Obabakoak (Ediciones Punto de Lectura, 2008) de Bernardo Atxaga es una joya que me ha costado veinte años encontrar ya que fue escrita en 1988. Una omisión que es imperdonable aunque, como disculpa, puedo alegar que me parece que Obabakoak es un libro para disfrutar en la madurez, cuando la vida está ya cargada de experiencias que engarzan perfectamente con las historias que Atxaga cuenta y cuando se aprecia toda la profundidad de las mismas.
Son veintiséis relatos que se van encadenando los unos a los otros de manera imprecisa pero eficaz. Son relatos que, de hecho, podrían leerse por separado y aún mantendrían su plenitud. Cada uno de ellos es una anécdota más o menos trivial que, sin embargo, en manos del escritor adquiere un carácter universal, se convierte en una metáfora de la vida de cualquiera y en cualquier parte. Es esa universalidad que, en cierta medida, recoge Atxaga en el epílogo cuando explica que los escritores en euskera tienen tradición aunque esta no esté escrita en esa lengua ya que toda la literatura es parte de la tradición de todo el planeta. Obabakoak no es un reflejo de la situación del País Vasco, como he leído en varias críticas, sino que sus historias son genéricas, pertenecen a la humanidad. Nos hablan de la soledad, de las habladurías, del cuidado de los padres hacia sus hijos, del desengaño, de los desfavorecidos, del destino, del amor, de las tradiciones, de las supersticiones, de la esperanza, de la añoranza. O sea, del ser humano que poco ha cambiado desde que es ser humano.
Tiene imaginación, un lenguaje poético sobrio pero profundo, crea mundos imaginarios pero verosímiles (ese realismo mágico que nos conduce hasta García Márquez), es una obra llena matices, de detalles, de elegancia, de magia, hay frescura incluso 20 años después. Es un libro que “se siente” porque, por encima de la belleza del texto queda una sensación de pertenencia, de entendimiento de que aquello que ocurre en Obaba, sucede realmente en uno mismo.
Y la traducción al castellano es estupenda.
Son veintiséis relatos que se van encadenando los unos a los otros de manera imprecisa pero eficaz. Son relatos que, de hecho, podrían leerse por separado y aún mantendrían su plenitud. Cada uno de ellos es una anécdota más o menos trivial que, sin embargo, en manos del escritor adquiere un carácter universal, se convierte en una metáfora de la vida de cualquiera y en cualquier parte. Es esa universalidad que, en cierta medida, recoge Atxaga en el epílogo cuando explica que los escritores en euskera tienen tradición aunque esta no esté escrita en esa lengua ya que toda la literatura es parte de la tradición de todo el planeta. Obabakoak no es un reflejo de la situación del País Vasco, como he leído en varias críticas, sino que sus historias son genéricas, pertenecen a la humanidad. Nos hablan de la soledad, de las habladurías, del cuidado de los padres hacia sus hijos, del desengaño, de los desfavorecidos, del destino, del amor, de las tradiciones, de las supersticiones, de la esperanza, de la añoranza. O sea, del ser humano que poco ha cambiado desde que es ser humano.
Tiene imaginación, un lenguaje poético sobrio pero profundo, crea mundos imaginarios pero verosímiles (ese realismo mágico que nos conduce hasta García Márquez), es una obra llena matices, de detalles, de elegancia, de magia, hay frescura incluso 20 años después. Es un libro que “se siente” porque, por encima de la belleza del texto queda una sensación de pertenencia, de entendimiento de que aquello que ocurre en Obaba, sucede realmente en uno mismo.
Y la traducción al castellano es estupenda.
Este libro estaba esperando "su momento" en un estante de mi librero, y ese momento ha llegado. Lo que escribes (no leí el segundo párrafo porque no quiero "una vista previa" del contenido) me ha dado el impulso para leerlo ya.
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