y más normal en aquella época, se vendía un libro convencional junto a varios CDs complementarios.
En la actualidad, se tiende a que toda la documentación y contenidos estén incluidos en una única aplicación que bien puede residir en la nube o descargarse. También, hoy en día, pueden añadirse contenidos dinámicos mediante enlaces a otros websites aunque esta técnica tiene dos importantes dificultades. Primera, que aparecen importantes restricciones de propiedad intelectual y, segunda, que esos contenidos enlazados pueden desaparecer en cualquier momento con lo que el libro enriquecido vendido queda, de pronto, amputado.
La técnica de enriquecimiento ha sido y es de gran utilidad en libros infantiles (para llamar la atención de los chiquillos), técnicos o científicos, enciclopedias o tesauros. En efecto, el hecho es que al estudiar una materia (digamos, la estructura atómica de los sólidos, las guerras de las Galias o las características fundamentales de la pintura barroca en España) es muy útil poder visualizar vídeos, ver gráficos, imágenes, escuchar entrevistas, ver mapas, simulaciones 3D, etc. Todo ello ayuda a comprender y a profundizar en los conocimientos. Igualmente, un ensayo político o filosófico mejora si podemos acceder instantáneamente a documentación original, comentarios de otros autores, análisis comparados, etc. No es extraño, por tanto, que en el siglo pasado las primeras obras realizadas fueran trabajos como la Enciclopedia Encarta. Aquellos intentos de hace treinta años fracasaron y las enciclopedias enriquecidas con CDs desaparecieron, lo que contrasta enormemente con el éxito de la Wikipedia. La diferencia, a mi entender, no está en el concepto sino en la accesibilidad y la capacidad de actualización. El CD era fijo y algo lento en la búsqueda de información. En la red, la Wiki se actualiza constantemente y los saltos de un sitio a otro son más ágiles, aun cuando estas ventajas sean también desventajas: la potencial falta de rigor en la información (algo que para la Wiki puede no ser importante pero que lo sería para una enciclopedia más seria y profesional) y la ya citada ruptura de enlaces que hace que se pierda información aleatoriamente.
Más complicado, sin embargo, es encontrar el encaje del enriquecimiento en el libro literario de ficción. Y, en este campo, hay tres áreas a considerar:
a)     ¿El libro enriquecido es realmente enriquecido? ¿Supone un paradigma nuevo?
b)     ¿Leyendo literatura, el enriquecimiento es positivo o coarta la imaginación hasta convertirse en una rémora?
c)      ¿Es lícito destruir el escenario y el argumento que el escritor ha buscado con ahínco permitiendo al lector leer de cualquier manera?
 
¿El libro enriquecido es realmente enriquecido? ¿Supone un paradigma nuevo?
Respecto al primer punto, definitivamente los libros enriquecidos actuales no suponen ningún cambio de paradigma ni han empezado siquiera a explorar lo que realmente debiera ser el enriquecimiento. Los contenidos adicionales actualmente son similares a los pies de nota (sólo que en vez de leer un comentario o referenciarnos a otro libro o una película que está en alguna estantería, saltamos directamente a la información) o a los “extras” que vienen con casi todos los DVDs. Son contenidos que, en muchísimas ocasiones, están “pasted” para llenar, para ocupar espacio, para cobrar un mayor precio. Ciertamente, todo es interesante y pueden ser atractivos eventualmente pero no están embebidos en la historia, no son parte constituyente de la historia.
Por ejemplo, si tomamos una novela, mucho del enriquecimiento es algo ajeno a la propia trama: que si una entrevista con el autor, que si comentarios de críticos, juegos basados en algún hecho de la narración, capítulos adicionales no publicados (¿eran malos?, ¿el autor no quiso introducirlos?) y ahora encajados a la fuerza, imágenes del “making off”, trailers promocionales, biografías breves de los escritores, vídeos de películas basadas en la novela, información de la editorial, sonidos que acompañan ciertas páginas para que el lector escuche los disparos de las trincheras (estoy seguro que cualquier lector se los imagina sin tener que oírlos y,  seguramente, de mejor manera), etc. Y, para colmo de males, la publicidad que algunos incorporan. Algunos de estos libros enriquecidos llegan a ocupar varios gigabytes. Una agonía de lentitud de descarga y, además, llenamos la memoria de la tableta con veinte libros. No es de extrañar que se anuncie que Apple quiere lanzar un Ipad con 128 gigas próximamente (a alto precio, imagino). Una retahíla de documentación que no aporta nada a lo que la novela cuenta y que, además, genera un problema de uso.
