16/6/09

Horizonte de sucesos




En algunas zonas del espacio infinito, la materia se concentra en una marabunta gigantesca que se comprime y lo atrae todo. En un inicio, se trata de una semillita humilde que modestamente atrae polvo cósmico, moléculas y guijarros errantes. Nada anuncia que llegará a ser algo más que una anécdota en el universo. Pero, durante eones, poco a poco, los átomos se confinan unos junto a otros, lenta pero inexorablemente. Se acumulan, se aprietan, se refuerzan entre ellos. El conjunto va cobrando fuerza. Cada hora, su fuerza gravitatoria aumenta y es capaz de atraer más y más grandes cuerpos en un efecto acelerado, como una bola de nieve que crece más poderosa cuanto más grande es. Ya no se trata de una anécdota sino un fenómeno notable, que ejerce su influjo a muchos años luz de distancia. El cíclope se va haciendo más poderoso hasta que un día, casi de pronto, su fuerza de atracción es tan desmesurada que todo lo que se le acerca es engullido sin ninguna posibilidad de huída. Ni la luz, con su inusitada velocidad, puede escapar. Los rayos de claridad que osan aproximarse son atraídos y nunca vuelven a volar por el espacio. La pequeña simiente de materia se ha convertido en un agujero negro, un majestuoso e imponente torbellino que altera el cosmos entero.

Los cosmólogos cuentan que el agujero negro tiene, entonces, un horizonte de sucesos. Es aquella frontera que marca el no retorno. Una vez que un cuerpo llega a ese punto, a esa frontera intangible e invisible, cae irremediablemente en el corazón del leviatán. Sin posibilidad de escape. Para siempre.

Durante veinte años, sin saberlo, el afecto por ti ha estado haciéndose más fuerte cada día sin sentirlo, sin quererlo, sin percibirlo. Y ha crecido hasta llenarlo todo. Ayer crucé tu horizonte de sucesos.

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