17/12/13

Cena de amigos






Fue por la llamada de Jaime por lo que me enteré. Apenas recordaba ya al profesor Ruiz y si me hubiesen puesto una serie de fotografías delante para reconocerlo dudo que hubiese podido hacerlo.
-       Venga, Iván – me había pedido Juanra-, anímate. Estaremos todos los de 2ºB. Yo creo que nunca nos hemos juntado toda la cuadrilla desde que dejamos el instituto. Y, de paso, acompañamos a la familia del viejo.
Me apetecía ver a la panda y aunque no conocía a ningún familiar de nuestro antiguo profesor de álgebra hube de convenir que era una oportunidad estupenda para reencontrarnos y revivir viejos tiempos. Para ser sinceros, había pasado mucho tiempo para recordar detalles pero sí tenía en la memoria el que fue una buena época, descubriendo la vida y explorándola con los amigos.
Cuando colgué, abrí el periódico para leer la esquela del maestro. Era la clásica de trescientos euros con una fotografía que debía ser de hacía bastantes años porque el profesor lucía una espesa pelambrera sin cana alguna. Eché cuentas. Habían pasado diecinueve años desde que los amigos, cada uno por su parte, partimos hacia la universidad o nos pusimos a trabajar. Por aquel entonces las clases eran numerosas, de cuarenta o más alumnos, pero cinco de nosotros formábamos una pandilla que charlábamos juntos en el patio, nos pasábamos pitillos y salíamos los sábados a iniciarnos en los gin tónics. Me llegaron recuerdos fragmentados. Es irónico cómo lo que en un momento de la vida parecen las amistades más sólidas se diluyen en un santiamén en cuanto la distancia se instaura entre las personas. Con la excepción de Juanra al que había visto en varias ocasiones, todos los demás eran ya para mí desconocidos de los que no sabía nada. Con todo, el cerebro guarda la idea agradable de los tiempos pasados.
El funeral era a las siete en la parroquia de Santa María de Luján, una iglesia neoclásica, no muy grande, a las afueras de la ciudad. Sin conocer la zona y con temor de que fuese difícil aparcar decidí ir con tiempo. El GPS cumplió su labor y llegué como una media hora antes. Aparqué en batería en una calle lateral del templo y me dirigía caminando hacia la entrada cuando escuché un grito que provenía de un grupo de gente.
-        ¡Eh! ¡Tú debes ser Iván! – una las personas agitaba su mano llamando mi atención.
Reconocí  a Juanra y a Teresa. Otros dos me resultaron desconocidos y mostré mi sorpresa cuando unos segundos después me dieron sus nombres:
-       ¡Joder, cómo llega el Ivancito! ¿No te acuerdas de mí? Total, por unos kilitos de más - me dijo un tipo regordete, con una camisa una talla menor que lo que su cuello pedía y una corbata azul chillón, a la vez que me daba una palmada en la espalda tan fuerte que más parecía un puñetazo- Soy Julen, ¿no te acuerdas?
Sí, me acordaba. Era el bromista, el viva la virgen de la panda, y, aunque soy de carácter templado y procuro no juzgar a primera vista, se me antojó que seguía siéndolo. La otra era Garbiñe y debo decir que había dejado de ser la adolescente desgarbada que yo recordaba para convertirse en una mujer de bandera que juraría había pasado por el quirófano para justificar su delantera.
Unos minutos después llegó el coche fúnebre y algunos amigos del finado portaron el féretro y lo introdujeron en la iglesia.
-       Está muy lleno – dijo Julen – Mejor nos vamos a la cafetería de enfrente, nos tomamos algo y recordamos los viejos tiempos, ¿no os parece?
-        ¿Y el profesor? – terció Teresa.
-       Está repleto. Nadie se va a dar cuenta de si estamos o no estamos – replicó él.
-       Lo que importa es el sentimiento – afirmó con rotundidad Juanra-. Ya hemos venido y eso es lo que vale.
Tomé un café, lo mismo que Garbiñe. Los demás optaron por cubatas y gintonics.
-       ¡Por los viejos tiempos! – Julen, siempre en todas las salsas, levantó la copa, y los demás asentimos.
Durante el tiempo que duró el funeral, hablamos de qué había sido de cada uno de nosotros desde que salimos del instituto. Juanra trabajaba de financiero en una empresa de máquina herramienta, Teresa era profesora en la universidad, Julen era comercial de una empresa farmacéutica, Garbiñe tenía un gabinete de publicidad. Yo, que me acababa de quedar en paro, me sentí como la cenicienta del grupo, el perdedor. Salimos de la cafetería para estar presentes a la salida del ataúd y, tras los saludos de rigor, decidimos irnos a cenar.
Julen estaba bebiendo demasiado.
-        Hay que celebrarlo- gritó mientras se bebía su tercer gin tonic-, tenemos que pedir marisco. Está buenísimo aquí. Y la merluza. Os recomiendo la merluza rellana de txangurro.
