15/1/10

No eres perfecta


Me gustas porque no eres perfecta. Qué aburrido sería no poder descubrir nada nuevo cada día en tu cara, en tus ojos, que fueses una muñeca de porcelana. Gracias al cielo, eres una mujer de carne y hueso, moldeada por el tiempo y las memorias, los años y las penas, incluso un poquito por mis abrazos. Qué suerte que no seas perfecta, que cada vez que te miro pueda descubrir un nuevo detalle en tu piel, una arruguita juguetona, un guiño que nunca antes había observado. Me encanta verte por la mañana, con el cabello revuelto y que me dejes moldearlo con mi mano, como si te peinara, como si te acariciara. Es tan bello ver que tus ojos no son de un color pulcro. No son unos ojos negros intensos ni azules marinos, de esos de fotografía. No, afortunadamente para mí, no son así y me deparan cada día una sorpresa. Tu dices que son de color avellana pero cuando me miras tierna se iluminan con iridiscencias doradas. Otras veces, se pintan de destellos verdes tan imposibles que estoy seguro que son un milagro que sólo creas para mí. En ocasiones, se tornan chiquitos, me miran acaramelados y es entonces cuando un huracán de amor me desarbola.

Me gustas porque no eres perfecta, porque te quejas de esos dos kilos de más que dices que tienes y que yo espero que no pierdas nunca; porque tienes esa voz que según tú es fuerte y a mí me parece que brinca por entre las teclas blancas de una celesta o de un arpa; porque tus manos tienen la forma exacta para acariciarme aún cuando no sea la que el canon del artista hubiera esculpido. Me gusta verte y descubrir que cada día cambias y, para mi asombro, siempre me encantan los cambios que en ti se producen. Me gustas porque no siendo perfecta, lo eres.


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