31/10/13

Emily Dickinson Archive





Se ha inaugurado el Emily Dickinson Archive, un portal dedicado a recompilar y mostrar los manuscritos e información varia (transcripciones, anotaciones, recursos para estudiar su obra) de la poetisa Emily Dickinson. Hasta ahora, los originales de Dickinson se hallaban dispersos a lo largo de muchas instituciones de modo que era complicado para los estudiosos realizar su trabajo. En el nuevo portal se reúnen documentos de la Harvard University, el Amherst College, la Boston Public Library y otras varias instituciones, unificando en una única base de datos digital toda la información disponible. Por supuesto, el nuevo sitio dispone de un potente buscador para poder navegar a través del mundo de Dickinson.
 
Emily Dickinson murió en 1886 con sólo 10 poemas publicados pero con una gran cantidad de obras a medio acabar, notas manuscritas, fragmentos y frases escritas en todo tipo de soportes, desde sobres a envoltorios pasando por periódicos, billetes de tranvía y anuncios impresos. Todo ese material fue cedido en 1950 por los familiares y herederos de la escritora a diversas instituciones.
 
El escaneado de los documentos es en alta definición aunque en ocasiones la posibilidad de mayores ampliaciones sería bienvenida.
 
El proyecto ha sido financiado por la Universidad de Harvard y ha requerido dos años de planificación y trabajo. En una primera fase se ha digitalizado sólo lo referente a los poemas incluidos en la obra de W. Franklin, The Poems of Emily Dickinson: Variorum Edition publicado por Belknap Press en 1998. Posteriormente, se irán añadiendo todo el resto de materiales disponibles.
       



 

30/10/13

Electronic Literature Organization 2014 Conference





El próximo año 2014, entre los días 19 y 21 de Junio se celebrará la conferencia anual de la ELO en la Universidad de Wisconsin, en Milwaukee. Junto a tres días de conferencias sobre literatura electrónica y digital, habrá una exposición de trabajos. El lema de la edición del años 2014 es Hold the Light: Identity, Change, Commitment.

En este momento se abre el plazo para presentar trabajos y ponencias, algo que se podrá hacer hasta el próximo día 6 de diciembre de este año 2013. Cada propuesta deberá hacerse en aproximadamente 500 palabras y describirá una ponencia de unos 20 minutos. Para información más detallada puede descargarse el documento oficial de la organización en este enlace.


29/10/13

El smartphone





La tarde es tórrida y está sudando, parado en la fila del bus. El sol del trópico cae a plomo y él continúa batallando con su móvil. Flecha derecha dos veces, flecha arriba una, otra vez la de abajo… Es lo que tienen estos teléfonos nuevos que lo llevan todo, que uno se lía con tantas opciones. El autobús tiene ya retraso. Lo sabe porque hace rato que han sonado las campanas de Santa María, a dos manzanas, en la plaza. Este mensaje que le aparece le suena, recuerda su forma. Lo intenta a partir de aquí. Cree recordar lo que debe hacer. Dos veces la tecla de abajo, una vez a la derecha, otra vez abajo… Nada, no es esa opción, continúa sin acertar. A veces este cacharro le saca de quicio pero, en general, está contento con él. Los amigos le envidian y le gusta hablar por él cuando está rodeado de gente para demostrar que no es un cualquiera. Está enganchado a los vídeos y las fotos que le mandan. Sobre todo su amigo Narciso, que es una fiera en esto de mandar vídeos cachondos. Joder con el transporte, cada día está peor. La fila es cada vez más larga. El tipo que tiene detrás le mira mientras batalla con el aparato. Siente su mirada por encima del hombro. No le extraña que le observe, tiene un buen smarfon, le costó el jornal de dos meses porque estos teléfonos son molones pero carísimos también. A ver si acierta con la nueva opción. Dos veces a la derecha, una abajo, a la derecha… Algo le suenan estos signos. Tampoco, mala suerte. Le ha dado a los emoticonos y los dibujitos amarillos y azules saltan por la pantalla. Pero no quiere eso. Le da a la tecla roja pero sólo logra que aparezca un mensaje que no entiende. Tendrá que preguntar. Al tipo este que no le quita ojo, por ejemplo.
-        Perdón, ¿podría decirme qué pone aquí?- le muestra la pantallita
-        Pulse asterisco para continuar- contesta el otro.
-        Gracias- le dice. Ahora ya sabe qué tiene que hacer. Después de asterisco, dos veces a la flecha abajo y cuatro veces a la flecha izquierda.
-        ¿Ya? Con estas pantallas tan pequeñas se deja uno la vista, ¿verdad? – es simpático el tipo.
-        Sí, gracias, cada día más pequeñas y sin gafas…. - le contesta. Nunca le diría que lo que ocurre es que no sabe leer. Ahora sí, dos veces tecla abajo, tres a la derecha, una abajo, una a la derecha.
 

