29/4/10

El suéter


- ¿Te gusta el suéter, cariño?
- Sí, mamá. Mucho.

Amanecía sobre la ciudad lentamente. A María José le hubiera gustado dejar al niño en la cama un rato más, observarlo y disfrutarlo sentada sobre el jergón que ambos compartían. Pero su turno en la hamburguesería comenzaba a las ocho y no podía arriesgarse a perder el empleo. El encargado era un mal tipo, resentido por tener que sudar junto a los fogones y el aceite que freía patatas de cartón. Una vez les había dicho que él era licenciado y que saldría de allá pronto, no como ellas que no valían para nada. Y antes de llegar puntual al trabajo tenía que dejar al niño en la guardería.

Juan, el chiquillo, jugueteaba abriendo sus brazos como si fuesen alas. Estaría imaginando ser un piloto aventurero, de esos que aterrizan en pistas de fortuna en medio de la selva o que arriban hasta remotos parajes para rescatar princesas. Juan tenía siete años y tenía los ojos vivarachos y alegres, ajenos a las penurias que la vida le había deparado. Sólo había volado una vez, con su madre, cuando viajaron desde América para pelear por un mejor futuro. Lo cierto es que, aún cuando el niño pasó la mayor parte del viaje dormido sobre el regazo de Maria José, la experiencia le había resultado maravillosa y había decidido que sería piloto cuando fuera grande.

- Tómate la leche- insistió ella mientras Juan continuaba imitando el rugir de los reactores- Venga, apresúrate que nos demoramos.

María José acabó de vestirse. Miró a su hijo que untaba una galleta en el tazón y sintió la amargura de no poder darle más. Aún así no podía quejarse. Otros estaban en la calle. Ellos no. Con el sueldo le daba para alquilar aquella habitación – apartamento lo llamaba el casero- que no tendría más de quince metros cuadrados en donde convivían en una única estancia la cama común, una mesa, un par de sillas, un armario que guardaba todas sus pertenencias y una pequeña cocina de bombona. Eso sí, el lugar era cálido y el invierno no había sido especialmente frío.

Mientras se pintaba los labios- no había perdido su orgullo y su coquetería- se repitió a sí misma, como para darse fuerzas, que el futuro de Juan sería brillante, que llegaría a ser un gran hombre, un piloto si él lo deseaba, o un escritor de renombre, o un licenciado de corbata y traje a rayas. La casa y la escuela con guardería se llevaba la mayor parte de sus ingresos pero lo daba por bien empleado.

Al salir, cerró el cuarto girando dos veces la llave y le dio un besazo a Juan.


- Estás guapísimo con este nuevo suéter – le dijo, y el niño sonrío feliz y le devolvió el beso.

María José pensó entonces que debería andarse con cuidado. La noche anterior, casi la habían pillado cuando estuvo desarmando el contenedor de ropa vieja para encontrar el jersey. Quizá tomar una prenda no fuera delito pero descerrajar el panel trasero del depósito, seguro que sí.




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