28/5/07

¿Invasión? - Capítulo 9




Los interminables carriles flexaban bajo el peso del rojo y plateado Talgo.

En el cuarto vagón, sentado junto a una de las ventanillas, Simón había logrado calmarse un poco pero, ahora, sentía un instinto vengativo que nunca antes había pensado poder tener. Recordó que ni siquiera había explicado a Rosa el porqué de aquella partida inesperada. La volvió a ver, con su abrigo azul, sobre el andén despidiéndole con más asombro que tristeza.

El día 31, uno antes de que se cumpliese el plazo, los diarios matutinos de la capital imprimían sus primeras páginas con los últimos acontecimientos en las relaciones USA – URSS. Todos ellos se hacían eco del temor que flotaba en todas las ciudades ante la llegada del día 1, temor agigantado por la tensión entre los grandes.

Simón descendió en la ciudad hacia las 8:00 de la mañana. En realidad, no sabía a quién dirigirse, así que puso rumbo hacia la Central de Policía.

Bastaron unos pocos minutos y unas cuantas llamadas telefónicas para que el comisario jefe enviase a Simón, junto con un oficial, hacia la calle de La Luna, cerca de la iglesia de las Mercedarias. Sólo hacía un año que allí se había establecido un centro especial de información, dependiente únicamente de los servicios de información del Estado. En realidad, el comisario jefe no hubiese creído nunca la historia de Simón si este no hubiera pertenecido al ISP, cuerpo al que se le suponía una credibilidad eleveada.

Aparentemente, la central de la calle de La Luna era un edificio más, bastante deteriorado que, por supuesto, no delataba ningún rasgo característico. Justo enfrente se hallaba un hotel residencia “inaugurado conjuntamente” y que servía de tapadera pues nadie esperaba encontrar una central de inteligencia frente a un diario trasiego de gente más que notable. El único indicio que podía llamar la atención era una extraña antena que sobresalía por entre dos chimeneas del edificio.

El oficial que había acompañado a Simón le hizo entrar con cierto disimulo. Naturalmente, el automóvil en que viajaron era de serie, absolutamente vulgar.

- Avisaré de que hemos llegado, señor santos – dijo el policía.
- Muy bien – respondió Simón.
- Le ruego que no oponga resistencia a lo que se le pida – el oficial hablaba con un cierto tono autoritario, sin duda intencionado.
- Por supuesto.

Tras ser paseado a través de varias pantallas semejantes a las que se utilizan en los aeropuertos para detectar armas, llegó al fin a la puerta de la oficina principal.

- Entre, por favor- se oyó antes de que hubiera llamado.
- Debe de haber circuitos de televisión – pensó Simón. Dudó un instante y entró.

La sala era espaciosa pero, en proporción, poco amueblada. Una gran mesa se situaba pesadamente sobre la parte izquierda. Una pequeña estantería, repleta de libros, y unas cuantas sillas desperdigadas aquí y allá completaban la decoración. Simón miró hacia la mesa y vio, tras ella, al que supuso como jefe de todo aquello.

Era un tipo bajo, con una incipiente calva, vestido con un traje gris azulado y una falsa sonrisa que le daba un aspecto de vendedor a domicilio muy acentuado.

- Buenos días… señor…? – se presentó Simón.
- No importan los nombres – le respondió- Me informan desde la Policía que tiene valiosa información referente a los últimos y desagradables sucesos internacionales.
- Así es – afirmó Simón.
- Bien, explíquese –le hizo un gesto para sentarse.

Simón se acercó una silla y explicó sus sospechas. Primero, empezó lentamente, nerviosamente, sin acertar en sus palabras pero, después de un rato, se había serenado y parecía, incluso, locuaz.

- Bien, señor Santos – dijo su interlocutor- Creo que se preocupa por nada. Todo esto está muy bien pero reconozca que se ha dejado llevar por los nervios. Creo que debería tomarse un descanso. ¿Por qué no se queda unos días en Madrid?