El verdadero enriquecimiento debe integrarse de forma natural en la historia, en la trama. No debe ser nunca un “copiar y pegar” para rellenar, debe ser un componente de información que sea fundamental en el desarrollo de la historia, debe ser parte nata de la narración, una información sin la cual la novela queda coja, incompleta, algo que debe verse, escucharse o leerse sí o sí, nunca un “extra”. Por así decirlo, los contenidos adicionales de un libro enriquecido deben ser como el motor, las ruedas o el volante de un automóvil. Sin ellos, no funciona. Pero ahora son como el lector MP3, el techo solar o el DVD colgado de los asientos traseros. Los quitas y no pasa nada.
Parte del problema reside en la propia aproximación al libro enriquecido. No hay autores que creen libros enriquecidos. Las editoriales toman una novela convencional, a poder ser un best-seller y le añaden contenidos para que parezca un producto nuevo. No lo es, sigue siendo la misma novela y dado que esta información no estaba en la mente del escritor ni la historia la requería, se aprecia como “pegote”.
Lo que necesitamos son autores que conciban, ya desde su génesis, una historia enriquecida, una aventura que obligatoriamente precise del enriquecimiento para desarrollarse, para imaginarse, para disfrutarse. En definitiva, tenemos una herramienta que yo considero poderosa pero no artesanos que sepan utilizarla. De hecho, creo que los artesanos ni siquiera se la plantean. No es ya una cuestión técnica de que aún no sabe utilizarse bien, es que ni se siente la necesidad de hacerlo. Los escritores no tienen esa necesidad, los lectores posiblemente tampoco. Hoy en día, el enriquecimiento es más una táctica comercial que una necesidad artística.
Y, sin embargo, el potencial está ahí y es enorme. Sólo falta que aparezcan autores que podríamos llamar “nativos enriquecidos” (parafraseando a la ya célebre denominación de “nativos digitales”.
 
¿Leyendo literatura, el enriquecimiento es positivo o coarta la imaginación hasta convertirse en una rémora?
Respecto a este segundo punto, el debate está muy vivo.
Por un lado, están los que defienden que si los contenidos adicionales ayudan a que se vendan más libros y se lea más, aunque sean textos más breves, si promueve el  que personas que no comprarían un libro ahora lo harán porque hay imágenes y son más ligeros y entretenidos, bienvenido sea el enriquecimiento.
Por otro, están los que defienden que los elementos añadidos sólo suponen una distracción que está creando lectores incapaces de leer con atención un texto de más de veinte líneas y que coarta de manera radical la capacidad del lector de imaginar lo que sucede en la obra. Del mismo modo que muchas películas arruinan una buena novela (y el caso de “La Historia Interminable” es un ejemplo atroz de cómo destrozar una historia y que pase de ser interminable a ser insufrible), los enriquecimientos obligan a todos los lectores a ver la historia, a imaginarla, a sentirla de una misma manera, la que se ve, cuando antes era la que cada uno se imaginaba.
Pero es que, además, ¿son las distracciones compatibles con la literatura? La maraña de ventanas emergentes, informaciones que poco tienen que ver con la trama, la infinitud de enlaces que nos llevan a lugares ajenos a lo que leíamos, las llamadas de los amigos conectados en red social, etc. ¿ayudan a la literatura? ¿Hacen la experiencia de la lectura más rica? Y no digo la experiencia sin adjetivos (toda experiencia puede ser enriquecedora, hasta la más desagradable o dolorosa) sino la experiencia literaria.
 
¿Es lícito destruir el escenario y el argumento que el escritor ha buscado con ahínco permitiendo al lector leer de cualquier manera?
