5/4/14

Prudencia



La cafetería estaba casi vacía. Retransmitían un partido de fútbol importante de la liga y la gente estaría en sus casas viéndolo. Más tarde, si ganaba el equipo local, el barrio se llenaría de grupos y lanzarían petardos hasta tarde pero ahora la noche estaba en calma y en el local sólo había dos parejas.
 
- Mejor así – dijo Ana- más tranquilos estaremos.
- ¿Un descafeinado?- preguntó Joaquín.
- Sí, porfa.
Al poco rato, regresó con dos cafés y una ensaimada para compartir. La cortó en unos cuantos trozos y vertió el azúcar en su taza. La miró sin hablar. No era fácil.
 
- ¿Te ha ido bien todo, hoy en el trabajo? – le preguntó ella al fin.
- Sí, como siempre. La verdad es que casi nunca hay sorpresas. ¿Y tú?
- Lo mismo. Alguna carta urgente para el comisionista en Alemania pero, por lo demás, la rutina de cada día.

Se habían conocido, ya hacía casi un año, en un seminario formativo al que habían asistido casi por casualidad a finales de febrero. Les tocó hacer un ejercicio práctico juntos y, cuando terminaron la clase, resultó que ambos debían tomar el mismo autobús.
- Ha sido un placer. Si acaso te llamo algún día, cuando nos den los resultados- le había dicho ella cuando él ya se levantaba para apearse en su parada.
- Claro- había contestado él sin entusiasmo.
Se llamaron seis o siete veces en los siguientes tres meses y, poco a poco, encontraron que la compañía que se hacían era agradable, que se hallaban a gusto el uno junto al otro y que se podían contar sus cuitas con tranquilidad y confianza. El amor, el ansia, llegó en verano porque el primer beso se lo dieron una tarde muy calurosa y la primera entrega, una noche llena de estrellas, después de una cena en una terraza del puerto. Se querían mucho, se lo decían con asiduidad y dormían junto dos o tres noches por semana.

 
- He pensado mucho en lo que hemos estado hablando este último mes- dijo Joaquín.
- Y yo- Ana bajó la vista y, casi inconscientemente, revolvió el café de la taza como si deseara endulzarlo aún más.
- No es fácil. –él tomó un pedazo de ensaimada.
- No, no lo es. ¿Estamos bien, no? – ella continuó dando vueltas con la cucharilla.- ¿Para qué hacer experimentos?
- Además, el trabajo no está para bromas.
- Cierto. Aunque hay muchos que están peor.
- Sí, al menos, nosotros tenemos un contrato fijo- Joaquín la imitó y revolvió también su café.
- Ya, pero nunca se sabe. Bajan las ventas o cualquier cosa, y te ves en la calle.
- Pero tendríamos dos sueldos – afirmó él.
- O uno, o ninguno. ¿Y vamos a estar de alquiler?
- Cómo ahora lo estamos… ¿por qué no después?
- Porque ahora cada uno tenemos un apartamento chiquito, suficiente para vivir solos pero, luego, necesitaríamos uno mayor, en mejor zona, más caro. Y si te casas, luego tienes hijos y todo eso. Sería más gasto, seguro.
- Ya, te entiendo.
-¿Y qué pasa si alguno de nosotros queda desempleado? El otro estaría obligado a sostenerlo. – afirmó Ana.
- Bueno, como cualquier pareja.
- Son cargas, Joaquín, responsabilidades. Yo te quiero pero no deseo que dependas de mí o depender de ti. Es por prudencia.
- ¿Prudencia?
- Sí, nuestras vidas van bien, nos queremos, tenemos todo controlado. ¿Para qué cambiarlo?
- Quizá tengas razón. Muchas parejas que yo conozco se han roto cuando se han ido a vivir juntos.
- Claro, es que la rutina lo mata todo, Joaquín. Lo bueno en pequeñas dosis, ¿no te parece?
- Sí, es posible. Quizá sea lo más prudente, sí. Para qué cambiar por cambiar es lo que estás pensando, ¿no?
- Eso es. Si ahora somos felices, ¿para qué arriesgar?
- ¿Pero, a veces, no tienes ansia de más, de compartir más, de saber cómo es vivir juntos?- él se acabó el café.
- Por supuesto, pero no quiero perder lo que ya tenemos. Lo mejor es enemigo de lo bueno, recuerda.
- No sé, igual merecería la pena el intentarlo.
- Sé sensato, anda. Sabes que el amor no aguanta los años. Les pasa a todos. Junta dos vidas y tendrás dos corazones rotos.
- Sí, quizá estés en lo cierto. Mira Juanma y Belén, se echaron los trastos a la cabeza en apenas quince meses.
- No quiero eso para nosotros, Joaquín. Sería una imprudencia, una locura sin sentido.
- Un riesgo innecesario, sí, te entiendo. La verdad es que en la vida y en el amor hay que ir despacio. Lo decía siempre mi padre.
- Un hombre sabio. - le hizo un gesto de complicidad.
- ¿Otro café, Ana?
- No,… ¿duermes en casa?
- Uhmmm – sonrió él.
Salieron y caminaron despacio. Ambos pensaron que eran prudentes. Ambos pensaron que eran cobardes.



 

3 comentarios:

  1. estimado escritor: accidentalmente pulse blog siguiente y te encuentro. Maravillas de la tecnología para nuestro placer literario. Mis saludos, desde SAN LUIS, ARGENTINA. De hecho, soy tu blog anterior.

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