Simón quedó sorprendido. Los buenos modales y la eterna sonrisa de aquel hombre no podían ocultar su deseo de echar tierra a sus sospechas.

- Pero ¿no van a hacer nada? ¿No me cree, acaso? – preguntó Simón.
- Sí, claro que le creemos, señor Santos, pero en las actuales circunstancias no consideramos que esas sospechas sean suficientes para …

Santos sintió esa desagradable sensación que produce el que alguien otorgue la razón como si fuera un loco peligroso. Casi gritó.

- Pero, es un gran complot. Ha muerto un hombre por ello. ¡González es un espía! ¡Escúcheme!
- Le he de pedir que se calme, señor Santos. Compréndalo. Sus sentimientos personales le hacen ver fantasmas. Confíe en nosotros.

Por la mente de Simón pasó una idea que intentó rechazar pero que, a los pocos instantes, se impuso.

- ¿Y si es también un agente? – pensó - ¿por qué, si no, iba a defender a González?

De un golpe, se levantó de su silla y se volvió hacia la puerta

- No creo que esto no sea importante- dijo, mientras agarraba el pomo de la puerta- …iré a otro sitio. Saldrá la verdad….
- ¿De veras, señor Santos? Inténtelo, ande, inténtelo.

Aquellas palabras golpearon el cerebro de Simón. Su razón se nubló por un instante. Intentó recordar quién se las había dicho antes… ¡sí!...había sido González, cuando salió de su despacho. Lo vio nuevamente con aquella sucia sonrisa burlona. Simón giró sobre sí mismo con lentitud, con miedo, y miró fijamente al que suponía, ya, como otro agente espía. Observó sus ojos, grises como las nubes bajas, que parecían muertos, impasibles; vio sus dientes siempre contorneados por aquella sonrisilla que pretendía ser agradable; vio su…. Sus ojos retrocedieron hacia la nariz del desconocido. ¿Un temblor de nariz? Poca gente tiene tal temblor. Y él se había encontrado con dos en muy poco tiempo. Una escalofriante sensación embargó a Simón.

- Qué casualidad – pensó – Pocos hombres tienen este temblor….pocos hombres….pocos ¿hombres?.....¿hombres?
- ¡Así que es verdad! – gritó Simón, como si entrara en un túnel sin fin.
El desconocido se dio cuenta de que Simón había notado el balanceo de su nariz. Su sonrisa desapareció.

- Es usted más observador de lo que suponía, señor Santos.
- Martín tenía razón. El creía en la invasión…él creía – Simón balbuceaba; se hallaba demasiado ofuscado para reaccionar. Bajo la vista – pero…. Pero, ustedes dijeron que sería mañana, el día uno.
- ¿De veras?

Simón se sintió en peligro. Corrió hacia la puerta con el miedo tras él, acosándole. Tiró del pomo pero nos e abrió.