Un poema, una novela, una obra de teatro son trabajos que, en general,  el autor ha creado de una determinada forma. Ha imaginado un mundo, ha elegido una forma de contarlo, ha preferido focalizar el punto de vista en este o aquel personaje, ha determinado las elipsis que desea, lo que quiere y no quiere expresar. El escritor labra lo que quiere transmitir con una tarea precisa, determinada, paciente y larga en el tiempo. El escritor elige, para bien o para mal, una linealidad temporal (y si hay saltos, estos están determinados). Ciertamente, hay obras ya pensadas desde su origen para ser flexibles pero estas son una mínima parte de las existentes en literatura e, incluso estas, presentan una flexibilidad finita (y, normalmente, poco finita).
Tras este duro y preciso trabajo de escritura, ¿es lícito que ahora añadamos decenas de posibilidades no pensadas en origen para que el lector salte aquí y allá, del vídeo al audio, y de una fotografía a un trailer? ¿Es lícito destruir el objetivo y la voluntad del escritor, que se pierda el hilo que con tanto esfuerzo ha tejido el autor? ¿Aporta algo a la idea que el escritor quería transmitir? Probablemente, no.
Porque aquí debe señalarse que el acto de leer es un acto de pareja. El lector no está solo, no lee solo, no hace lo que le viene en gana. En realidad, hay otra persona, ausente, el escritor, que le está contando una historia, que se la está relatando con una intención, la cual, finalmente, podrá ser exitosa o fracasada pero que es el objeto de narrar esa historia, de engarzar las metáforas de ese poema.
En un momento determinado, el escritor puede haber buscado hacer sentir un profundo sentimiento de tristeza al lector. Pero he aquí que se dispara un vídeo en el que se ve al autor charlando con su entrevistador ante dos cafés con croissant. Poca tristeza nos va a quedar. En una obra podemos estar angustiados por el soldado que trata de correr en la tierra de nadie entre trincheras y he aquí que escuchamos el jadeo de un hombre corriendo pero que parece mucho más el de la maratón de San Silvestre que el que yo imagino en una guerra. No lo olvidemos, la literatura juega con lo que “yo” tengo en mi mente, interpreto lo que leo según mi experiencia. E, incluso, si la información enriquecida es compatible con mi experiencia, ¿a qué atiendo? ¿al texto que estaba creando el clímax buscado por el escritor? ¿al enlace propuesto con lo que destruyo el clímax? ¿El contenido enriquecido hace que nos sumerjamos más en la experiencia de leer?
Igualmente, ¿es lícito desmontar el hilo argumental? ¿se obtiene el mismo resultado? Evidentemente no. Ya hemos hablado en este blog en repetidas ocasiones de la necesidad de que exista un camino atractivo, un appealing path. No sólo eso: el autor espera que se siga “su” path, “su” camino, el que crea la complicidad entre escritor, lector y obra.
 
Conclusiones
La posibilidad de enriquecer libros con contenidos adicionales en el momento actual es muy atractiva. Sin duda, además, la técnica va a evolucionar y cabe prever que será posible añadir elementos hoy apenas vislumbrados (hologramas 3D, imágenes que nos rodeen, charlar con los personajes atendiendo al contenido semántico, etc.).
Pero necesitamos olvidar el “copiar y pegar”, el “engordar” el libro para que parezca que tiene más de lo que tiene. No es extraño que, como indica Andrew Rhomberg, every enhanced e-book start-up either bankrupt, struggling or has pivoted to something else   o que por qué  are most big publishers losing money on enhanced e-books. Este columnista hace además dos buenas preguntas, una at what point is it no longer a book, but a game or video with some text y otra si realmente alguien se ha preocupado en saber si los lectores usan el contenido enriquecido actual y cómo lo usan.
El contenido enriquecido no debe ser un instrumento que permita al lector saltar de aquí y allá, “dejarle libre”, fomentar la no linealidad, menospreciar la atención.
Al contrario, debe ser una herramienta que se inscriba íntimamente en la historia, que las informaciones anexas sean indisolubles de la principal, que si faltan sea como si se amputara la obra, como si se arrancaran páginas, que hagan que nos introduzcamos más en la historia, que "encierren" al lector una historia que le arrebate. En definitiva, cuando los libros sean realmente enriquecidos no los llamaremos así porque no percibiremos ningún contenido extra. No habrá libros enriquecidos, habrá libros.