La alarma pregrabada del teléfono móvil le recordó que San Valentín era el día siguiente. Sabía lo que a ella le gustaba esa celebración, quizá porque de joven había vivido unos años en los Estados Unidos y estaba acostumbrada a los Valentine’s con sus grandes corazones rojos, los buqués de claveles y orquídeas y las postales con poemas románticos. No se perdonaría no recordarlo. Además le encantaba la carita de felicidad que ella ponía cuando recibía las flores y la carta.
La carta. Eso era lo más complicado. Porque él no era hombre de letra fácil y aunque estaba profundamente enamorado, no era capaz de expresarlo con suficiente destreza. Algunos años había visitado páginas de Internet y copiado frases de aquí y allá pero, últimamente, prefería escribir cuánto la amaba con palabras sencillas. Al fin, un te quiero era suficiente. Un te necesito más que cualquier otra cosa en el mundo, era justamente lo que deseaba decir. Un me haces feliz cada mañana cuando eres lo primero que veo, era exactamente lo que sentía cada amanecer.
Eligió una postal tenuemente azulada, de tonos pastel, con nubes y pájaros dibujados y una pareja que caminaba por una playa al fondo. De esas de papel tan grueso que parece pergamino y que cuestan seis euros cada una. Ella lo merecía. Escribió el texto en una hoja aparte y lo leyó para estar seguro que expresaba lo que quería decirle. Luego, cogió la estilográfica – un regalo de aniversario- para conseguir una escritura más pulcra y más elegante. Al terminar, el instinto le hizo besar la carta. Se sintió ridículamente romántico.
Madrugó. Bajó a la floristería de la esquina y recogió el ramo de orquídeas que había encargado el día anterior. Era magnífico. Le gustaría mucho a su esposa. Sólo faltaban los bombones. Los eligió de chocolate blanco que eran los que más le gustaban a ella. Los dispusieron en hileras y los cubrieron con papel de seda. Pusieron un lazo dorado que rizaron con una tijera y una pegatina en la que estaba escrito Valentine’s.
Hacía frío. Normal, en Febrero. Quizá llovería durante la jornada. Vio muchas parejas que se besaban y repartidores de flores apresurándose. El cielo estaba ceniciento y el sol se veía velado a través de la cortina de nubes. La ciudad apenas acababa de desperezarse cuando llegó a dónde ella se encontraba. Limpió la repisa y colocó la postal, el ramo y los dulces junto a la lápida de mármol. Mientras lloraba, añoró tanto sus besos que sintió un profundo dolor físico.
La carta. Eso era lo más complicado. Porque él no era hombre de letra fácil y aunque estaba profundamente enamorado, no era capaz de expresarlo con suficiente destreza. Algunos años había visitado páginas de Internet y copiado frases de aquí y allá pero, últimamente, prefería escribir cuánto la amaba con palabras sencillas. Al fin, un te quiero era suficiente. Un te necesito más que cualquier otra cosa en el mundo, era justamente lo que deseaba decir. Un me haces feliz cada mañana cuando eres lo primero que veo, era exactamente lo que sentía cada amanecer.
Eligió una postal tenuemente azulada, de tonos pastel, con nubes y pájaros dibujados y una pareja que caminaba por una playa al fondo. De esas de papel tan grueso que parece pergamino y que cuestan seis euros cada una. Ella lo merecía. Escribió el texto en una hoja aparte y lo leyó para estar seguro que expresaba lo que quería decirle. Luego, cogió la estilográfica – un regalo de aniversario- para conseguir una escritura más pulcra y más elegante. Al terminar, el instinto le hizo besar la carta. Se sintió ridículamente romántico.
Madrugó. Bajó a la floristería de la esquina y recogió el ramo de orquídeas que había encargado el día anterior. Era magnífico. Le gustaría mucho a su esposa. Sólo faltaban los bombones. Los eligió de chocolate blanco que eran los que más le gustaban a ella. Los dispusieron en hileras y los cubrieron con papel de seda. Pusieron un lazo dorado que rizaron con una tijera y una pegatina en la que estaba escrito Valentine’s.
Hacía frío. Normal, en Febrero. Quizá llovería durante la jornada. Vio muchas parejas que se besaban y repartidores de flores apresurándose. El cielo estaba ceniciento y el sol se veía velado a través de la cortina de nubes. La ciudad apenas acababa de desperezarse cuando llegó a dónde ella se encontraba. Limpió la repisa y colocó la postal, el ramo y los dulces junto a la lápida de mármol. Mientras lloraba, añoró tanto sus besos que sintió un profundo dolor físico.
me ha gustado aunque es triste
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