- ¡Abran! ¡Abran! – gritó – ¿Me van a matar, verdad?...¡no!
- ¿Matar? – pareció extrañado- ¿por qué? ¿Por qué íbamos a hacer tal cosa, señor? Si le hiciésemos desaparecer la gente se preguntaría la causa y nosotros no deseamos que nadie se pregunte nada. ¿Me comprende, señor Santos?
- Pero la gente sabe que están aquí – balbuceó Simón- No podrán salirse con la suya.
- No, amigo mío. Creen que vendremos… mañana… Pero no será así. Usted sabe que nada sucederá. Sólo debemos esperar. No somos tan salvajes como ustedes. Nosotros no matamos. Nos contentamos con dirigirles a nuestra voluntad.
- ¡No! ¡No!, ¡La gente lo sabe!...¡Tenemos defensas!
- Sí, lo sabemos muy bien. Desafortunadamente, una de nuestras naves se topó con uno de sus satélites y tuvimos que destruirlo. Lo hicimos gracias a los informes de su oficina – sonrió esperando la reacción de Simón.
- Martín tenía razón- escondió su cara entre las manos y se dejó caer en la silla.
- Como ya sabe usted, nos las apañamos para disparar desde un punto situado entre la Tierra y el satélite. Así, todos creyeron que ustedes mismos se atacaban.
- ¡No puedo creerlo!... ¡Extraterrestes! … - rió histéricamente – No…ustedes son espías de algún país. ¿Cómo se han infiltrado? ¿Cómo?
- Es usted curioso, señor, demasiado curioso, pero me alegra que no nos crea extraterrestres. Esto nos facilita las cosas. Nos costó introducirnos en la política de los terrestres. Afortunadamente para nosotros son ustedes incompetentes en cuando consiguen el poder. Entonces, la gente que les ha elegido se vuelve contra ustedes y miran hacia otros grupos, grupos nuevos… ¿Ha visto usted a alguien más nuevo que nosotros? ¿Qué cree que pasará cuando pase el día 1 y no ocurra nada? ¿Cómo se explicarán esos terribles gastos que han hecho?

Simón se irguió.

- Lo diré todo por la calle. ¡Todos lo sabrán!
- Muy bien, señor Santos. Puede empezar ya… - calló unos segundos- ¡ah!..pero, tenga cuidado. Hemos comprobado que entre los terrestres no son bien vistos los visionarios, Sentiríamos mucho que le ocurriera algo por nuestra culpa – un asqueroso sentimiento de superioridad se reflejó en aquel individuo.




Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.




26/5/07

Soneto





¿En dónde está tu imán, amada mía,
que al instante de haberte conocido
pareciome que todo lo vivido
antes de verte, desaparecía?

¿Qué tienen tu sonrisa y tu alegría,
tu hermosura y tu pelo encanecido?
¿Cómo es que en tus labios he discernido
que antes de ti, mi amor, yo no vivía?

¿Cómo logras que entre nosotros fluya
este río de estrellas de ternura?
¿Cómo consigues que jamás rehuya

tu contacto, y que sienta la premura
de sentir tu piel, que ya no es tuya,
eterno manantial de tu dulzura?

24/5/07

¿Invasión? - Capítulo 8


El día 28, París amaneció nublado, con un frío poco acogedor. El azul usual del Sena aparecía casi verde, asemejándose a un mar. Los pocos rayos solares que se filtraban a través de la capa nubosa, la composición de esta y los caprichos de las refracciones y reflexiones, eran los culpables,

No lejos de allí, en un edificio cercano a la embajada americana, esperaba Roberstue impacientemente. Lebedev entró unos veinte minutos más tarde con aspecto cansado. Ambos hombres habían concertado esta entrevista directamente, por teléfono privado. Habían elegido aquel edificio neutral para no despertar sospechas en los periódicos que, ávidos de noticias, siempre rondan las embajadas importantes.

- ¿Cómo está usted, mariscal? – preguntó amablemente Roberstue al verlo entrar en la sala. Sólo estaban ellos dos y los intérpretes.
- Muy bien, señor Presidente. Gracias. Si no le molesta, le agradecería que fuésemos directamente al asunto – contestó Lebedev.
- Por supuesto, mariscal – asintió Roberstue.
- Bien, primero he de decirle que, personalmente, creo en usted. No creo que su país haya abatido nuestro satélite. Pero, señor, créame, otros miembros del Politburó no me secundan. Están incitando continuamente a los miembros que me apoyan para que cambien de bando. Han presentado una propuesta para que la Unión Soviética deshaga la alianza con su país y afronte la amenaza extraterrestre por sí sola.
- ¿Pero qué puede hacer un solo país? – dijo Roberstue.
- Nada, por supuesto. Pero es que no están tampoco muy convencidos de que sea cierta tal amenaza.
- ¿Y las señales?
- Nadie está seguro de nada, señor presidente – dijo Lebedev-. Unos creen que las emisiones podrían provenir de una satélite americano y otros que sus equipos informáticos nos han mentido. Si no cambian mucho las cosas, temo una caza de brujas en sus embajadas.
- ¿Buscando espías? – preguntó Roberstue.
- Por supuesto. Por otro lado, ya sabe usted la situación interior del Gobierno soviético. Las luchas de sucesión son duras.
- ¿Y usted? – una pregunta curiosa que quizá Roberstue no deseaba hacer.

