8/2/14

Con el paso del tiempo





-        Entonces, ¿estás bien?
Lo había preguntado Sonia. Estaba sentada junto a Enrique, su ex, una cajetilla de Chester y dos descafeinados calientes sobre la mesa de la cafetería.
-        Sí, claro.
-        Ya pasó y, ahora que lo vemos desde lejos, fue una buena decisión, ¿no crees? – afirmó ella mirando al suelo.
Tres años desde la ruptura, cinco desde que se conocieron en un concierto de jazz en un café-teatro pequeñito del centro, un sitio de esos a los que sólo acuden los muy aficionados o los colgados cuya cabeza da demasiadas vueltas para dormir en una noche de verano. Ambos habían ido solos, una casualidad de esas que ocurren en la vida, y se sentaron el uno al lado del otro en una mesa compartida. El artista lo hacía bien. Un tipo bajito, con barba de cuatro días y vaqueros raídos, que tocaba el piano con cierto encanto y cantaba canciones de Norah Jones con una voz grave y melancólica. La audiencia, haciendo caso omiso de las leyes y de los ruegos del camarero, fumaba sin recato pero nadie parecía molestarse por ello. Al cabo, un blues lento y una copa claman por un cigarro. Comenzaron a charlar animados por la ginebra, la luz menguante, los acordes de séptima y la hora tardía. A él - lo había reconocido siempre- le encandilaron los ojitos con duende y la sonrisa magnética de ella. Muchas veces, en los meses que siguieron, le había dicho que le embrujaba su mirada de después de las nueve. Acabaron en la cama del piso de él pensando ambos que sólo era un polvo de una noche, para descubrir él, al amanecer, que ella era más hermosa en las mañanas que en la noche y ella que el cabello de él se arremolinaba de una manera tierna y juguetona cuando amanecía. Alquilaron un apartamento común unos tres meses después y hubiesen jurado que se habían enamorado como locos, que es la única forma de enamorarse, para siempre.
-        Sí, seguro. Todo superado, ¿verdad?
-        Yo estoy bien- contestó Sonia-, trabajando mucho.
-        ¿Estás con alguien?
-        Nada fijo. Ya sabes, ya me conoces. Me gusta tener mi vida. Disfruto de la vida, de mis amigos, de mi gente, no quiero sentir el compromiso.
Sí, Enrique sabía eso. Había tenido siempre la sensación de que la relación era asimétrica, que él la amaba más que lo que ella le amaba, que él estaba dispuesto a convivir con ella más que lo que Sonia nunca podría desear. Ya se sabe cómo son estas cosas, al principio uno espera cambiar al otro, luego no quiere cambiarlo porque desea amarlo como es, luego muda de opinión y lo cambiaría a bofetadas,  luego se frustra – porque el corazón pide y pide y da lo mismo lo que la razón medie- y, finalmente, se decepciona y abandona. Él había empezado a demandar, ella a callar, él a no comprender, ella a hartarse, a sentirse atada, hasta que decidieron dejarlo. Todo muy civilizado, muy zen, como amigos, dijeron, sabiendo que no es posible dejar un amor atrás como amigos.
-        ¿Y tú? ¿Sales con alguien? – preguntó ella.
-       Sí, me he enamorado. Ya me conoces. Soy enamoradizo. Llevamos saliendo medio año. María, se llama. Una mujer estupenda, estupenda de veras. Me siento muy amado con ella, eso es algo que sabe hacer maravillosamente, demostrar que quiere, hacerte sentir que te necesita. Nos gusta ir a cenar, al cine, a algún que otro concierto, me ayuda con mis clases…
-        ¿Sólo eso? – le chispearon sus ojos avellana como le brillaban entonces, como cuando la amaba.
-        Bueno, no hay que contarlo todo, no seas cotilla- sonrió- digamos, que nos entendemos muy bien donde hay que hacerlo.
-        ¿Eres feliz?
-       Sí, lo soy. Cuando rompimos, ya lo sabes, me parecía imposible volver a enamorarme ni podía imaginarme que pudiese haber otra mujer después de ti, tú eras mi estación término, te necesitaba incluso en tu desdén, en tu lejanía, en tu no querer comprometerme conmigo. Era inimaginable que podría estar mejor con otra mujer.
-        No digas eso.
-       Es lo que sentía. Lo sabes. – él bajó la mirada mientras encendía un cigarrillo.
-       Tú amabas a alguien que no era yo, Enrique. Yo nunca fui lo que tú pensabas. Me idealizaste, querías una mujer y a una mujer que no soy yo. Yo no sé sentir mariposas, no soy así.
-        Conmigo… no lo fuiste conmigo. Nunca logré enloquecerte, ¿verdad?
-       No vamos a discutir otra vez de eso… - ella sorbió lo que quedaba del café.
-        Da lo mismo, sí. Ahora soy feliz, me quieren, quiero, tengo sueños en común con María y el futuro me sonríe. El paso del tiempo lo cura todo, al parecer. – él exhalo una vaharada azulada de humo a la vez que sacudía el pitillo en el cenicero. - ¿Sabes?, igual logro la cátedra el año que viene.
-        Me alegro que te vaya bien.
-        ¿Sí?
-        Sí, claro, claro…. yo no soy mujer para ti. Mereces que te den tanto como tú das.
-        Ya… pero yo quería que tú fueras quien me lo diera.
-        Ya es pasado, ¿vale? No removamos el pasado. Seamos amigos. Yo estoy bien, tú estás bien, estás muy bien, enamorado … estoy feliz por ti.
-        Pues pareces triste…
-        ¿Yo?- Sonia le miró intensamente.
-        Sí, tú. Te conozco, sabes que te conozco.
-        No, de veras, estoy estupendamente, de veras.
-        Dímelo.
Tardó unos segundos en decidirse pero tampoco tenía sentido ocultarlo porque era verdad que Enrique podía leer en su rostro.
-        Me da rabia.
-       ¿Rabia? ¿El qué? ¿Que lo nuestro no llegara a buen término?
-        No, eso no. Yo sigo siendo yo, necesito mi libertad, soy feliz como soy.
-       ¿Qué, entonces? - preguntó él.
-        Que estuvieras equivocado y que sin mí te vaya mejor.
 
 

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