Cuando uno lee – relee en este caso - Del Amor y otros demonios (Mondadori, 1994) de Gabriel García Márquez, sólo le viene a la cabeza una pregunta. ¿cómo es posible escribir tan bien? Porque en esta novela, casi lo de menos es la historia que, en manos de otro, incluso podría resultar aburrida por repetida (finalmente es una tanta de esas historias de amor en que la protagonista muere a causa del mismo). Pero en la pluma de García Márquez cada párrafo es un tesoro literario, un conjunto de palabras que – casi cuenten lo que cuenten- resultan bellas. Una lengua que fluye rica y brillante, que sorprende casi a cada palabra, que nos llena la mente de imágenes nuevas, de anhelos, de hermosas metáforas, de sueños hechos realidad. Es una literatura llena de fantasía pero contada de manera tan verosímil que uno piensa que ese mundo de ensoñación es suyo desde siempre.
Es un libro breve, sí, pero se hace aún más breve por el deleite que produce. Y eso no significa que sea fácil de leer. Al contrario, uno gusta de releer párrafos enteros para descubrir las esquinas y los recovecos de cada sentencia que, siempre, tienen algo nuevo. Por eso, ahora que la he vuelto a leer, me ha parecido tan nueva y sugerente como el primer día.
Es un libro breve, sí, pero se hace aún más breve por el deleite que produce. Y eso no significa que sea fácil de leer. Al contrario, uno gusta de releer párrafos enteros para descubrir las esquinas y los recovecos de cada sentencia que, siempre, tienen algo nuevo. Por eso, ahora que la he vuelto a leer, me ha parecido tan nueva y sugerente como el primer día.
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