Lebedev sonrió.

- No añoro tal cargo. En cuanto se elija al presidente, yo dejaré mi función política. Temo, señor presidente, que nuestra cooperación está terminando. En cuanto comiencen las deliberaciones, es posible que se rompa el tratado.
- Pero, ¿Por qué? ¿Cuándo se iniciarán?
- Bien, muy posiblemente, mañana. Pero durarán, al menos, hasta el día 2 o el día 3. Puede que para entonces todo haya acabado – Lebedev pensó en la invasión.
- Sí, quizá – asintió Roberstue- ¿quién cree que podrá salir elegido?
- No lo sé- contestó Lebedev. Como sabe, desde 1982 puede serlo cualquiera, aún cuando no tenga un alto grado en el Partido. Las disputas son feroces y seguramente muchos preferirán apoyar a un desconocido antes de que sus enemigos tengan siquiera la posibilidad de conseguirlo aunque esto, claro está, acabe con sus propias bazas de lograrlo a su vez.
- Ya veo. De todos modos, le pido que haga todo lo posible…
- Por supuesto. Pero es casi imposible. Ese Cosmos 2007 ha sido nuestra ruina- contestó un tanto desalentado Lebedev.
- Pero, ¿Y, si como creemos, el día 1 pasa lo que tememos?
- El destino dirá, señor Roberstue.

Veinticuatro horas después, unas cuatro horas después de iniciadas las deliberaciones de los soviéticos, periodistas de todo el mundo bloqueaban las centralitas de las embajadas rusas y americanas recabando noticias sobre la recién anunciada ruptura de relaciones de cooperación con la defensa mundial.

Gran Bretaña, España, Francia y Alemania Occidental asistían a todo aquello como meros convidados de piedra.

En Francia, Boileau expresó todas las palabras mal sonantes que aparecen en el diccionario galo. Los representantes español y alemán no sabían qué hacer con todo lo montado en Calar Alto. Gran Bretaña protestó oficialmente ante los dos grandes y luego calló.


Hacia las 12:00 del día 30, Simón Santos leía las noticias sobre la ruptura de relaciones. Aquello le aseguraba más y más en su teoría de juego político entre las potencias. Desde luego, algo sucio estaba escondido.

Desde el día en que enterraran a Martín, había estado vigilando al director González. Incluso, en dos ocasiones, le había seguido hasta su casa que resultó ser un edificio muy próximo a la propia oficina de Correros.

- No le será difícil entrar aquí por las noches – pensó Simón- y dedicarse a copiar documentos.

Estaba convencido, ya, de que las sospechas de Martín era ciertas, no en lo referente a la invasión, pero sí en lo del espionaje. Sin embargo, aún no se había decidido a denunciar a González.

Unas horas más tarde acabó de revisar un rutinario informe y se levantó para llevárselo al director. Paró ante la puerta y notó una mezcla de retraimiento e ira. Tocó dos veces en la madera y entró. González estaba allí. Vio su bigote, su pipa y aquel inseparable temblor del lóbulo de la nariz.

- Aquí tiene el informe, señor.
- ¡Ah!, sí – repuso indiferente González- Por cierto, ¿ha terminado ya de revisar el envío sobre Calar Alto?
Simón empalideció. No se lo había mencionado aún al director. Este no podía saber nada de ese documento. Y, sin embargo… No pudo contenerse.