28/10/13

Cave2





En la Universidad australiana de Monash se ha puesto en marcha una sala de realidad virtual, una holosala, denominada Cave2, un sistema desarrollado por la Universidad de Illinois en Chicago. Su desarrollo tiene objetivos científicos para la visualización tridimensional por inmersión de fenómenos y procesos que son difícilmente entendible de manera abstracta como la interacción molecular, los esfuerzos en mecanismos, un tornado desde su interior o fluidos en movimiento. Una visualización que se realiza desde dentro, con el sujeto totalmente inmerso dentro de la imagen. Consta de 72 pantallas LCD que cubren una pared circular de unos 3 metros de alto en 360º y 36 ordenadores para controlarlas. La capacidad de cómputo es de 80 billones de operaciones por segundo lo que da para generar 84 millones de píxeles a un ritmo de 30 cuadros por segundo, e incorpora un conjunto sofisticado de sensores que detectan el movimiento del usuario para re-renderizar las imágenes con la nueva perspectiva.

Un sistema que puede ser también utilizado para el concepto de literatura digital futura en una holosala literaria, de la que ya se ha hablado en numerosas ocasiones en este blog.
 
Una aplicación anterior, con tecnología ya desfasada, era The Cave de la Universidad de Iowa.





27/10/13

El arte de la caligrafía



En la era digital, en la que escribimos en un teclado y es una impresora la que marca las letras, todas iguales, sosas, tan exactas una a la otra que resultan aburridas, hemos olvidado el arte de la caligrafía.
 
Arte que, afortunadamente, aún permanece en las prodigiosas manos de Glen Weisgerber al que podemos ver en este vídeo escribiendo maravillosamente. Parece mentira que las letras, las palabras, queden tan perfectamente delineadas.





