24/1/12

Noches de invierno



Cuando acaban las fiestas de navidad es cuando de verdad comienza el invierno. Ya no hay lucecitas brillantes y parpadeantes ni el loco frenesí de tener que comprarlo todo o comerlo y beberlo todo en una semana escasa. Los que nos visitaron para abrazarnos regresan a sus quehaceres, los hijos vuelven a volar solos, las noticias se tornan pesimistas en los noticieros y la vida vuelve a empantanarse en la rutina plomiza del trabajo. Las noches son más cortas pero se nos antojan dilatadas, como si todo en el mundo conspirara para dibujar melancolías en las esquinas y en las penumbras. Al anochecer, uno se queda solo con la nada, con su propia nostalgia, con la cuesta arriba de los sueños que sabemos que no cumpliremos, con la sensación desagradable de que la existencia se escapa encerrada en tardes oscuras y apagadas, desaprovechadas, en noches en las que uno tiene desgana de acostarse porque sabe que dará mil vueltas entre las sábanas mientras las gotas de la lluvia repican en las persianas bajadas. Entonces, es cuando nos aferramos a pantallas de televisión, o de ordenador, o incluso a las diminutas del Whatsapp para ahuyentar la soledad. Cualquier cosa menos acostarnos. De tanto en cuanto parpadean en lo oscuro y, a veces, si hay suerte, nos hacen sonreír o soñar.


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