¡Mi amor perdido, no te lloro más, que no te he perdido!
Porque puedo perderte en la calle, pero no puedo perderte en el ser,
que el ser es el mismo en ti y en mí.
¡Mucho es ausencia, nada es pérdida!
Todos los muertos –gente, días, deseos,
amores, odios, dolores, alegrías–
todos están, simplemente, en otro continente...
Me llegará el turno de partir e ir a verlos.
De qué se reúnan la familia, los amantes y los amigos
en lo abstracto, en lo real, en lo perfecto,
en lo definitivo y en lo divino.
Me reuniré en vida y muerte
con esos sueños que no se cumplieron,
daré los besos que no di,
recibiré las sonrisas que me negaron,
tendré convertidos en alegría los dolores que sufrí.
Eh, capitán, ¿ cuánto tarda aún
en partir el trasatlántico?
Haz que toque la banda de a bordo
melodías alegres, banales, humanas, como la vida.
Da la orden, que yo quiero también partir...
Sonido de levar anclas, mi estertor,
¿ cuándo podré finalmente oírte?
Vibración en la amura por el pulso de las máquinas,
mi corazón en ese mismo latir final convulso,
toque de vigías, suspiros del puerto ...
Pañuelos de despedida que se agitan en el muelle...
¡Hasta más tarde, hasta cuando vengáis, hasta siempre!
Hasta lo eterno en el alegre ahora...
Un fragmento del poema (letra N) de La Partida, de Fernando Pessoa