26/2/16

Cena de aniversario



El boulevard Baroja estaba, a las cinco, repleto de transeúntes que intentaban llegar a su casa antes de que descargara la tormenta. Las nubes habían ido acumulándose desde el mediodía hacia el norte, tal como había anunciado el noticiero de la mañana, y la previsión era que llovería con fuerza anegando rápidamente el mal alcantarillado de la zona centro de la ciudad. Durante unos minutos intentó tomar un taxi pero los que pasaron por delante, aun con la bombillita verde iluminada, hicieron caso omiso de sus gestos. 

- Encima, llegaré tarde – se dijo a sí mismo, mientras se levantaba el cuello de la gabardina.

No le apetecía. A estas alturas, celebrar un aniversario se le antojaba ridículo. Uno festeja los días cuando significan algo, cuando le ilusionan o le traen memorias agradables. Y él no se sentía así. Estaba convencido de que a Gloria tampoco le apetecía mucho pero el qué dirán y la vigilancia siempre agobiante de los padres de ella que se apuntaban a la cena, hacían que siguieran reservando una mesa para cuatro en el Faros, un restaurante que, a pesar de su nombre marinero, estaba especializado en carnes y asados. Uno de los caros de la ciudad, ya se sabe que en estas ocasiones hay que aparentar felicidad gastando mucho. Debían estar allá a las siete y media, demasiado pronto para su gusto, pero es que, más tarde, hubiera sido imposible conseguir una reserva.

Entró en el apartamento justo cuando el cielo plomizo se cansó de aguantar la lluvia acumulada y la dejó caer con fuerza sobre las calles. 

- Hola -, alzó la voz mientras colgaba la gabardina en el armario del recibidor.

Nadie contestó. Recorrió rápidamente las habitaciones sin encontrarla.

- Lo que faltaba- pensó-, es igual. Me cambio rápido.

Se rasuró un poco, lo justo para presentar un aspecto más aliñado, se cambió de camisa y se puso una corbata, la roja con motas blancas que ella le había regalado hacía dos o tres años. Una leve mueca le asomó a la cara pensando en el paripé que representaba todo aquello.

Volvió a la cocina para beber un poco de agua y fue entonces cuando vio la nota.

Lo siento, Jaime. Me ha llamado Inés y no he podido evitar tener que tomar un café con ella. Iré directamente a Faros, te espero allá hacia las siete y cuarto. Mis padres llegarán también a esa hora. Esperadme sentados.

Refunfuñó, aunque no sabía el porqué. Le daba lo mismo ir sólo que con ella. Pensó que aquel teatro anual se le había enganchado demasiado a su ser. Sin creer en ello, le molestaba no seguir el ritual, cumplir con lo que los otros esperaban de él.

Llamó a la compañía de taxis y hubo de esperar veinte minutos. La teleoperadora le avisó que los servicios se le acumulaban y que no había vehículos disponibles en la zona. Se sentó en el salón y se sirvió una copita de coñac. Ayudaría a sobrellevar la velada.

Cuando llegó a Faros, Luis y Loli, sus suegros, estaban ya esperando. Les saludo con afecto, un abrazo a él, dos besos a ella.

- Gloria me ha dicho que llegará un poco tarde. Está con una amiga. Que le esperemos ya sentados en la mesa – lo expresó con un tono de disculpa, como protegiéndola.
- De acuerdo. Estoy hambriento- dijo Luis.

Mientras se acomodaban en una mesa cerca de un gran ventanal y esperaban el aperitivo, recordó las primeras cenas de aniversario, cuando las cosas marchaban bien. Le vino a la memoria la de hacía diez u once años cuando ella le golpeó con la rodilla por debajo de la mesa y le miró con aquellos ojos que él bien sabía qué significaban. Él fingió un mareo y, sin llegar al postre, se marcharon a casa, a descansar dijeron a los suegros. No descansaron y entre risas y varios gin-tónic dieron rienda suelta al calentón que les había llegado, de pronto, sin esperarlo, durante el primer plato. Serían las gambas, qué sabía él. Fue una noche maravillosa. Tan lejana ya, pensó. Por la mañana, Loli llamó varias veces preocupada por su salud y Gloria tuvo que reprimir la risa cada vez que contestó.

