5/7/09

El nacimiento del arte











12.000 a.C., en algún lugar del centro de Europa.




Ungm apretó contra su pecho la piel de oso que le cubría y se asomó a la entrada de la cueva. Nevaba y estaba oscureciendo. Aguzó su oído y comprobó que todos los sonidos que le llegaban eran tranquilizadores. El blanco manto estaba intacto, sin huellas y eso era bueno. No había alimañas merodeando. Olfateó en el aire, con un gesto idéntico al de algunos simios, asegurándose de que los aromas eran los habituales. No parecía que el oso o el tigre de largos colmillos les molestarían esta noche. Gruñó con satisfacción y volvió a penetrar en la caverna. Con agilidad, se coló por un estrecho agujero en la pared este. Disimuló la entrada con una gran roca y reptó hacia el otro lado. El pasillo comunicaba la gruta externa, abierta y a la vista de cualquiera, con una colosal catedral interna a donde sólo se podía acceder tras arrastrarse por el pasadizo. Habían descubierto aquel hogar hacía ya muchas lunas y, ciertamente, había sido un regalo de los dioses porque les permitía vivir seguros. En muchas ocasiones, los osos se acercaban a la cueva pero ni eran capaces de detectar el camuflado entrante ni, por su tamaño, podrían nunca penetrar en él.

Necesitó unos segundos para que sus pupilas se adaptaran a la oscuridad. Emitió un gemido tierno cuando divisó, al otro lado del lago interior, las sombras y los reflejos que el fuego de la tribu creaban. Caminó despacio, asegurándose de que sus pies pisaban las huellas anteriores. Un resbalón y podría precipitarse al vacío de la gruta.

Sus congéneres gruñeron cuando Ungm llegó hasta ellos. Aunque eran sonidos muy guturales, monosilábicos, constituían un lenguaje plenamente desarrollado. Se sentó junto a la hoguera y tomó un pedazo de carne asada que se llevó con fruición a la boca. Estaba hambriento. A él le llamaban Ungm y nadie más era identificado por tal sonido. Estaban allá también Angt, el más viejo del grupo y el que les guiaba en tiempos de tribulaciones. A la derecha, Romn, ese joven alocado que no hacía ni dos lunas les puso en peligro cuando se lanzó a la caza de un elefante haciendo tanto ruido que hasta el dios sol podría haberles oído a distancia. No entendía cómo Sanb, una hembra de pelo largo y pechos atractivos, podía estar emparejada con aquel mamarracho de Romn. Aquella mujer le gustaba y deseaba fornicar con ella. Sería una buena madre para tener descendientes. Pero la hembra no le hacía caso y se dejaba penetrar por el otro macho en cualquier ocasión. Eso enfurecía a Ungm porque la deseaba y porque sentía cómo una envidia incontenible llenaba sus entrañas. Había intentado que ella se fijara en él. Copulaba con otras hembras para mostrar su poderío, había cazado un lobo y, con su piel, le había fabricado un cobertor para que estuviese caliente en el duro invierno. Incluso, dedicó dos soles a buscar en la corriente del río aquellas piedras amarillentas que tanto brillaban y que tanto gustaban a las hembras. Pero nada había dado resultado y Sanb continuaba acurrucada cada noche entre los brazos de Romn. Y esta noche, ocurría lo mismo. Allá estaban ambos, acariciándose y limpiándose el pelo de insectos. Se miraban con dulzura.

Ungm sabía que aquello no podía continuar así. Tenía que librarse de Romn y sólo había una manera posible. Sería esa misma noche. Él era más fuerte y astuto.

Esperó a que todos durmieran. El humo de la hoguera había ido acumulándose en la caverna y le amodorraba, pero se mantuvo despierto. Cuando estuvo seguro que todos reposaban, tomó su lanza. Se había asegurado de amarrar firmemente la punta de sílex al madero. No quería sorpresas. Se incorporó con cautela, procurando que ningún guijarro se moviera bajo sus pasos. Se acercó a Sanb y Romn que estaban abrazados y aquello le repugnó e hizo que su ira volviera a resurgir aún con más ímpetu. Ella era tan hermosa que tenía que ser suya.

En el momento en que iba a clavar la lanza en el pecho de Romn, este se despertó sobresaltado. Fue rápido y logró esquivar la herida mortal pero la lanza se le clavó en la mano produciéndole un enorme desgarro que, inmediatamente, comenzó a sangrar abundantemente. Súbitamente, todos los habitantes de la cueva se despertaron y comenzaron a aullar y a lanzar gritos. Los unos los hacían de terror, otros de ánimo a uno u otro contendiente y otros intentaban detenerlos chillando. Pero nadie se interpuso. Sanb gritaba aterrorizada. Sabía que si Ungm mataba a Romn ella pasaría a ser propiedad del vencedor. Probablemente, la tomaría nada más terminar el combate como muestra de posesión.