-¡Así que era verdad! ¡Es usted un espía!
- ¿Qué? – preguntó extrañado González.
- Lo sabía, lo sabía ….se ha delatado…¡Es usted un asesino!
- ¡Le recuerdo que soy su superior! – le gritó González.
- ¡Me importa un bledo!...usted…usted no podía saber lo de Calar Alto…. Ha tenido que verlo a escondidas, cuando yo no estaba…usted mató a Martín – Simón, totalmente fuera de sí, casi sollozaba – Esto no quedará así, maldito…¿Sabe? …¿sabe lo que voy a hacer?....¡Denunciarle!...¡Sí!....¡Denunciarle!

- ¿De veras, señor Santos? – una sonrisa burlona alumbró los labios del director- Inténtelo, ande, inténtelo.

Simón golpeó con fuerza la puerta cuando salió. No cogió el abrigo. Bajó a la calle y corrió hacia su casa.

- Iré al Ministerio central….verá de lo que soy capaz – pensó

El tren para Madrid que llevaba a Simón dejó la estación a las 22:50 del día 30 de enero.















Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.



9/5/07

¿Invasión? - Capítulo 7


Las gruesas maromas aflojaron bruscamente su tensión cuando el féretro apoyó sobre la arcilla que conformaba el fondo del nicho mortuorio.

La naturaleza no se había sumado al dolor que sentían los allí reunidos pues era un día soleado, con un fresco vientecillo que acariciaba las ramas de los álamos del Campo Santo, el cual se llenaba de trinos y rumores de hojas.

Rodeando el nicho se hallaban varios amigos de Martín a los cuales Simón no conocía. Un poco más allá, como escondiéndose entre la masa de acompañantes, con el rostro inclinado hacia el suelo, estaba el director González que parecía apenado.

- ¿Sabrá este que ha sido la causa de la muerte de Martín? – se preguntó interiormente Simón.

El sacerdote pronunció las últimas palabras de la liturgia mortuoria y los presentes comenzaron a salir del triste recinto. Uno de los últimos fue Simón. En su cerebro se repetía el martilleo de las últimas palabras de Martín. No es que le preocupara la promesa que le había hecho pero se preguntaba cómo un hecho que a él le parecía tan insignificante hubiese podido acabar con Martín.

- ¿Quizá?... quizá sabía algo más de lo que pudo decir – pensó – pero ¿qué?

Sobre el serpenteante camino que descendía desde el cementerio, el polvo se acumulaba y los zapatos de los que por allí transitaban iban adquiriendo un tono grisáceo. Un poco más abajo, a la derecha, se veían los primeros tejados del centro de la ciudad.

Simón descendía despacio con aire despreocupado pero, en realidad, comenzaba a sentirse inquieto por los acontecimientos. Luchaba afanosamente contra esta inquietud, máxime cuando su razón le repetía una y otra vez lo inaudito de todo aquello. Sin embargo, en Simón se estaba engendrando un cierto temor que aumentaba su suspicacia. Por su memoria pasaban, ahora, actos y palabras del director, todas intrascendentes pero que le parecían tomar un nuevo carácter.

- Aquella vez que se mostró tan insolente con Martín por no haberle informado del contenido de una de las cartas – pensó con alguna indignación---- ¿Y si fuera verdad eso de que es alguna clase de espía?...¿y de qué país?


Su otra conciencia, las más racional y sensata, se opuso inmediatamente a tal historia. Simón dejó escapar una sonrisa que molestó a un joven cercano, el cual se sintió aludido.

-¡Espías!...me estoy dejando influenciar por las películas – volvió a sonreír.

Su lento meditar le había llevado a la orilla del río. Paseaba, ahora, bajo arbolitos espaciados regularmente. Al otro lado del cauce se veían antiguos edificios que, actualmente, albergaban alguna que otra embajada. Había pasado muchas veces, a lo largo de su vida, por aquel lugar; había visto muchas veces las banderas de los consulados pero, por primera vez, sintió un inexplicable recelo al mirarlas.

