Siete casas en Francia (Alfaguara, 2009) de Bernardo Atxaga es una narración centrada en el Congo belga colonial que retrata las miserias humanas a las que conducen la avaricia y el embrutecimiento. De una manera lejana comparte ideas con En el corazón de la tinieblas de Conrad. A medida que el relato va progresando, los hombres se van pervirtiendo más y más en un escenario inhumano que llama al salvajismo.
La prosa es rica – las selvas africanas invitan a ello- , irónica, absurda en ocasiones pero siempre elegante. También poética cuando, con la excusa de narrar lo que el personaje poeta piensa, Atxaga escribe versos. El escritor tiene la habilidad de pincelar el horror sin describirlo, sin regodearse en él. Sugiere, crea el escenario. La brutalidad y el racismo no se mencionan pero la elipsis voluntaria de los nativos sometidos y esclavizados los hace presentes; el desprecio al entorno es manifiesto sin mencionarlo; los crímenes no dejan de ser menos evidentes y horribles porque no se detallen; la envidia y la ambición desmedida lo envuelven todo aunque el lenguaje sea incluso divertido. Atxaga aborda esa doble moral humana que no se da sólo en el Congo sino en cualquier lugar. Así, el capitán viola a una virgen cada semana mientras escribe poemas elevados de amor y se comporta como un esposo ejemplar; así el tirador Chrysostome compagina su extremada religiosidad con su sangre fría para abatir esclavos o monos. Y todo es verosímil, fluye natural aunque sepamos que es imposible, se nos aparece racional aunque sea absurdo.
Sin embargo, la novela, desde mi punto de vista, decae a medida que avanza. Los acontecimientos que desatan la tragedia están un tanto forzados para que confluyan en ese desenlace previsible. De pronto, el ritmo narrativo se embarulla, se precipita y se amontona como si Atxaga quisiera acabar pronto la novela. En ese punto falta sosiego y sobran casualidades forzadas para que todo encaje. Es previsible, aceleradamente previsible. Y uno echa de menos la primera mitad del libro.
Sin embargo, la novela, desde mi punto de vista, decae a medida que avanza. Los acontecimientos que desatan la tragedia están un tanto forzados para que confluyan en ese desenlace previsible. De pronto, el ritmo narrativo se embarulla, se precipita y se amontona como si Atxaga quisiera acabar pronto la novela. En ese punto falta sosiego y sobran casualidades forzadas para que todo encaje. Es previsible, aceleradamente previsible. Y uno echa de menos la primera mitad del libro.
Estoy bastante de acuerdo contigo, la selva del Congo deja al descubierto las miserias humanas de los protagonistas, y eso es lo grande de la novela de Atxaga.
ResponderEliminarA mi el final también me ha decepcionado bastante e incluso me ha aburrido.
Esperaba un poquito más de Atxaga.