25/5/17

Los estudios de Karl Augustus Von Hausenbulf sobre la sincronización del dormir






El azul brillante del cielo le molesta. Mira el libro que lleva en la mano y lo aprieta con fuerza. Sí, el libro de ese autor alemán que más le hubiera valido conocer antes. Desde hace semanas, es como su misal. Allí está toda la explicación. Lástima que no lo hubiera leído hace años, que no se lo hubiesen recomendado en la biblioteca.

Le jode que la primavera haya llegado, porque estas cosas, las separaciones, son más propias del otoño o del invierno, cuando uno se queda en casa, y fuera llueve, y el escenario parece acompañar la melancolía que a uno le agobia. La vida debería ser más sensible con estos detalles, porque ponerte la zancadilla justo cuando el mundo renace es una canallada. “Un poquito de por favor”, un poco de piedad…. pero no, tenía que ser cuando el parque está más verde, cuando las parejas se besan al aire libre, cuando la luz aumenta cada día. Además, -  y seguro que ella no lo había hecho adrede - , es que, para más fastidio, ella se va para siempre el día de su octavo aniversario. Vamos, ni a propósito, como para jugar al euromillón y ganar tres veces seguidas.

- ¿Celebraremos el aniversario con una cena íntima? – le había insinuado él.
- Ay!, cuánto lo siento – le había contestado ella -, me voy de viaje con unos amigos ese mismo día. Otra vez será.  - Afortunadamente, no tenía un espejo delante porque hubiera sido penoso verse la cara de gilipollas. 

La envidia. La nota tan feliz, tan renacida, tan contenta. ¿Dónde se separaron? No lo sabe, es tan tonto que no se percató del momento exacto donde se rompió el hilo. Ensimismado, siempre orgulloso de amarla, embobado cada vez que la miraba, no había sentido ese instinto que tienen los buenos timoneles, esos que otean el horizonte, ven la nubes plomizas que se acercan y giran un poco el timón, lo justo para encauzar la ruta del navío. Él, no, directo contra los arrecifes y, encima, cantando sobre la proa como un marinero ebrio. Más idiota no se puede ser.

Ahora sabe que debió atender a cómo dormía. Si hubiese leído antes el libro hubiera estado atento, presto a actuar. Sólo que ha encontrado el sesudo estudio del tal Doctor Karl Augustus Von Hausenbulf, un alemán al que imagina bigotudo y unicejo, demasiado tarde. Aquel investigador decimonónico había experimentado durante meses con un nutrido grupo de parejas enamoradas y había concluido que todo el secreto del amor duradero se escondía en la sincronización del sueño, en la sincronía de las fases durmientes. Fíjate por dónde, una tontería como esta, que había pasado desaparecida a psicólogos y  coachers es la clave de cualquier relación. Pero él, un inútil, no ha sabido hacer caso a este indicador tan preciso. 

Bien lo explica el teutón en la página cuarenta y cuatro: “la relación amorosa sólo es posible cuando los ritmos circadianos de los sujetos están en fase mientras que estando en oposición, la ruptura es segura”. Al leer el libro, se ha saltado todas las fórmulas que lo demuestran matemáticamente pero se ha quedado con el dibujito de dos ondas bailando entre ellas. Si los enamorados duermen a la vez, fenómeno. Como uno duerma y el otro vele, date por muerto. 

Al inicio, cuando todo empezó, cuando hablaban durante horas y cuando la distancia era una simple anécdota, él dormía mal, pero de felicidad. Le costaba conciliar el sueño porque se tumbaba en la cama, boca arriba, con una sonrisa de tontaina y recorría la silueta de su rostro y de su cuerpo con la imaginación, hacía planes para toda la vida y sentía un cosquilleo en el pecho que le daba más oxígeno que el aire más puro. Según los estudios de Von Hausenbulf, ella debía estar durmiendo de manera parecida, entusiasmada, feliz.

Luego, llegó la plenitud, las noches románticas, las charlas íntimas e interminables, el compartir un vaso de vino en el balcón, - la recordaba en albornoz, en la madrugada, fumando un pitillo bajo Casiopea, hermosa, maravillosa; o aquella vez que fueron a ver las olas- . Entonces, en ese dulce tiempo, les vencía el sueño al unísono y se despertaban con el mismo trino de una alondra. Exactamente como Herr Doktor lo había previsto, esa “sincronización de la vigilia con desviación típica de seis sigma” que escribía en su libro. Joder, qué frase más acertada. 

Más tarde, y es aquí donde él no estuvo alerta, donde siguió ensimismado en su sonrisa, en su boca, en su tacto, en creer en un para siempre, ella debió – de acuerdo a lo que afirma Hausenbulf - comenzar a despertarse por la noche, a sentirse intranquila, quizá sin saber por qué, a pensar en cárceles, en otros mares, en cielos más azules, en ferias llenas de farolillos y guitarras, en instantes apasionados. Él quizá lo sospechó e intentó crear momentos, aventuras, interés, pero el desfase del dormir ya había hecho mella en ella y la hacía rechazar todos y cada uno de los planes.

Y, ahora, aquí, en plena primavera, el diagnóstico del cabrón de Von Hausenbulf, la última fase del proceso, se ha cumplido. Ahora, el ritmo de los dormires se ha invertido, ha pasado de la sincronización a la inversión de fase. Ahora, ella, se siente libre, ya no siente dolor o compasión por el cadáver dejado en el camino, respira, duerme a pierna suelta. Él, ya no duerme apenas. Le da vueltas al coco, se siente un imbécil; a ratos utilizado, a ratos un fracasado; unas veces agradecido por lo vivido, otras despreciado; la cama se ha vuelto de pronto gigantesca y hace frío, mucho frío, unos palmos más a la izquierda. Tiene miedo.

Qué jodido Von Hausenbulf. Dio en el clavo. La inversión de fase del sueño. Fíjate por dónde, quién lo hubiera dicho. 

Piensa que la primavera y el Herr Doktor se han confabulado contra él. Sabe que, cuando llegue la noche, se cumplirá la regla de las fases. Él, mirando al techo, sintiéndose un gilipollas; ella boca abajo, roncando. 

Se sienta en el parque y abre el libro por el último capítulo donde el autor cuenta que sus muchos intentos para recuperar la sincronización en el dormir, una vez que se ha producido el desfase, fueron todos un fracaso. Imposible. Los biógrafos de Herr Doktor Karl Augustus Von Hausenbulf cuentan que poco antes de morir, constatando que el desfase era irreversible, murmuró:

- Die große Katastrophe



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