Los días como el de hoy le sorprenden a uno con las defensas bajas. Es aún verano y, sin embargo, la tarde es de invierno, con esa luz triste que tremola entre las ramas de los árboles y esas ganas de tomar sopa caliente que tienen los atardeceres de noviembre. Llueven gotas grandes, pesadas y grises y uno, vestido aún con camisa de manga corta, se siente desvalido ante el súbito frío que baja del norte. Hay charcos en los que juguetean niños y se escucha ese rumor húmedo de los automóviles sobre el asfalto mojado. Los transeúntes se apresuran y un bosque de paraguas oculta la calle.
Los días como el de hoy le cogen a uno desprevenido y los recuerdos tiernos aprovechan para corretear por la memoria. Y, qué curioso, tu carita se me aparece una y otra vez con esos reflejos verdes que no pueden existir en tus ojos avellana y que, sin embargo, chispean como las gotas que me mojan ahora mismo. Corretea la lluvia por el cristal dibujando ondas y arabescos. Truenan las nubes a lo lejos. Miro a uno y otro lado por si, casi por milagro, apareces. Apetece un chocolate con churros que degustar juntos mientras charlamos. Las tardes como las de hoy están hechas para hacer el amor y mirarse largamente bajo una manta cálida. Te echo de menos.
Los días como el de hoy le cogen a uno desprevenido y los recuerdos tiernos aprovechan para corretear por la memoria. Y, qué curioso, tu carita se me aparece una y otra vez con esos reflejos verdes que no pueden existir en tus ojos avellana y que, sin embargo, chispean como las gotas que me mojan ahora mismo. Corretea la lluvia por el cristal dibujando ondas y arabescos. Truenan las nubes a lo lejos. Miro a uno y otro lado por si, casi por milagro, apareces. Apetece un chocolate con churros que degustar juntos mientras charlamos. Las tardes como las de hoy están hechas para hacer el amor y mirarse largamente bajo una manta cálida. Te echo de menos.
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