El premio de fotografía





Teresa se llevó una gran alegría cuando recogió el sobre del buzón. Aunque no lo abrió supo, por el membrete, de qué se trataba y me esperó hasta tarde sólo para ser ella quien me diera la noticia.
-        ¡Enhorabuena!- serían más de las diez y en noviembre la noche era ya cerrada. Había encendido la lámpara de pie junto a la librería y se había servido un vino blanco.
-        ¿Y eso? ¿Te has comprado lencería nueva y me espera una noche inolvidable? – bromeé mientras le besaba en la mejilla.
-        ¡Tonto!- me contestó sonriente al tiempo que me alargaba la carta.
Al igual que ella, reconocí el logotipo de la Asociación de Fotógrafos y vi el subtítulo que acompañaba a la marca. Best Picture Award.
-        Vamos, ábrela- me apuró ella.
Se trataba de una misiva estándar, cortés pero breve, en la que me anunciaban que había sido seleccionado como finalista al galardón al mejor fotógrafo de prensa del año, algo a lo que todos en la profesión aspirábamos. Ciertamente, era improbable que ganara. A la fase final llegaban un centenar de profesionales y las influencias e intereses varios no tardarían en aparecer, la pelea de hienas comenzaría a no más tardar y las llamadas telefónicas sotto voce no cesarían de sonar en los despachos de los jurados. Los cien mil euros del premio eran un tesoro por el que muchos harían cualquier cosa. No iba a tener opciones pero, para mí,  el sólo hecho de ser finalista representaba un orgullo que debía admitir.
-       No puedo creérmelo- dije, mientras me servía yo también un poco de vino. No podía ocultar que me satisfacía.
-       Mi fotógrafo querido.- Teresa me acarició el pelo y me miró con ternura- Te dije que llegarías, hombre de poca fe.
Habían sido años complicados. La crisis se había cebado con mi trabajo como con cualquier otro y siendo freelance la situación era aún más difícil. Cualquiera podía comprarse una cámara digital y ponerse a tomar instantáneas sin ton ni son. Antes, cuando con veinte años  yo había comenzado de ayudante en El Diario Norte, teníamos la protección del coste. Tener una cámara decente era caro, comprar los carretes también y revelar las fotografías se llevaba un buen presupuesto. La calidad, la profesionalidad, eran casi obligatorias porque uno tenía que optimizar los pocos recursos de que disponía. Una toma fallida era dinero perdido e implicaba la bronca del jefe de sección. Pero ahora, cualquier mentecato podía tener su momento de suerte tan sólo por pura estadística. Si haces tres mil fotos digitales en un evento, es más que probable que un par de ellas sean decentes. El único riesgo que corres es que se te desgaste el dedo al pulsar tantas veces  la tecla enter mientras ves pasar las imágenes en la pantalla del ordenador.
Así las cosas, hacía casi cuatro años que había decidido huir hacia delante, invertir en mi profesión, jugármela, gastar el poco dinero que tenía. No en material, porque el que tenía era ya muy bueno, sino en buscar oportunidades. Me dio por viajar, por gastar mis ahorros en visitar países pobres, llegarme hasta donde las catástrofes asolaban el mundo o visitar los barrios más marginales de las ciudades. En lugares así, que además abundan, siempre es posible obtener imágenes imposibles en otros parajes, imposibles para el aficionado que pasea cómodamente por su ciudad. La miseria, para desgracia del hombre, ofrece los momentos más emotivos, los instantes más espectaculares.
La apuesta había tenido su recompensa porque lo cierto es que me había hecho un hueco en el sector y mis fotografías se pagaban bien, lo suficiente para financiar mi próximo viaje y para vivir holgadamente. Había conocido a Teresa, una mujer estupenda también ligada al mundo del periodismo, y habíamos decidido irnos a vivir juntos a un apartamento que alquilamos en la zona nueva de la ciudad, apenas sesenta metros cuadrados pero suficientes para nosotros.
-        ¿Qué foto habrán seleccionado? – me pregunté en voz alta.
-        Qué más da, todas las que haces son estupendas – contestó Teresa.
-       Me adulas para que te deje acompañarme a la ceremonia- bromeé, porque lo cierto era que sin ella ni se me pasaba por la cabeza asistir.
-       ¡Claro¡- me siguió la ironía- y además me vas a pagar un traje nuevo porque a esas galas hay que ir como Dios manda. A ver si también se fijan en mi trabajo el próximo año.
-       Ven- le dije y la abracé contra mí. Era una buena noche y reclamaba el mejor de los finales en nuestra cama.
El día seis amaneció azul, frío como no podía ser de otra manera, pero agradable para llegarse andando hasta el Palacio de Congresos. El taxi nos dejó en el extremo del parque y decidimos caminar hasta la entrada del pabellón, a casi un kilómetro. Yo, con mi esmoquin, ella con un bonito vestido en grises que resaltaban su silueta. Los árboles estaban ya desnudos desde hacía semanas pero la luz del mediodía jugueteaba con las ramas de un modo tan especial que las sombras conformaban dibujos y arabescos que no pude sino admirar.
-       Lástima no haber traído la cámara- dije- estoy viendo unas escenas extraordinarias.
Llegábamos con tiempo. Faltaban más de dos horas para la ceremonia pero queríamos ver primero la selección de fotografías. Este era siempre uno de los momentos más emblemáticos del concurso porque la organización no hacía púbico con qué obra se competía y mantenía el secreto hasta el día de los premios. Así, ni siquiera los protagonistas sabíamos con qué fotografía habíamos llegado a la final, algo que amén de intriga le daba un cierto morbo al evento. Cuando entramos, había ya mucha gente. Cada uno de los ciento y pico finalistas había invitado a varios familiares y a todos estos se sumaban los periodistas que cubrían el acto, políticos, colegas de profesión y una jauría humana que se había apuntado por uno u otro motivo.
Si ya iba seguro de que no podría tener oportunidades, cuando comencé a ver las obras seleccionadas de mis competidores, la cosa me quedó clara.
-       Hay algunas fotografías excelentes, maravillosas – le musité a Teresa- no tengo opciones.
-       Tú qué sabes- me contestó ella al tiempo que me daba un codazo en la cintura- siempre tan pesimista.
-       ¡Pero si todavía ni sé con cuál yo concurso! – protesté- No veo ninguna de mis fotos.
-       Tranquilo, apenas hemos visto una veintena.
-       Habrán puesto las mejores a la entrada como es lógico.
-        ¡Y dale!¡Tú qué sabrás qué criterio han seguido.
