Uno de los paradigmas de la literatura digital es el hipertexto. Ya los primeros trabajos de escritura digital hicieron uso de él y, en general, suele parecer que todo texto digital debe contenerlo.
Como es bien sabido, un hipertexto es un texto en el que determinadas palabras o frases incorporan enlaces (links) que nos permiten saltar instantáneamente a otro lugar del mismo o a otra historia. El lector puede pues, libremente, elegir un camino de lectura que parece no estar predeterminado. Simplificando, podemos decir que el hipertexto es una forma de leer que admite saltos arbitrariamente elegibles. Siendo más estrictos podemos decir, con Catenazzi, Díaz y Aedo que “El hipertexto es una tecnología que organiza una base de información en bloques distintos de contenidos, conectados a través de una serie de enlaces cuya activación o selección provoca la recuperación de información”.
El concepto de hipertexto no es nuevo y, estrictamente, no es un hallazgo de la literatura digital. Numerosas obras convencionales permiten estos saltos arbitrarios (ma non troppo) y el variar el orden de lectura. En Rayuela de Julio Cortazar (libro del 1963, cuando los ordenadores apenas existían) ya existe un experimento muy profundo de romper la linealidad de la lectura. La hoja de ruta que es el tablero de dirección se constituye, por así decirlo, en el grupo de enlaces que, a falta de electrónica, son mecánicos. Pero, enlaces al fin.
Asimismo, El jardín de los senderos que se bifurcan de Borges ha sido citada en numerosas ocasiones como precursora de la literatura hipertextual. Al igual que Finnegans Wake de Joyce, Cent mille milliards de poèmes de Raymond Queneau, La vida: instrucciones de uso de George Perec, Si una noche de invierno un viajero de Calvino o muchas otras.
En ciencia, el uso del hipertexto ha sido una constante desde que pudo utilizarse. En este contexto, los enlaces tienen más un valor enciclopédico o de búsqueda de entradas de diccionario que literario. No se busca el sorprender, el enriquecer la historia o el liberar al lector de un argumento predeterminado. Más bien, se trata de completar conocimientos. Por ejemplo, hipertextos clásicos científicos son el On line Biology Book o la Física por ordenador.
En todas las obras citadas anteriormente puede afirmarse que, antes que hipertextos, son buenos textos. Son novelas atractivas ya de por sí, por sus historias, por su manera de contarlas, por el uso del lenguaje. La no linealidad reafirma y acrecienta el valor de las mismas pero no es su sustento. Rayuela puede leerse también de principio a fin, sin salto alguno, y nos resulta una gran obra. De hecho, el lector puede tener la sospecha de la hoja de ruta se trata sólo de un cierto exhibicionismo del autor que busca una forma de llamar la atención sobre su novela. La única razón por la que esta sospecha se disipa es porque las historias alternativas que puede elegir son buenas en sí mismas.
La literatura digital no ha inventado, por tanto, el concepto de hipertexto pero sí ha permitido su uso masivo. Mientras que saltar de párrafo en un texto impreso es farragoso, hacerlo en un fichero digital es sencillo e instantáneo. Mientras que, en un texto en papel, el escritor debe hacer un ímprobo esfuerzo de cohesión, es muy fácil generar centenares de links digitales sin la más mínima cohesión. Ello ha originado que muchas obras digitales abusen de los enlaces por el simple hecho de que se supone que añadir enlaces es un mérito digital.
¿Este uso masivo de los enlaces resulta beneficioso? En general, mi opinión es que no.
Las historias pueden contarse de muchas maneras. Posiblemente, de infinitas maneras. Pero no todas las formas emocionan al lector. Sólo algunas pocas (muy pocas, de hecho) atrapan en su lectura, intrigan, conmueven o excitan. Para que una historia logre ese efecto en un individuo, debe tener un cierto orden. De otro modo se convierten en anodinas o aburridas.
Tomemos, sólo a título de ejemplo, una historia como La rebelión en la granja, de Orwell. Todos sabemos que los animales no crean gobiernos ni tiranías. Sabemos que los animales no expulsan a los humanos de las granjas. Sabemos que no hablan y que, mucho menos, discurren en términos socio-políticos. Nos da igual, en la vida diaria, que en un matadero sacrifiquen decenas de cerdos. Y una historia de bestias discutiendo de política es aparentemente ridícula. ¿Por qué entonces, es una obra maestra? ¿Por qué es una historia que nos subyuga, que nos atrae, que nos entusiasma?
Una razón fundamental es que ocurre porque el autor narra los hechos de una manera determinada y EN UN ORDEN determinado. Primero nos guía por la angustia que los animales sienten ante el ser humano, luego por cómo se forja la rebelión, luego transitamos por la personalidad de cada bestia, por sus aspiraciones. Más tarde vamos asistiendo al surgimiento, progresivo, de la tiranía. Y, paralelamente, vamos creando analogías con nuestras propias sociedades. Si ese orden fuera diferente, si el lector fuese libre de empezar por el final, de ver una disputa entre las ovejas y los caballos acerca del trabajo sin haber entendido antes que se han creado clases sociales en la micro-sociedad de la granja, etc….no sólo no comprenderíamos nada sino que nos aburriríamos de una historia absurda. Es el orden el que genera una historia emocional e intelectualmente atractiva (appealing story).
En consecuencia, una pérdida del orden narrativo puede ser perjudicial y, de hecho, lo es en la mayoría de los casos. De las infinitas ramas por las que puede transitar una obra, sólo unas pocas atraen. Un buen hipertexto permitirá recorrer sólo y exclusivamente estas bifurcaciones. Un abuso de enlaces, una libertad total en la interacción, un poder perderse en el laberinto serán por lo general dañinas. De hecho, las obras digitales excesivamente hipertextuales casi nunca se acaban. Y no, porque no se encuentren los caminos posibles. No se acaban por aburrimiento.
coinicido con que las pocas historias hipertextuales que he leido me han aburrido mucho.
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