Jaime la vio llegar a través de la ventana. Estaba ya anochecido y la atmósfera estaba tintada con las chispitas coloridas que la luz de las farolas provocaba al descomponerse cuando atravesaba cada gota de lluvia. Bajó del taxi sonriente, feliz como hacía tiempo que no la veía. No pudo ver bien quién la despedía dentro pero, desde luego, ni era Genma ni era una mujer. Se trataba de un hombre, mediana edad, elegante hubiera dicho a pesar de que sólo fueron unos segundos. Ella, mientras se acercaba a Faros, no dejó de mirar hacia el coche que se alejaba. Cuando entró en el comedor, su expresión era risueña y amable pero ni mucho menos la que tenía dos minutos antes cuando bajaba del taxi.

Saludó con la mano, besó a sus padres con afecto y a Jaime con despego.

- Me tenéis que perdonar, pero ya conocéis a Genma. No para de hablar, es un baúl de anécdotas. 
- ¿Y cuál es la última? – preguntó Jaime con evidente mala intención.
- Que se va de vacaciones a  Nueva York el mes que viene. Tiene problemas para conseguir el ESTA, ya sabéis el visado electrónico ese….- repuso ella sin atisbo de duda, lo que le dio a entender que había preparado la excusa con anterioridad.
- ¿Lo has pasado bien?- volvió a preguntar Jaime.
- Maravillosamente- contestó Gloria y él supo que, esta vez, decía la verdad más absoluta.

La cena- una sopa de marisco que resultó deliciosa y un tournedó a la pimienta también excelente- dio para una conversación intrascendente pero intensa en donde Luis y Loli apenas les dejaron hablar, algo que ambos agradecieron. Tras el segundo plato, Loli agarró la mano de su hija y como disculpándose les dijo:

- Ya sabéis que tenemos que irnos pronto. Lo siento de veras. Tu padre ha cogido entradas para esa dichosa película tan de moda. A las diez. Pero quedaos, quedaos. Tomaos el postre con tranquilidad.
- Por nosotros, - balbuceó Jaime- no hay problemas. Podemos irnos todos. Así no sigo engordando- trató de ser simpático.
- Ni por lo más sagrado- cortó Luis-. Venga, quedaos un rato. El pastel de chocolate caliente está delicioso. Un día es un día. Además, es vuestro aniversario, tenéis que disfrutarlo.
- Sí, tu padre tiene razón-agregó Loli mientras se levantaba-, es vuestro día. ¿Te llamo mañana para ir a ver a tía Marisa?
- De acuerdo, pero no antes de la doce, ¿vale?

Se quedaron frente a frente, algo que probablemente ninguno deseaba, mirándose más con extrañeza que con desafecto.
- ¿Postre?- dijo ella.
- No, una copa. La necesito – contestó Jaime.
- Que sean dos. ¿Coñac?

Tomaron el licor lentamente, poco a poco, a sorbitos, sin hablarse, mirándose. Jaime pensó que realmente estaba hermosa. Quizá era por la luz de las lámparas vienesas que decoraban Faros, se dijo, para evitar pensar en la verdadera razón por la que a alguien se le ilumina el rostro.

- ¿Genma, no?- dijo por fin, armándose de valor.

Ella no contestó. No era necesario hacerlo. Tampoco bajó la vista. Mantuvo sus ojos en los de él. No había ningún atisbo de rechazo ni de reproche. Le miraba de una manera intensa y extraña.

- ¿Por qué me miras así?- preguntó él.
- No sé. No sé qué decir. No sé siquiera si hay algo que decir. Tú ya sabes todo, me parece.
- ¿Recuerdas la noche en que fingí que me encontraba malo? – ahora él sí que bajó la vista, con una vergüenza tierna.
- Fue una noche preciosa - contestó ella mientras apuraba lo que le quedaba de coñac.
- Que no repetimos.
- Que no repetimos.
- ¿Eres feliz? – preguntó sabiendo que la cuestión nada tenía que ver con él mismo.
- Sí – contestó ella, sabiendo que la respuesta nada tenía que ver con él.
- ¿Tanto hemos cambiado? – volvió a mirarla a los ojos.
- Quizá nunca nos conocimos bien.




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