Poco a poco voy aprendiéndome tu rostro. Cada detalle, cada tono, el cómo la luz juega en tu piel y esos reflejos verdes que aparecen en tus pupilas y que no deberían estar ahí. Puedo redibujar tus mejillas, la línea de tus labios, tu frente, tus párpados y el cuello que tanto me atrae. Poco a poco conozco tus gestos más íntimos, esos que entregas cuando besas, cuando amas, cuando te vuelves tierna. Ya soy capaz de cerrar mis ojos y verte casi, casi, como si estuvieses junto a mí. ¡Pero aún me queda tanto que aprender de tu carita! Un día leí acerca de los fractales, esas figuras que a medida que vas mirándolas más en detalle, más maravillas chiquitas y escondidas te muestran. Como si miraras por un microscopio para hallar un mundo mágico. Así eres tú. Creo saberme de memoria cada milímetro de tu cara y, de pronto, ahí, en una esquinita de tu mentón, o en el frunce de tus sienes o en el lóbulo de tu oreja, descubro un nuevo enigma que antes no había percibido. Y, entonces, debo dedicar horas a disfrutar de ese nuevo hallazgo, de ese nuevo milagro que acabo de encontrar. Es cuando me quedo alelado mirándote tan de cerca, cuando te digo que eres tan hermosa que me haces temblar de gozo, cuando a ti te entra un cierto rubor y me contestas “soy sólo yo”. Sí, menos mal que eres tú. Doy gracias al cielo de que eres tú. Precisamente tú.
Hermoso, muy hermoso...
ResponderEliminarGracias
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