10/9/11

Imagen en el espejo



La puerta del armario estaba cubierta por un gran espejo. Ya se sabe, son los pequeños trucos que los hoteles de habitaciones pequeñas utilizan para que parezcan más espaciosas. La ventana del balcón permanecía semiabierta pero cerramos las cortinas hasta que sólo la luz necesaria para admirarte se filtró por entre ellas. Te tumbaste desnuda en la cama, boca abajo, tu cabello reposando a un lado, tus brazos bajo la almohada, las sábanas retiradas bajo tus rodillas, y, entonces, ocurrió el milagro. El espejo se transformó inexplicablemente en un lienzo de museo, en pura belleza, en un instante mágico vibrando en el aire, en una de esas obras que los coleccionistas codician y por las que estarían dispuestos a matar. Uno de esos momentos que quedan en el recuerdo por siempre, esos detalles inspirados que uno recupera en las circunstancias más íntimas. Tu perfil voluptuoso era precioso, cada detalle de ti era exquisito. Acaricié la ola de tu espalda sin saber si lo hacía en tu piel o en la evocación insinuante de la imagen. No hizo falta llegar a tocarte porque un halo eléctrico, de gotas de agua flotando, de rocío virtual, vibraba en mis dedos y en mi alma, en el goce de mis sentidos. El dibujo recreado en el espejo contenía todo, lo único esencial al mundo que deseo, que necesito. Lástima que los espejos no congelen el tiempo.


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