29/8/09

Como estrellas azules




A veces, pensaba que la existencia era como el cosmos. Una enorme inmensidad aburrida, desganada y oscura, iluminada de tanto en cuanto por la luz brillante de estrellas azules. Su vida era también algo así.

Mientras no estaba con ella, los días y las noches transcurrían rutinarios, anodinos, ausentes. Pero, en su viaje por la vida, cada cierto tiempo – siempre demasiado- había tardes y noches que eran como chispazos de bienestar, de paz, de ilusión, de júbilo. Las estrellas de su espacio eran los ratitos íntimos en que se abandonaba entre sus brazos. Poco importaba dónde ocurría, o cuándo, o si el cielo estaba azul o permanecía lleno de bruma. El talismán era ella, sólo ella. Cuando sentía su mano engarzada en la de él, sus ojos abrazados a los de ella, sus alientos unidos en un suspiro de palabras tiernas, sus labios hechos uno, sus risas jugando a entonar al unísono armonías improvisadas, el resto del universo se perdía en un negro lejano que apenas importaba. En esos instantes, se hacía la luz y un milagro hilaba una intimidad inmensa en torno a ambos y cincelaba memorias eternas. Su corazón se inundaba de un caleidoscopio de colores, de una marea de palabras dulces, de promesas, de conjuros de ternura, de miradas cómplices y de utópicas quimeras con las que poder vivir un ratito más, con las que poder soñar cuando las candelas se agotaran. El pequeño y oculto lugar donde se besaban era, de pronto, un universo entero, el jardín de las delicias, el edén anhelado donde derrotar la negrura del desamor. Allí jugaban como niños, se contaban secretos, amaban con pasión desatada, temían al reloj que implacable proseguía su tic-tac.

Luego, la chispa se extinguía, el negro espacio regresaba y la nostalgia infinita lo cubría todo. Entonces, él miraba hacia atrás y se alegraba de todas las estrellas brillantes que ella había dejado en su camino.



1 comentario: