El día 23 a las 23 horas de Moscú, varios operarios observaban, a través de sus prismáticos, elevarse el cohete portador del satélite Cosmos 2007. Era el noveno aparato de combate que los soviéticos colocaban en órbita desde la alerta general. La rojiza estela de los motores fue empequeñeciéndose y, finalmente, desapareció.
Dos horas más tarde, Lebedev, como presidente provisional de la Unión de Repúblicas Soviéticas, era informado de que el 2007 estaba en la órbita fijada, a unos 307 kilómetros de altitud media. Lebedev, despertado en medio de la noche, bostezó pausadamente y volvió a acostarse.
El rinrineo del teléfono le despertó. Miró el reloj y maldijo al que esperaba al otro lado de la línea.
- Las cuatro…maldita sea… ¿Quién es? – gritó, casi con violencia.
- Excúseme mariscal- se oyó una voz ronca y debilitada por la mala recepción-… pero ha sucedido algo importante…
- ¿Qué es importante? Hoy es 24… ¡faltan ocho días para el día 1, ¿no?!
- Mariscal… el 2007…. Ha sido destruido.
- ¿Qué? – Lebedev acababa de despertarse del modo más eficaz que pudiera imaginar.
- Tenemos todo un equipo investigándolo. No sabemos quién lo ha destruido…. Le sugiero que convoque una reunión y….
- ¡Lo que faltaba! – gruñó Lebedev-… que estos condenados invasores no cumplan su palabra… - pensó en las palabras de su interlocutor- Tiene razón. Convoque una reunión para las nueve horas en mi casa. Espero que para esa hora tengan ya alguna hipótesis de lo sucedido.
- Lo intentaremos, mariscal.
Todo el mal humor que había acumulado Lebedev recayó sobre el teléfono cuando el mariscal colgó el auricular.
A las 9 horas exactamente, el encargado de seguimiento de Baikonur, Anatoly Lautin, tomó la palabra en el salón de la casa del presidente.
- Mariscal. Señores…. Saben ya todos ustedes que hacia las tres horas de hoy, día 24 de enero, nuestro satélite Cosmos 2007, recién puesto en órbita según el programa defensivo mundial, ha sido destruido. Rápidamente, hemos calculado el punto de destrucción y nuestra conclusión es que ha sido atacado con emisiones láser procedentes…- dudó- de la Tierra.
- ¿Qué? – Lebedev se levantó como empujado por un resorte- ¿qué dice usted?
- Como saben – prosiguió Lautin- todo el satélite estaba recubierto con la aleación “strich”, a fin de asegurar una resistencia incluso a explosiones nucleares de mediana potencia y, también por supuesto, a radiación láser.
- ¿Entonces? No comprendo cómo…
- Verá, mariscal. Existe no obstante una pequeña zona que no se puede ser construida con “strich”. Es un escape por ósmosis que está fabricado con polifloruro. Es una zona muy reducida y secreta. Intentamos prescindir de ellas pero es impensable para refrigerar el computador. Pues bien, a fin de hacerlo inaccesible, tal escape se sitúa al final de un largo cilindro hueco hecho de “strich”. De este modo, sólo una trayectoria directa a través del cilindro, puede alcanzarlo. Si tal trayectoria de ataque no es exactamente colineal con el eje del cilindro, el proyectil o la luz láser chocarán contras las paredes del cilindro de “strich” y no será posible la destrucción del satélite.
Como he dicho, tal elemento es secreto pero desde la alerta mundial fue preciso comunicárselo a varios países para normalizar la defensa, No creo que los supuestos invasores hayan podido acceder a tal información ya que su traslado se hizo con gran precaución a través del ISP.
- Bien, ¿pero por qué cree que se le atacó desde la Tierra? – preguntó Lebedev.
- Verá mariscal, en el momento de la destrucción, el eje del cilindro que comunica el escape atacable estaba orientado hacia el planeta. Como he dicho antes, sólo una trayectoria del láser exactamente colineal con su eje puede lograr la destrucción del aparato.
- ¿Dónde? – preguntó el mariscal con más ira que curiosidad- ¿hacia dónde apuntaba?
- Hacia – Lautin vaciló- los Estados Unidos, señor.
Roberstue salió en bata de su habitación y corrió al despacho contiguo. Su secretario le había despertado agitadamente pues Lebedev le llamaba personalmente a través del teléfono rojo. Oyó hablar al mariscal con un impropio tono, según la opinión de Roberstue.
- ¿A qué demonios está jugando, señor Presidente? – tradujo el intérprete.
Roberstue, adormilado y, sobre todo, sorprendido no supo qué replicar. Mientras, Lebedev seguía rugiendo desde Moscú. El intérprete de la Casa Blanca se hallaba tan extrañado como su Presidente.
- Le advierto, Roberstue, que la Unión Soviética no va a tolerar que su país aproveche la ocasión difícil en que se halla el mundo para proseguir con su política imperialista. Desde el punto de vista personal me parece, además, una acción repugnante. El mundo espera algo más de ustedes, señor.
Roberstue, algo repuesto del asombro, replicó.
- Si usted quisiera explicarme, señor Lebedev. Le aseguró que no sé de qué me habla pero le advierto que como representante del pueblo americano, no puedo admitir su actitud.
Al cuchicheo del intérprete soviético, siguió la respuesta del mariscal.
- Sabe usted muy bien a qué me refiero. Ustedes han destruido nuestro satélite Cosmos 2007. Sólo algunos países saben el punto flaco de nuestros Cosmos y, además, señor Roberstue, - alzó la voz- nuestros expertos han calculado que la emisión láser que lo destruyó llegó desde su país.
- ¿Qué? – respondió el americano, que empezaba a comprender la alteración de Lebedev- Señor mariscal, le aseguro que los Estados Unidos no han atacado su satélite. Yo….
- ¿Niega la evidencia, señor?
- Por supuesto. Cierto que hemos recibido sus informes sobre los Cosmos pero le aseguro que no tenemos nada que ver con el ataque. ¿No ha podido ser otro país?
Roberstue oyó que Lebedev hablaba con el traductor. Después, el mariscal respondió:
- No, señor Presidente. El láser tenía la dirección que une su nación con nuestro satélite. Comprenderá que mis sospechas son fundadas.
El Presidente americano pensó unos instantes. La duda de no estar informado de todas las actividades militares le asaltó pero la confianza que tenía en sus subordinados se impuso y descartó la hipótesis.
- No, mariscal. Vuelvo a decirle que no tenemos nada que ver en esto.
Lebedev empezó a calmarse. Por un lado, la innegable evidencia de la dirección del ataque le conducía a mostrarse intransigente pero, por otro lado, conocía bastante bien a Roberstue y confiaba en él hasta el punto, claro está, que dos presidentes pueden confiar entre sí.
- ¿Me da usted su palabra, señor Roberstue? – dijo por fin.
- Por supuesto. Y le aseguro que abriré, inmediatamente, una investigación.
- Bien. Quizá me haya precipitado – volvió a dudar, no queriendo mostrarse excesivamente blando- pero, señor presidente…le aseguro que la Unión Soviética se mostrará lo firme que sea preciso. Retrasaré mis decisiones hasta mañana. ¿Podrá usted dar alguna explicación en ese tiempo?
Roberstue acabó de escuchar la traducción y, algo enfadado, respondió:
- Mariscal Lebedev… los Estados Unidos no tienen que dar ninguna explicación, puesto que no somos culpables de nada. De todos modos, me pondré contacto con usted en cuanto sepa algo.
Lebedev, bastante calmado ya, intentó arreglar un poco las cosas.
- Quizá tenga razón, señor Roberstue. Le ruego comprenda mi situación. Espero sus noticias.
- Espero poder dárselas para mañana, mariscal. Ahora, le pido disculpas….
- ¡Maldición!.... sólo nos faltaba esto – pensó Roberstue al colgar el teléfono rojo.
Unas horas después, la ABC daba la noticia en su primer informativo. Todo el mundo se indignó. Mientras unos lo hacían por los “malos modos rusos” y “mentiras del Este”, otros lo hacían por “la incalificable acción de nuestro Gobierno” o “la traición que les hemos hecho a los soviets”. Una psicosis de espías se creó en todo el mundo rápidamente. A los ojos de la gente, cualquiera podía ser uno de aquellos temidos espías extraterrestres o traidores terrestres, que habían logrado apoderarse de la información sobre los Cosmos.
Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.
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