Yo empezaba a asustarme. Mi economía no estaba boyante y me hubiera conformado con un plato combinado en cualquier taberna. Empezaba a sentirme incómodo y, como extraídos por un potente imán, comenzaron a aflorar a mi mente situaciones de nuestra adolescencia que había olvidado por completo. Lo que hasta aquel momento recordaba con la envidia que da el tiempo pasado que no volverá comenzaba a tornarse en algo mucho más real y gris.
-       Si es lo que yo digo siempre- nos explicaba Julen al tiempo que nos servían un plato de gambas con el que supe que había arruinado mi tesorería del mes-, si uno vale tiene trabajo seguro. Miradme, no hay médico que se me resista. Treinta mil en bonificaciones el año pasado. Les tengo tomada la medida, se dejan querer, ya sabéis, seminarios en las islas, viajes pagados para escuchar una hora de coñazo que les damos… todo vale si al final recetan nuestros productos. Pero, claro, hay que valer, para todo hay que valer. Y tener ganas de trabajar, que hay mucho vago suelto al que tenemos que mantener.
Garbiñe me miró de reojo siendo consciente de mi situación laboral. Se inclinó hacia mí y me dijo bajito.
-        No se lo tomes en cuenta, está ya como una cuba. Ya sabes cómo era. – me sonrió.
Sí, empezaba a saber cómo era. No era el tío simpático que el tiempo había creado en mi mente, sino un cretino. Eso es lo que era. Un gilipollas. Todo lo que duró la bandeja de gambas y la merluza se lo pasaron Juanra, Teresa y Julen discutiendo de política. Los dos hombres defendiendo al gobierno de la derecha, ella a la oposición socialista. La conversación era cada vez más acalorada.
-       ¡Estáis arruinando el país!- Teresa golpeó la mesa con los nudillos -, un Robin Hood a la inversa, robando a los pobres para dárselo a los ricos.
-       No digas sandeces, al revés, habéis sido vosotros los que habéis dejado arruinado al país y ahora nos toca hacer limpieza- contestaba Juanra mientras masticaba con la boca abierta la merluza.
-        Ojo, cuidadín, cuidadín, que yo no he arruinado nada. No estoy afiliada a nada.
-        Yo tampoco- le contestaban.
-        Pues eso, aquí discutimos ideas y hechos- afirmaba ella malhumorada – mira lo que habéis hecho con la última ley. De vergüenza, vamos.
-        Más vergüenza es no hacerla, dejar que cada uno haga lo que le venga en gana.
-        Control, eso queréis control. Se os ve el plumero.
Intenté charlar con Garbiñe, la única que no estaba ciega de alcohol y que parecía sensata y agradable. Además, me atraía aquella mujer que para mí era como si la viera por primera vez con el drástico cambio de look. Quizá, al cabo, la noche pudiera acabar bien.
-        No recordaba esto así- le dije.
-       Yo sí, pero entonces lo asumía como pago para estar dentro de un grupo.
-        No te entiendo- mostré sorpresa.
-        Yo era la chica fea, ¿recuerdas? Tenía que integrarme y me hacía la guay.
-       Nunca fuiste fea- mentí, yo la recordaba como desgarbada y poco atractiva.
-        Siempre mentiste bien, lo sigues haciendo- hizo un mohín muy sensual.
-       Tú, Garbiñe, ¿Qué piensas de la ley? Dile a esta que es buena- nos interrumpió Julen agitando el tenedor en el aire.
-        ¡Yo qué sé!- contestó Garbiñe con tranquilidad- no me va la política.
-        ¡Ja! ¡Veis!- vociferó Juanra- este es el cáncer del país, los descreídos, los que no se comprometen.
Estuve a punto de intervenir para defenderla pero me dio un codazo.
-        No merece la pena. Están como cubas.
-        Ya, pero se están pasando.
-        No te preocupes – bajó la vista.
-        A mí tampoco me va la política – le dije.
-        A mí sí- contestó volviendo a mirarme a los ojos.
-        Yo, … creí que … dijiste – me mostré confundido.
-       No quiero discutir, eso es todo. Y menos tras tantas botellas. Pero, por supuesto que me importa el mundo.
-        Así, que publicista – cambié de tema, azorado-, ¿va bien el negocio?
-        Bueno, tirando. Ya sabes, no están los tiempos para echar cohetes.
-       Nunca hubiera dicho yo que tú llegarías a ser una relaciones públicas, tú eras un poco paradita…- se me escapó.
-       La fea, la sinsorga, ya…. – tomó delicadamente un poco de merluza sin mirarme.
-        No, no quería decir eso. Yo… - balbuceé.
-        Estos no se acuerdan ya. Mejor así.
-        Lo siento – no sabía qué decir.
-   ¿Sabes? - murmuró como para sí- no, no puedes saberlo. Yo me moría por tus huesos. Nunca me hiciste caso.
-    Lo siento, no lo recuerdo... - me quedé cortado.
-       Lo que no está bien es la falta de incentivos al pequeño negocio – Garbiñe, abandonando la conversación conmigo, volvió su mirada hacia Julen al tanto que se inclinaba hacia él. Este, encantado de que Garbiñe entrara en la conversación dio un repaso lento a sus curvas, tomó la copa y brindó.
-       Bien, bien, tenemos debate para toda la noche. - dijo Juanra - Como en los viejos tiempos. Tenemos que hacer de estas más a menudo. ¿Pedimos carne?

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