Tuvimos que llegar hasta la tercera sala para encontrar la fotografía que habían elegido de mi trabajo. La recordaba bien. Centroamérica. Una plaza amplia y  porticada, muy colonial, encalada en sus paredes y con zócalos pintados en sepia.  En las aceras de sus cuatro lados, tamarindos sin cuidar, sedientos, que así y todo se mostraban vigorosos. Bajo los soportales una bacanal de vida, pequeños tenderetes de botanas, de refacciones de viejos automóviles, lugares donde un podía encontrar piezas que en ningún otro sitio existían ya, un par de tiendas de confección con vestidos de colores elegidos de los polos opuestos del espectro y combinados no se sabía bien cómo, una librería con revistas de mujeres, de cocina o de política. Gentes sentadas en sillas precarias que bajaban de las casas, charlando, bebiendo un traguito de ron y apostando  a los naipes su tiempo que era casi lo único que tenían.
Hice muchas tomas y, cuando ya me iba a marchar, los vi sentados al borde de la carretera que cruzaba la plaza por donde, de tanto en cuándo, pasaban algunos destartalados Chevys importados a los gringos. Dos latas de cacao vacías y abolladas les servían de asiento. Llevaban cada uno un zurrón con cepillos y betunes. Tendrían diez u once años, quizá nueve el más pequeño. Una camiseta raída, pantalones hasta un poco más abajo de las rodillas y chancletas de goma. Pelo cortado y algunos arañazos en los brazos, quién sabe si de castigos o de aventuras vividas entre los zarzales. Simplemente esperaban, y sus ojos todavía no habían claudicado al aburrimiento de la vida. Observaban todo y a todos con la ilusión de la niñez. Se dedicaban a lustrar los zapatos de los que podían permitírselo que no eran muchos en aquel pueblo: el policía, los capataces de las fincas de los alrededores, alguna señora que se acercaba a realizar encargos o los militares del cercano puesto de Aramante. Me cayeron simpáticos nada más verlos, no sé si por su sonrisa o porque me dieron lástima. Ellos, al verme, güero y a todas luces extranjero, se ofrecieron a limpiarme el calzado y yo accedí aunque sabía que la limpieza duraría sólo hasta que volviera a cruzar por entre el polvo de la plaza. No recordaba por qué lo hice, ni tan siquiera de qué conversé con aquellos niños pero sí que estuve un buen rato junto a ellos y que hablamos de lo que hacían, de la localidad y de la fiesta de San Sulpicio en la que la plaza se engalanaba con banderolas y candelas colgadas en la noche.
Les tomé la instantánea cuando ya me marchaba. Ahora, al ver la foto, me daba cuenta de cómo me habían mirado, con ternura, con ansias de salir de allá, con ilusiones rotas, con expectativas nunca dichas de seguirme. Entonces, cuando había enfocado y recalculado  el diafragma no me había percatado de ello, estaba demasiado ensimismado en mi oficio, en vigilar las sombras o afinar la profundidad de campo. Sólo ahora percibía cómo aquel día me miraban tan profundamente. Es extraño cómo, atento a las minucias intrascendentes, uno no se entera de lo que realmente es importante.
-       Es muy buena foto- Teresa me sacó de mis pensamientos- realmente buena, tan humana, con tanta fuerza. No me extrañaría que ganaras.
Sonó el timbre que anunciaba el inicio del acto de modo que nos dirigimos a nuestras localidades en las primeras filas y que nos habían reservado al ser los finalistas. El escenario adornado con enormes conjuntos florales. Tras el presentador, una gran pantalla en la que se iban proyectando las fotografías seleccionadas en un carrusel bastante bien diseñado. El jefe de ceremonias se demoró eternamente en un discurso algo plomizo y los ponentes que posteriormente ensalzaron a la sociedad fotográfica, al periodismo y la clase política alargaron en demasía la introducción. Al fin y al cabo, todos los que estábamos allá queríamos conocer los premios y salir de la incertidumbre.
Por fin, anunciaron el tercer premio. Un colega francés con una impactante foto de los piratas navales en África. Sin duda, se habría jugado el pellejo para tomarla. Diez mil euros para él. Miré a Teresa y le sonreí. Ella me devolvió el gesto apretándome la mano disimuladamente.
El segundo premio fue para un ruso y una imagen tomada en globo cerca de los Urales. Un colorido extraordinario. Seguro que la había procesado por ordenador pero, ciertamente, aunque yo no soy amigo de los retoques digitales, había que aceptar que el tipo tenía una técnica imponente. Veinte mil euros para el ruso.
Tras los aplausos, el presentador dio cierta pomposidad al momento, divagó un poco, para finalmente soltar lo de The Winner is…
Teresa dio un pequeño grito de alegría al tiempo que yo no acababa de entender que, contra todo pronóstico, habían dicho mi nombre. De repente, el mundo me daba vueltas. Todos me miraban, me felicitaban, Teresa me abrazaba, mi foto, la de los dos chiquillos limpiabotas, estaba proyectada en tamaño enorme sobre la pantalla, tenía cien mil euros en mi cuenta bancaria y, a partir de aquel momento, sería célebre y los periódicos de todo el mundo buscarían mis trabajos.
En momentos así, uno se comporta casi como un autómata. Salí, sonreí, agradecí la distinción y alabé a la organización, lancé un beso a Teresa y prometí dar lo mejor de mí en la profesión como esos futbolistas que, antes de cada partido, juran que van a ofrecer el cien por cien a la afición. Luego, la cena bufet, estrechar manos continuamente, palmadas en el hombro, una orquestina que desgranó el repertorio completo de Frank Sinatra, brindis de unos y otros y un cansancio mortal en mis pies tras varias horas que me hicieron desear quitarme los zapatos y lanzarme a caminar por el césped del parque.
Serían casi las dos cuando un sedán de la organización paró ante nosotros para llevarnos a casa.
-        ¿Y? – me miró mi novia, con una sonrisa tierna.
-        ¿Y qué?
-        ¿Qué siente el héroe del día?
-       No sé, no me lo esperaba, aún no sé qué pensar- le devolví la misma sonrisa tierna. Necesitaba acostarme, abrazarla y dormirme mientras lo hacía.
-        ¿Sabes?...- dudó.
-        ¿Qué?
-        Es tu noche de gloria y pareces algo triste.
-        No, triste, no… ¿por qué?
-        No sé, lo pareces. Tus ojos no brillan.
-        No, en serio, estoy bien.
-        ¿En qué piensas?- me besó ligeramente en los labios.
Tardé en contestar.
-        En ellos.
-        ¿En quién?
-        En los chiquillos, los de la foto.
-        ¿Por qué?
-        Fíjate. Tengo cien mil euros gracias a ellos.
-        Gracias a tu oficio, a tu profesionalidad- contestó ella.
-        ¿Sabes qué me pidieron para que pudiera hacerles la foto, para que yo haya ganado todo ese dinero?
-        ¿Qué?- me dijo.
-       Una bolsa de caramelos de la tienda de la esquina. Cincuenta céntimos de euro. Llevaban años envidiando las golosinas.