- ¿Y si fuesen verdad todas esas historias de espías que de vez en cuando aparecen en los periódicos? – recordó algunas expulsiones espectaculares de embajadores.


Realmente nunca las había tomado muy en serio. Siempre había pensado que se trataba de simples argucias políticas que servían para aliviar tensiones en las relaciones entre los países. La duda, sin embargo, se le estaba enroscando en su mente, lentamente, asfixiando su razón, como las serpientes gigantes que ahogan a los exploradores de las selvas amazónicas.

Nerviosamente, sacó su paquete de cigarrillos. Escogió uno y lo llevó a sus labios. Dio un par de golosas chupadas y exhaló en humo con un suspiro perceptible, Miró, otra vez, hacia el otro lado del río. Se paró y se apoyó sobre la barandilla.

- Realmente… realmente, fue raro el nombramiento de González. Nadie le conocía – pensó- …dicen que ni siquiera el ministro. Incluso comentan que era nuevo en su partido…. ¿Y qué tiene que ver todo esto? – recapituló - …yo también llevo poco tiempo y no por eso tengo nada de sospechosos.

Nuevamente afloraron a su conciencia las imágenes de la muerte de Martín. Le vio, otra vez, tendido en el suelo pidiéndole a gritos que denunciara a González como espía de los invasores.
Le vio aferrándose con sus dedos a la vida que se le escapaba por el lado izquierdo de su pecho. Cerró los ojos un instante, deseando librarse de aquellas visiones, igual que hacía cuando veía películas de terror en el cine.

Volvió a caminar sobre el, ahora, decorado suelo. Miró los grafos que formaban las baldosas y los azulejos. Uno de ellos se le asemejó a un hombre deforme, un ser extraño. Aquello le recordó una vez más a los supuestos extraterrestres que tanto obsesionaban a Martín.

- ¡Claro que no creo en marcianos!- se gritó a sí mismo- …pero, quizá, todo sea una maniobra de algún país y todo esto, al fin, cosa tan terrestre como las piedras.

La convicción de que un complot internacional se estaba fraguando bajo la mascarada de la invasión era cada vez más fuerte.

- Y quizá el director sea realmente un espía de alguna potencia- pensó.


Tal como le había sucedido a Martín, empezaba a sentirse seguro de que la filtración había partido de su oficina. No tenía pruebas ni sospechas reales pero aquellos hechos, insignificantes casualidades, le inducían a tal hipótesis.

- Es la única oficina del ISP que une directamente a los Estados Unidos con la URSS – pensó…estaba alarmado.

Aquello era casi cierto. Debido a que el centro mundial de defensa se había instalado en Calar Alto, los envíos secretos de la Unión Soviética volaban hasta París en avión especial. Allí eran revisados por la oficina colega de la capital francesa. Después, vía aérea, llegaban a San Sebastián como oficina central de entrada en España. Era una especie de aduana. No se usaba el camino de Barcelona por la saturación de esa vía. Así las cosas, se enviaban los escritos directamente de San Sebastián a Calar Alto, pues no se consideraba necesario su paso por la capital. Decir Calar Alto era, por otro lado, decir América pues la oficina central del lugar estaba regida por los estadounidenses.

- Así pues – acabó su deducción- la filtración ocurrió en París o aquí. Y en París la vigilancia es mucho más rigurosa. … Lógicamente…. Y sólo González, Martín y yo revisamos el correo del ISP…
Comenzó a asustarse de veras. Quizá, sin saberlo, trabajaba todos los días bajo las órdenes de un espía peligroso.

- ¿A qué país estará vendido? ¿Cómo puede disimular así?
Cuando, hacia las diez, sacó su llave para entrar en su casa, estaba decidido a vigilar continuamente a González. A lo mejor, al final, cumplía la promesa que le hiciera a Martín.


Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.