Alejandro estaba orgulloso de su título de periodista. Vale, cierto que había necesitado ocho años para acabar la carrera pero tampoco se trataba de estar encerrado todo el puñetero día empollándose los librotes de apuntes interminables. Y para ser periodista deportivo tampoco es que necesitara un máster por Stanford. Bueno, eso es lo que él pensaba hasta que empezó a tener problemas con su jefe. Tantos que, un día, este le llamó a sus despacho para – lamentándolo mucho, le dijo, aunque era evidente que no le pesaba nada de nada- tener que despedirlo hasta que espabilara un poco y se lustrara el trasero – así se lo indicó- en suplencias de alguna otra redacción. Él quedó desconcertado. Había siempre intentado escribir unas crónicas deportivas ajustadas y correctas. Había dedicado muchas horas a pulir el estilo y el lenguaje, a ser riguroso con las informaciones. Sin embargo, el tipo aquel le estaba diciendo que era un imberbe sin idea. Así que, ya estaba todo perdido y daba igual, se animó a preguntar el porqué, a pedirle explicaciones.
El jefe le miró con aire resignado. Al parecer, no era la primera vez que un chaval creía saber el oficio cuando no sabía hacer ni una “o” con un canuto. Ejemplos, eso es lo que le daría.
- Mira, hijo, no te ofendas- se sentó a su lado, poniéndose las gafas-, tú no estás aún maduro. Escribes bien, sin faltas de ortografía. Esto está bien pero eso lo pueden hacer millones de personas. Lo que se espera de un periodista deportivo es que trascienda la realidad, que cree mitos.
Como que Alejandro pusiera casa de asombro, el otro continuó:
- A ver, vamos a ver. Aquí, la pasada semana por ejemplo. Mira lo que escribiste: “Fernando Tredones jugó bastante mal”.
- Bueno, es que lo lanzó por encima del larguero y….
- ¡No se pueden cometer más incorrecciones en una frase!- exclamó el jefe-. ¡A quién se le ocurre llamar a un futbolista por su nombre, chaval! ¿Tú crees que así se puede enardecer al lector? Pues no. Se le pone un mote. Por ejemplo, podías haber escrito “el ratoncito Tredones…”
- ¿Ratoncito?
- Sí, es pequeño y habilidoso, se escapa del defensa. Pues eso, el ratoncito, o el aguilucho Tredones, o el culebrita Tredones.... Y los jugadores no juegan mal, sino que transmiten malas sensaciones, ¡hombre! Y, mira otro ejemplo. Aquí escribiste “el árbitro pitó la falta”.
- ¿Y?- preguntó Alejandro.
- No hay árbitros en el fútbol, amigo mío. Hay trencillas, pitolaires, colegiados, referís, gominas del silbato,….pero, ¡árbitros!, ¡qué poca riqueza de lenguaje, hijo mío! Y no digamos aquel día que tuviste que suplir a nuestro comentarista en la radio de nuestra empresa. Cuando se adelantó la selección, dijiste ¡Gol!
- Es que era gol.
- No, no, no. Era un goooooooooooooooooooooooooooooooo- oooooooooooooooooooooooooooooool, curucucutichirippiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii- gooooooooooooooooll! – y el redactor jefe imitó con excelente fervor e histerismo la forma correcta de cantar un tanto- Y no hay partidos, sino derbis. No existe el campo, sino que es el césped. Las porterías son los palos; el portero es un cancerbero o un golkiper… en fin, que no puedo seguir porque esto hay que aprenderlo en la universidad, amigo mío. En la universidad.
Alejandro bajó la vista, aturdido por lo que ahora veía que eran reproches bien merecidos.
- ¿Y esto? Aquí dices “Alberto Marcos, el joven delantero local, marcó el gol…”. ¡Por Dios! ¡Se dice canterano!¡canterano! Este chico es el canterano Alberto. ¡Nadie sabe ni que se apellida Marcos, hombre! No existen jugadores lo-ca-les. ¡Son canteranos! Un canterano es un canterano, aquí y en Berlín.
Se levantó y cogió otro ejemplar.