 

 

 

26/10/13

Taller: Preparing for Publication: Converting to ebook





El próximo 29 de noviembre tendrá lugar en Londres el taller Preparing for Publication: Converting to ebook, un evento especialmente diseñado para aquellos escritores que hayan decidido auto publicarse. El taller será impartido por Patsy Trench, autora que ha recurrido con éxito a la auto publicación. El curso es de pago (75 libras) y se invita a los participantes a portar su propio ordenador  y sus textos para trabajar sobre ellos y convertirlos en e-book de calidad en base a un tutorial que recoge instrucciones sobre el diseño de portada, maquetación, errores habituales y publicación en Amazon. Incluso se hablará sobre cómo evitar impuestos en las publicaciones en Estados Unidos. La idea es que al acabar el taller, de una duración prevista de cuatro horas, cada asistente tenga su e-book completado en formato Kindle y subido a Amazon.
Complementariamente, el seis de diciembre se impartirá el taller Preparing for Publication: Producing a Print Book.  El registro puede hacerse en esta página.

24/10/13

Transmisión molecular de textos





Investigadores de la Universidad de York, en Toronto, liderados por Nariman Farsad, han creado un sistema para la transmisión de textos mediante señales moleculares, en vez de las convencionales eléctricas, lumínicas o radioeléctricas. Un concepto que copia a la naturaleza la cual, por lo general, utiliza moléculas químicas para hacer comunicar las células o las neuronas.
 
En concreto, el primer mensaje que han conseguido transmitir es el título del himno nacional de Canadá, "O, Canada".
 