Romn y Ungm peleaban a muerte pero la batalla era desigual. El joven sólo tenía sus manos y su rapidez. Ungm tenía la lanza y había ya herido al otro contendiente en ambas manos y en un muslo. Romn sintió que se mareaba y que le fallaban las fuerzas. Se tambaleó y, para no caer, apoyó sus manos cubiertas de sangre en la pared. Intentó huir apoyándose en la piedra para no perder el equilibrio, corriendo a lo largo de la misma, pero la suerte estaba echada. Ungm clavó el sílex en su pecho y lanzó un grito de triunfo que el eco de la gruta amplificó mil veces. Diez minutos después, sudoroso y sucio, copuló con Sanb ante la vista de todos para certificar su triunfo y avisar a los otros de que morirían si osaban tocarla.




2009 d.C., Anthony Jackson Hall, Londres.




Andrew Boden contuvo sus nervios, se ajustó el nudo de la corbata, y entró en el escenario de la sala de conferencias. Una prolongada ovación le recibió y, tal como lo había ensayado ante el espejo, saludo de modo que pareciera simpático. El moderador le presentó de manera breve pero agasajadora. Allí estaba él, el paleontólogo de moda, el hombre que había descubierto una cueva hasta ahora desconocida y donde, en su interior, se habían encontrado numerosísimos objetos prehistóricos y pinturas rupestres. Los análisis habían datado todo aquello en unos catorce mil años de antigüedad.

Disminuyó la luz para que la presentación pudiera ser vista con corrección. Boden fue explicando, de manera amena pero no exenta de rigor, la localización de la caverna, la metodología seguida en las excavaciones, los hallazgos encontrados en cada estrato, los instrumentos más notables que habían sido descubiertos, especialmente una lanza con punta de sílex y dos vasijas fabricadas ahuecando rocas ligeras. Dejó para el final, el hallazgo más apasionante. Las pinturas. Eran todas antropomórficas. Especialmente manos. Manos rojas pintadas por nuestros antepasados a lo largo de una pared.

- Se preguntaran ustedes si tenemos alguna explicación a estas pinturas. La respuesta es positiva. La tenemos.

Un murmullo de interés se propagó por la sala. Definitivamente, la audiencia estaba rendida ante Andrew. El éxito estaba asegurado. Y, lo que era mejor, las nuevas subvenciones llegarían con toda certeza y nuevos patrocinadores desearían aportar fondos a sus investigaciones.

- Estas pinturas son, sin duda, la primera expresión del arte humano. En algún momento de nuestra primitiva historia, un ser humano sintió la necesidad de expresar su propia personalidad, de decir al mundo que él era hombre, que era un individuo con sueños e ideas, tuvo la necesidad de perdurar en el recuerdo, de que en el futuro se supiera que él había vivido. Y, para ello, nada mejor que plasmar su propio cuerpo en diversas posiciones, en infinitas situaciones. ¿No hacen lo mismo los artistas de hoy, señores? – Andrew detuvo su hablar esperando el asentimiento de su público, cosa que logró sin mayor esfuerzo- Es un arte directo, humano. Aquel artista primigenio ideó un mural. Como lienzo eligió esa pared. Podemos imaginarlo durante semanas buscando el muro ideal, observando sus protuberancias, imaginando en su mente cómo quedaría decorada con los motivos que él deseaba plasmar. Luego, eligió el color. Qué mejor que el rojo que, probablemente, obtuvo de pigmentos extraídos de rocas férricas, aunque él no supiera aún lo que era el hierro. Y, por fin, ese grito de libertad, de individualidad que suponen todas estas manos, en inverosímiles posiciones, cubriendo el lienzo. Probablemente, planificó con esmero la posición de cada una de estas manos rojas. Buscando el efecto que hoy nos conmueve. El artista doblegando el mundo. El ser humano elevándose por encima de nuestras pasiones para alcanzar el paraíso del arte.


Un aplauso rompió la magia del momento y el proyector se apagó. Se encendieron las luces y el moderador dio las gracias a Boden que saludó satisfecho.





3 comentarios:

  1. Sí señor, así se ecribe la Hitoria...bueno, la Prehistoria. Y la Historia también, llena de sucesos de este calibre absolutamente desvirtuados por el ojo humano.

    Relato muy original y bien escrito, como todos los que presentas. Me sorprende lo prolífico de tu trabajo, la verdad. ¿Para cuando la edición de tus relatos breves?

    Saludos,

    Internautilus.

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  2. Muy bueno. Así es toda la historia!

    José

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  3. muy divertido. Me ha gustado leerlo.

    Antonio

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