21/7/17

Llamadas telefónicas




Antes de descolgar el teléfono, Lidia comprobó el número en la pantalla. Al ver que era su amiga Nerea, pulsó la tecla verde.

- Hola, Nerea, ¿Qué tal?
- ¿Cómo estás guapa? – contestó su amiga. Se la escuchaba lejos. Mala cobertura.
- Bien, ¿cómo quieres que esté?
- Hombre, una no deja todos los días al tío con el que ha compartido tantos años.
- ¡Ah!, te refieres a eso. – Lidia contestó con despreocupación.
- ¿Qué tal te encuentras? ¿Cómo lo llevas?
- Bien, bien. Me siento tranquila, bien conmigo misma. Me he quitado un peso de encima.
- ¿Seguro?
- Sí, no es lo mismo que te dejen que dejar. Esto siempre es más fácil.
- Es un mal trago, sea lo que sea – replicó Nerea.
- Sí, de acuerdo, pero son dos días. Es lo que se dice, ¿no?, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. De veras, me siento muy bien, sin ninguna añoranza de lo pasado, tranquila.
- ¿Y por qué lo mandaste todo al cuerno?
- Por aburrimiento, me parece. ¡Yo qué sé!, eso nunca se sabe. Es un sentimiento de cansancio, de asco, de necesitar ver diferente, pensar diferente, sentir diferente, de vivir momentos intensos, no una rutina que mata. Quizá lo que quiero es volver a enamorarme.
- Aunque digas que no.
- Aunque diga que no- remachó Lidia-, ya sabes, el corazón tiene razones que no entiende la razón.

Se escuchó el pitido de la tetera. El agua estaba caliente. Con el teléfono sujeto entre el hombro y el rostro, Lidia vertió el agua en una taza e introdujo una bolsita de infusión de regaliz. 

- ¿Y él, qué tal está? – preguntó Nerea.
- Aparentemente mal. Le llamo de vez en cuando y, la verdad, es un coñazo. Que si me quiere; que para qué le llamo si, total, siempre volvemos al mismo punto; que le abandoné sin siquiera hablar con él; que no quiere importunarme; que se le ha caído un mito, decepcionado su confianza; en fin, las chorradas esas que dice un tipo cuando no es capaz de entender que simplemente una no está ya enamorada de él, que esto se tiene o no se tiene, sin explicaciones, sin motivos. ¡Qué más quisiera yo ir a comprar una pócima del enamoramiento en la farmacia, tomármela y disfrutar de tres meses de mariposas en el estómago! Pero, joder, la vida no es así. Y él parece que no lo quiere entender. Más le valdría que pensara por qué es tan moñas y aburrido. Vale, de acuerdo, a mí se me ha pasado el encantamiento pero algo habrá tenido que ver él también, ¿no? – explicó Lidia.
- Siempre te dije que no era hombre para ti. Eráis mundos aparte. Nada que ofrecerte. Un muermo.
- Ya, pero te vuelves loca y te vuelves loca. No es explicable. Ocurre y ya está. Y, del mismo modo, sucede lo contrario.
- Pues no le llames, ¿no? – insistió Nerea.
- Pero a mí me gustaría saber de él. Oye, hemos convivido durante años, somos algo más que amigos circunstanciales. ¿Es que no se puede ser amigo tras una relación de pareja?
- Ya sabes que no. – la voz de Nerea sonó segura y afirmativa.
- Eso dice él. Que qué me va a decir aparte de que sigue enamorado y que está jodido. Que para decir eso y hacerme daño, mejor no hablar. Porque, repite y repite, que como me quiere aún, no desea que yo lo pase mal. Al menos que uno de los dos sea feliz, dice el muy cabrón.
- ¿Y no crees que tiene razón?
- No, ¿por qué no saber de nosotros? ¿Por qué no contarnos todo como antes? 
- ¿Por qué? – Nerea rio- ¿Quién es la moñas, la de cuentos de hadas, ahora? Pues porque hay cosas que sólo le cuentas a la pareja con la que follas y te abrazas a su cuerpo después. Y no te vas a la cama con un amigo cualquiera, sino sólo con "el- a-mi-go" - ralentizó el ritmo al pronunciar cada sílaba- . Hay un salto enorme entre abrazarse desnudos bajo las sábanas y contarse confidencias, o no hacerlo. Para hablar de cosas íntimas, o estás en la cama o estás borracha. ¡Que no tienes 20 años!
- Ya, ya sé,  lo de que el sexo une y todo eso. Pues será que soy ingenua pero yo creo en la amistad sin más.
- ¿Seguro?
- ¿Por qué ese tonito de mofa? – Lidia sorbió de la taza que olía intensamente a regaliz.
- Porque lo que yo creo es que eso de la amistad te importa un bledo. Lo que no quieres es sentirte mal porque él está mal, no quieres sentirte culpable de haberle dejado, de no haber hablado con él, de no haberle dado una oportunidad. Lo que te jode es dejar cadáveres en el camino porque eso te hace mirar atrás. Eres muy zen, tú. – afirmó Nerea.
- No es eso… - Lidia titubeó.
- Bien sabes que sí. Le llamas para consolarte tú, no para consolarle a él.
- Pero le consuelo porque lo hago de corazón.
- Ya sé que le consuelas. Porque el muy pardillo sigue enamorado de ti. Y lo seguirá estando, sin superarlo, mientras tenga la mínima esperanza.
- Este es muy pelma, muy pegajoso, eso te lo garantizo. No había conocido a nadie tan garrapata. Se te adhiere y no lo sueltas ni con agua hirviendo.
- ¿Así que vas a seguir llamándole?
- No sé, no lo sé. La verdad es que cada día me da más pereza hacerlo. Llamas y te sabes de memoria y por adelantado, el rollo que te va a soltar. Aunque, hay días que se esfuerza y me habla sólo del trabajo o de política. Pero, vamos, le noto a la legua que está haciendo teatro y que está pensando en lo de siempre.
- Como poner un CD, ¿no? Te sabes la copla de memoria – Nerea rio con ganas.
- Sí, coplas de amores a lo Manolo Escobar . Aunque, mira, no. Este es mas de Sabina porque me repite eso de que no quiere ser de la cofradía del santo reproche – Lidia le acompañó en la sorna.
- No sé qué decirte. Tampoco voy a aconsejarte que cortes toda comunicación, lo hagas por ti o por él. Igual es cierto que le gusta oírte aunque lloriquee. Quién sabe lo que pensará de veras. En fin, la compasión y la caridad son virtudes cristianas. Tómalo como un deber de auxilio al desamparado.
- Un lío, Nerea, Un lío. No se sabe cómo acertar. 
- Bueno, ya sabes que yo estoy contigo para lo que quieras. – Nerea sonó afectuosa.
- ¡Joder, eso es lo que le digo yo a él, casi la frase idéntica! 
- ¿Y qué te dice? – preguntó Nerea.
- Que miento, que no estoy para lo que él quiera porque, en lo que le resulta más importante, ya me he ido y lo he dejado sin esperanza de regreso. Que estoy para las chorradas.
- No le falta razón al desgraciado. – concluyó Nerea- . Oye, cambiando de asunto, ¿sabes qué le ha pasado a Mari Jose en el trabajo?

El sol se ponía. Mientras charlaba con Nerea, Lidia terminó la infusión y colocó los pies sobre la otomana. Había pensado en llamarle más tarde pero, ¡qué coño!, vaya pereza, y la tarde estaba para disfrutarla.




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