Como todo sistema de comunicación, el nuevo concepto dispone de un transmisor y un receptor. El primero es un vaporizador controlado eléctricamente que lanza isopropanol, un alcohol particular. El receptor, por su parte, es un sensor de alcohol que puede detectar pequeñas concentraciones del mismo en el aire. El código utilizado es binario codificándose cada letra con una secuencia de dígitos 1 o 0. Un 1 se representa por el lanzamiento durante 100 ms de alcohol mientras que un 0 es simplemente la ausencia de alcohol. Parte del secreto está, por supuesto, en la sincronización del transmisor y el receptor puesto que este debe "leer" el aire justo en ciertos momentos determinados. El equipo de York ha logrado la transmisión de texto enviando un bit cada 3 segundos. Así, el sensor se activa durante 3 segundos. Si detecta cantidades de isopropanol, graba un 1. Si no detecta nada, un 0. Al final, es capaz de reproducir totalmente el texto enviado. De momento, la distancia a la que se ha logrado transmitir es de 4 metros. La necesidad de un ciclo tan largo (toda la comunicación molecular es lenta en comparación con la eléctrica, también cuando sucede en nuestros cuerpos) se debe a que la nubecilla de alcohol puede retrasarse o adelantarse dependiendo de la turbulencia del aire de modo que es preciso dar un tiempo amplio para evitar ambigüedades.
 
 

