Vaya por delante que no había oído hablar ni leído nada de Herta Müller hasta que le ha sido concedido el Premio Nobel de Literatura. Abordo, por tanto, la lectura de esta escritora desde la más absoluta ignorancia de su obra y de sus circunstancias. Algo más sé de la Rumania de hoy ya que la he podido visitar en varias ocasiones.
Cuando uno lee El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela, 2007) lo primero que le viene a la cabeza es el impresionismo. Porque, en mi opinión, es como una de esas obras de Monet o los lienzos de Seurat, en donde cada pincelada es breve, concisa, diminuta y casi no dice nada pero que, al combinarse con otros miles de pinceladas, muestra una visión precisa y perfecta del mundo que nos rodea y de la impresión que el mismo nos produce. A través de frases extremadamente breves, usando continuamente la elipsis entre ellas, con un lenguaje descarnado, agónico en ocasiones, casi científico en su precisión, en tiempo presente, en tercera persona, con un lenguaje ordinario, grosero incluso, sencillo, usando leit motivs…. la autora describe el mundo de miseria de la comunidad de origen alemán en la Rumania de Ceaucecu que puede ser el universo de pobreza de cualquier parte del mundo. La novela narra las vicisitudes de la familia del molinero Windisch a través de flashes de la vida cotidiana, de la barbarie y la superchería a las que conducen la miseria y la incultura, del machismo, de los sueños y premoniciones, de la muerte, de la corrupción, del alcoholismo, del hacer lo que sea para huir del destino. Y también del clima opresivo y degradante de la dictadura rumana en tiempos de Ceaucescu, aunque apenas se hable de política en el libro. Se trata de una sucesión de pinceladas, de diapositivas, de flashes, pero tan bien colocados unos detrás de otros y de manera tan pausada y exacta que el lector es capaz de reconstruir en su mente un escenario completo, una historia continua y un sentimiento certero del mundo descrito. Una auténtica labor de arquitectura del idioma en donde cada viga, cada columna, cada ladrillo – aparentemente sencillos- encajan perfectamente en el edificio. Desde este punto de vista, es cierto que la prosa de Müller se asemeja a prosa poética porque dispara la imaginación y evoca sensaciones con pocas palabras. Sobre todo, porque en ocasiones y entre el mar de lenguaje ordinario, Müller pinta párrafos de auténtico lirismo.El final es quizá lo menos sólido porque da a entender que el dinero lo soluciona todo y que la cultura y los modales se compran. Es una novela breve. No puede ser de otra manera porque esta forma de narrar en base a imágenes encadenadas abrumaría si su extensión fuese larga.
Para entender el título hay que saber que, en rumano, el faisán tiene una connotación distinta a la que se le da en el idioma español. Mientras que para nosotros, un faisán es un animal soberbio, arrogante, que se pavonea de orgullo, en rumano llama a la idea del hombre perdedor que en realidad no tiene nada detrás de su fachada. Un animal que, como saben los cazadores, es presa fácil porque no vuela, porque no puede escapar.
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