- En ciclismo tampoco lo has bordado, Alejandro. Siento tener que ser yo el que te baje de la nube pero, en fin, alguien ha de hacerlo. Lee, lee. “El pelotón compuesto por veinte ciclistas llegó a tres minutos”. Más soso que ver crecer la hierba, querido colega. Primero, has de saber que en el ciclismo no hay pelotones. Hay serpientes multicolor, se puede hablar del grupo, pero jamás del pelotón. Y decir ciclistas es ya el colmo. ¡No hay ciclistas en el ciclismo! Por Dios, ¿dónde vives? Son unidades. La frase debiera decir “el grupo de veinte unidades…”. ¿Lo entiendes?
Notó por la expresión de su cara que no, que no entendía nada. Lo dejó por imposible y le dio dos palmaditas en la espalda cuando salió.
El jefe le miró con aire resignado. Al parecer, no era la primera vez que un chaval creía saber el oficio cuando no sabía hacer ni una “o” con un canuto. Ejemplos, eso es lo que le daría.
- Mira, hijo, no te ofendas- se sentó a su lado, poniéndose las gafas-, tú no estás aún maduro. Escribes bien, sin faltas de ortografía. Esto está bien pero eso lo pueden hacer millones de personas. Lo que se espera de un periodista deportivo es que trascienda la realidad, que cree mitos.
Como que Alejandro pusiera casa de asombro, el otro continuó:
- A ver, vamos a ver. Aquí, la pasada semana por ejemplo. Mira lo que escribiste: “Fernando Tredones jugó bastante mal”.
- Bueno, es que lo lanzó por encima del larguero y….
- ¡No se pueden cometer más incorrecciones en una frase!- exclamó el jefe-. ¡A quién se le ocurre llamar a un futbolista por su nombre, chaval! ¿Tú crees que así se puede enardecer al lector? Pues no. Se le pone un mote. Por ejemplo, podías haber escrito “el ratoncito Tredones…”
- ¿Ratoncito?
- Sí, es pequeño y habilidoso, se escapa del defensa. Pues eso, el ratoncito, o el aguilucho Tredones, o el culebrita Tredones.... Y los jugadores no juegan mal, sino que transmiten malas sensaciones, ¡hombre! Y, mira otro ejemplo. Aquí escribiste “el árbitro pitó la falta”.
- ¿Y?- preguntó Alejandro.
- No hay árbitros en el fútbol, amigo mío. Hay trencillas, pitolaires, colegiados, referís, gominas del silbato,….pero, ¡árbitros!, ¡qué poca riqueza de lenguaje, hijo mío! Y no digamos aquel día que tuviste que suplir a nuestro comentarista en la radio de nuestra empresa. Cuando se adelantó la selección, dijiste ¡Gol!
- Es que era gol.
- No, no, no. Era un goooooooooooooooooooooooooooooooo- oooooooooooooooooooooooooooooool, curucucutichirippiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii- gooooooooooooooooll! – y el redactor jefe imitó con excelente fervor e histerismo la forma correcta de cantar un tanto- Y no hay partidos, sino derbis. No existe el campo, sino que es el césped. Las porterías son los palos; el portero es un cancerbero o un golkiper… en fin, que no puedo seguir porque esto hay que aprenderlo en la universidad, amigo mío. En la universidad.
Alejandro bajó la vista, aturdido por lo que ahora veía que eran reproches bien merecidos.
- ¿Y esto? Aquí dices “Alberto Marcos, el joven delantero local, marcó el gol…”. ¡Por Dios! ¡Se dice canterano!¡canterano! Este chico es el canterano Alberto. ¡Nadie sabe ni que se apellida Marcos, hombre! No existen jugadores lo-ca-les. ¡Son canteranos! Un canterano es un canterano, aquí y en Berlín.
Se levantó y cogió otro ejemplar.
- En ciclismo tampoco lo has bordado, Alejandro. Siento tener que ser yo el que te baje de la nube pero, en fin, alguien ha de hacerlo. Lee, lee. “El pelotón compuesto por veinte ciclistas llegó a tres minutos”. Más soso que ver crecer la hierba, querido colega. Primero, has de saber que en el ciclismo no hay pelotones. Hay serpientes multicolor, se puede hablar del grupo, pero jamás del pelotón. Y decir ciclistas es ya el colmo. ¡No hay ciclistas en el ciclismo! Por Dios, ¿dónde vives? Son unidades. La frase debiera decir “el grupo de veinte unidades…”. ¿Lo entiendes?
Notó por la expresión de su cara que no, que no entendía nada. Lo dejó por imposible y le dio dos palmaditas en la espalda cuando salió.
Real como la vida misma!
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