23/10/13

El engaño






Se quedó cortado. No se lo esperaba. Al fin y al cabo había pasado ya mucho tiempo y apenas era ya un recuerdo borroso, una noche loca.
-        Eres un cabrón- le acababa de soltar Belén, sin alterarse en la voz, porque ella era muy tranquila, pero con una mirada llena de ira y de decepción.
Bajó los ojos, en parte por vergüenza, por esa sensación embarazosa que uno siente cuando le pillan sin que se lo espere; en parte porque necesitaba tiempo para pensar qué contestarle. La quería, eso era cierto. Como él sabía querer, quizá no lo suficiente, con esa reticencia íntima que le hacía mantener la distancia en los sentimientos pues bien sabía, por experiencia, que si lo das todo acabas sufriendo mucho. Mejor no dejarse arrebatar, frenar el afecto, que morir de tristeza después.
Ella le estaría mirando  fijamente, lo presentía, aunque seguía con la vista gacha intentando tejer una explicación si no razonable, al menos, verosímil. Joder, vaya mierda. No quería perderla. ¿Cómo se habría enterado?
El cerebro tiene su propia agenda y en vez de generar una respuesta se dedicó a rememorar los hechos. Joder, con los hechos. Podía habérsela metido en hielo. Más de un año había pasado ya. Fue en la fiesta del pueblo. Llevaba ya veinte meses de relación con Belén pero había ido solo. A ella no le apetecía y, si había de ser sincero, él prefirió pasarla en grande sin ella, echarse una juerguecita con los amigos, con Pablo, con Lucas, con Iker. No los veía desde hacía años. Había pensado emborracharse con ellos, como cuando eran jóvenes, bailar haciendo el ganso, reír los millones de chistes que se sabía Pablo y acabar durmiendo en los jardines del parque. Cuando había llegado, solo pensaba en cerveza fría, en risas y en canciones mal entonadas. Lo malo es que se encontró de sopetón con Izaskun. Bueno, quizá debía ser sincero con él mismo. Por una vez. Si uno no se dice la verdad a sí mismo, a quién se la va a decir. Había esperado encontrarla, le gustaba saber de ella. Sí, todo había quedado atrás hacía más de tres años pero cuando se ha amado así, los recuerdos de la piel, de los ojos, del cabello, del alma, siguen escondidos en algún lugar de la mente como si hubiera neuronas que hubiesen quedado marcadas de por vida y, aletargadas, estuviesen dispuestas a reclamar su lugar en la consciencia a la menor oportunidad. El amor de su vida, eso había sido y así se lo había dicho, escrito en papel, escrito en correos electrónicos, escrito con sus dedos sobre su espalda desnuda tantas noches. El amor de su vida que se había, de pronto esfumado sin saber por qué, por reproches, por ausencias, por no sabía qué. No quedaba nada más que el recuerdo hermoso de su relación y la herida dolorosa de su separación ya cicatrizada.
Había conocido a Belén un año y medio después y podía decir que estaba enamorado pero, aunque no quería admitirlo, no podía ser lo mismo. No, no es que pensara en recuperar a Izaskun o en que el pasado pudiera resucitar. Tampoco la amaba ya,  pero, aunque lo intentaba, sentía siempre que un segundo amor nunca es capaz de alcanzar la altura del primero.
Izaskun estaba hermosa. Al principio, tras tanto tiempo, se saludaron con cierta frialdad, con cierta precaución. Era ya más de media noche y había bebido bastante en la cena. El alcohol le había dado esa chispita de gracia que le hacía encantador. Se sentaron a charlar, comenzaron a recordar, él dejó que sus amigos siguieran solos y fue a dar un paseo por el río con ella. Acabaron como acaban estas cosas, en la cama, haciendo  el amor, rehaciendo el puzle de geometrías y abrazos ya casi olvidados,  para, con el alba, decirse adiós. Él tenía ahora a Belén; ella a un tal Ernesto, un buen tipo según le dijo, que la quería mucho y bebía por sus huesos. Vivían  nuevos cariños pero les quedaban rescoldos de lo que fue, de lo que pudo ser. Por la mañana, resaca y una sonrisa de machito en su rostro.
Volvió a la ciudad. Belén le esperó en la estación. No recordaba ya cómo la miró, si hubo alguna sombra que le delatara, algún gesto inusual. Seguramente no, porque charlaron como siempre, tuvieron sexo en su cama y él olvidó todo aquello. Una locura, sólo había sido una locura, un buscar algo que ya no podía volver, una gilipollez, vamos. Quería a Belén.
-        Eres un cabrón. Dos años, Juanma, casi dos años juntos y me tengo que enterar por fuera de lo que ocurrió.
-        ¿Y qué ocurrió? – se atrevió a preguntar, anhelando que ella no lo supiera.
-        Eso me lo tienes que contar tú- contestó ella, indicando con el tono seco de su voz que sólo esperaba verificar que no la mentía más.
-       Fue una estupidez, el alcohol, supongo- contestó con pesar- Perdóname, Belén, perdóname, he sido un imbécil. No tuvo importancia, créeme. Fue un polvo sin más, sin sentimientos, te quiero a ti.
-       Ya, ninguna importancia – Belén hizo un gesto de desprecio- te ponen los cuernos y no ha pasado nada. Me pregunto qué opinarías si la situación fuera al revés.
-       Perdóname – bajó nuevamente la vista- No quiero perderte.
Se hizo un silencio espeso, gris. Fuera, estaba anocheciendo y seguramente llovería. La naturaleza siempre sabe cómo adornar las escenas. Las farolas de la calle se habían ya encendido y a lo lejos ladraban unos perros.
Se levantó y se dirigió al mueble donde guardaban las botellas. Necesitaba una copa.
-        ¿Quieres? – le hizo un gesto con la botella de ginebra.
-       Sí, para romperla en tu cabeza- contestó ella mientras que se abrazaba los hombros con sus propias manos como si, de pronto, le hubiera entrado fría. Se levantó y se dirigió a la ventana, mirando a lo lejos sin mirar- ¿Por qué, Juanma, por qué?
No sabía por qué. Pero sí sabía que no quería perder a Belén. Se sirvió un vaso largo y no se molestó en coger una tónica del frigorífico. Tomó un trago, disfrutó de la quemazón en su garganta y la miró. Estaba de espaldas a él, abatida, con esa soledad tan especial con que te inundan la frustración y la traición. Se acercó a ella y la abrazó por detrás.
-       Perdóname- era lo único que le salía decir. Él, que tenía fama de buen orador, no sabía qué decir.
-       No puedo- ella luchaba por no llorar.
-       No quiero perderte. Te quiero, te quiero sólo a ti. Fue una gilipollez y pasó hace mucho. Ni me acordaba ya. Te juro que ni me acordaba, que sólo te quiero a ti.
-      Sí, hace mucho y todo este tiempo has estado ocultándomelo y engañándome a la cara. Me has metido con premeditación y alevosía.
-       ¡Joder, por Dios!, ¡Ni lo recordaba! Fue un polvo, nada más. No la quiero, aquello pasó hace mil años. ¿Qué querías que hiciera? Que regresara y te dijera que te amo pero que se me había nublado la vista, que me había pasado con las copas y me había acostado con otra mujer, que estaba arrepentido. ¡Claro, que lo estaba, que lo estoy! ¿pero sirve de algo que lo diga?
-       Igual no lo estás. Igual no fue una casualidad, qué se yo. – y, al decirlo, ella percibió que él, por un instante, había pensado lo mismo.
-        Lo fue, Belén, joder, lo fue. Pasó y punto. Pasó, y me jode que pasara. Pero una vez ocurrido no podía decírtelo, no quería perderte. Te amo, quiero un futuro contigo, ¡te quiero, maldita sea!
-        Sí, me quieres mucho. Seguro que lo pensaste cuando te la tiraste. Seguro que pensabas en mí, desgraciado. ¿La amas?
-        ¡Claro que no!
-        ¿Entonces, por qué? Sé que fue el amor de tu vida. Y eso no se olvida nunca.
-        Belén, no quiero esto. No lo quiero. Sé que es mi culpa, te pido perdón, estoy avergonzado, estoy humillado, triste, jodido ... pero no puedo cambiar lo que hice, sólo puedo pedirte perdón,  jurarte que no volverá a pasar y pedirte que me des una oportunidad de demostrarte que te quiero.
-       Una oportunidad para que me la vuelvas a pegar, a engañarme con ese cinismo que yo no conocía en ti – apretó sus puños intentando contenerse.
-        Dame una oportunidad, cariño. Por favor, dámela. Dámela. Te quiero. Te necesito- la besó en el pelo con ternura, con honestidad.
-      No puedo, Juanma, no puedo perdonar. Al menos, no ahora mismo. Necesito tiempo, estar sola, llorar sin que tú me veas, insultarte cuando no estés, ver cómo digiero toda esta mierda.
-        No quiero irme.
-       Vete, por favor. El tiempo ya dirá.- ella se zafó de su abrazo- Ya nos llamaremos. Por favor.
-        ¿Sabes?, es irónico- él se acercó al armario para coger su chaqueta.
-        ¿Qué es irónico?- contestó ella, mientras encendía un cigarrillo. Le miraba más con tristeza que con enfado.
-        Que te mentí para no perderte y ahora que no te miento, te pierdo.



