El avión se había retrasado, de modo que estaba más cansado de lo habitual. La fila de los taxis prolongó la espera otra media hora, mientras la noche caía y las farolas de las avenidas iban iluminándose con una cadencia triste y aburrida. El chófer le habló sobre algún partido de fútbol que él no supo ubicar. Al llegar al hotel, pidió una habitación de no fumadores. Estaba dejándolo y eso le ayudaba a combatir la ansiedad de no tener un pitillo en sus labios.
No había tenido suerte en toda la semana. Todas las gestiones le habían salido mal y es que la crisis se notaba. Los clientes le daban buenas palabras pero ningún pedido. Había cenado en solitario todas las noches. Antes, algún comprador le invitaba a cenar. No estaban los tiempos ya para dispendios. Se sentó, cansado, en la cama y se aflojó el nudo de la corbata. Miró el teléfono móvil. Permanecía con la pantalla en bajo consumo. Ella no le había llamado. Y él había esperado la llamada. Pidió una hamburguesa y la comió a desgana. Conectó el ordenador, dejó el móvil abierto y se tumbó con los ojos mirando al techo y sintiendo, más que nunca, la soledad. Hacía muchos años, cuando no había ni ordenador, ni Internet, ni teléfono móvil ni chats ni nada de nada, él se sentía acompañado allá por donde anduviera. Ahora, se hartaba de cargar con una decena de kilos de aparatos electrónicos para sentirse abandonado. Pensó que era una ironía.
Encendió un cigarrillo y echó una profunda calada que le calmó los ánimos. El detector de humos hizo sonar la alarma y el teléfono rinrineó. Pensó en ella y descolgó rápido. Le llamaban de recepción recordándole que se alojaba en una habitación para no fumadores.
Interesante relato. Breve, sencillo pero, a mi parecer, con mucha calidad. He sentido yo también esa soledad al leerlo. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias mil
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