22/10/13

Tu espontaneidad






Tu espontaneidad crea un mundo aparte para mí. Al menos, yo siento que dibujas un cosmos tan diferente cuando estás cerca, sin proponértelo, siendo tú misma, que tengo mono de ti a cada minuto, un síndrome de abstinencia que no me abandona, peor aún, que no tengo intención alguna de dejar.  Eres un antídoto contra el pesimismo, contra las dudas, contra la desgana o el desánimo.  
Son detalles espontáneos, instantes breves, momentos en que de pronto tú cambias el universo. Lo cambias para bien, para el disfrute de la vida y de los sentidos. Me das serenidad, firmeza, alegría, ganas de amar, ánimo, fuerza, gusto por el mundo. Ocurre, por ejemplo, siempre que nos reencontramos, cuando tú llegas a casa, cuando yo llego a ella.
Un día, por ejemplo, apareces tardísimo, yo casi ya dormido, y llegas radiante, con esa sonrisa extraordinaria, ingenua, plena, honesta, amplia, tierna, y me miras, me abrazas y dejas que acaricie tu carita fría de la noche. Me dices que me quieres y me besas, me pides que te espere, que vas a cambiarte, que tienes cosas que contarme. Y lo que un segundo antes era soñolencia y aburrimiento se torna en noche para ser vivida, en derroche de sentimientos, me espabilo de golpe, sueño despierto lo que nunca hubiera soñado dormido.
Otro día llego yo, esperando encontrarte dormida y estás en el salón, sensual, con un body que sólo cubre hasta tu ombligo, desnuda el resto, desenfadadamente bella, descalza, buscando un no sé qué con naturalidad hermosa. Me miras, me sonríes, me das la bienvenida y sigues buscando ese no sé qué, que bendito sea porque te hace caminar así por toda la casa, mientras dejo que mis manos persigan tu cuerpo y lo abracen con la más pasional de las dulzuras.
Una tarde aparezco por sorpresa. No me esperas y has cerrado la puerta para echarte una siesta. Toco el timbre y abres. Son dos, tres segundos en que me miras con las pupilas brillantes, ilusionada, dices ¡qué sorpresa!, me sonríes contándome con tu sonrisa todo lo bueno que Dios ha podido crear, te lanzas a mi cuello y me besas. Estaba dormida, afirmas mientras tus ojos son dos luceros de belleza que me inundan de sentidos. Yo, te abrazo como si en ello me fuese la vida. Sé, entonces, que tu mundo, mi mundo, ese sueño que tú generas tan sólo siendo como eres, es lo que importa. Rezo, entonces, para que nunca cambies.