La reina en el palacio de las corrientes de aire de Stieg Larsson cierra la trilogía del ciclo Millennium al menos hasta que alguien complete el manuscrito a medio acabar de la cuarta parte que Larsson no pudo terminar por su prematura y desgraciada muerte.
Este tercera parte retorna a los mejores valores de la primera con una trama más realista y bien pensada, inteligente, y en la que las piezas van encajando con la lógica del mundo. El ambiente es mucho más de thriller político que de historia de intriga, lo que da pie a Larsson para volcar en el papel sus propias convicciones sociales y políticas. Una crítica que es más aparente que real por cuanto que siempre acaba salvando a las instituciones de las acciones ilegales, quedando estas más como hechos aislados cometidos por extremistas que como acontecimientos de estado. El ritmo narrativo es pausado, incluso en momentos repetitivo cuando se recuentan los hechos varias veces con todo detalle.
Salander deja de ser la heroína inverosímil que tanto lastraba la segunda entrega y cede protagonismo ante el periodista Mikael Blomkvist. Larsson utiliza esta novela para explicar las dos anteriores, para cerrar las historias, para aclarar lo que ha ocurrido en las novelas precedentes. Pero no del todo, porque algunos personajes y hechos no reaparecen y no queda claro el porqué de su inclusión en la trilogía ( por ejemplo, el relato del huracán en la segunda parte o el personaje de Lu, que reaparece forzado al final). Parece evidente que, en esta última novela, Larsson necesitaba también llenar páginas (la novela es muy voluminosa) porque hay historias secundarias que no aportan nada a la obra como, por ejemplo, la marcha de Erika al periódico de la competencia.
En general, Larsson acierta en describir unas maneras de espionaje e investigación verosímiles, así como en la descripción de los personajes (menos estereotipados en esta entrega) aunque los “malos” son demasiado maniqueos y cabría profundizar más en sus razones políticas y en el soporte institucional que seguro debían tener.
Este tercera parte retorna a los mejores valores de la primera con una trama más realista y bien pensada, inteligente, y en la que las piezas van encajando con la lógica del mundo. El ambiente es mucho más de thriller político que de historia de intriga, lo que da pie a Larsson para volcar en el papel sus propias convicciones sociales y políticas. Una crítica que es más aparente que real por cuanto que siempre acaba salvando a las instituciones de las acciones ilegales, quedando estas más como hechos aislados cometidos por extremistas que como acontecimientos de estado. El ritmo narrativo es pausado, incluso en momentos repetitivo cuando se recuentan los hechos varias veces con todo detalle.
Salander deja de ser la heroína inverosímil que tanto lastraba la segunda entrega y cede protagonismo ante el periodista Mikael Blomkvist. Larsson utiliza esta novela para explicar las dos anteriores, para cerrar las historias, para aclarar lo que ha ocurrido en las novelas precedentes. Pero no del todo, porque algunos personajes y hechos no reaparecen y no queda claro el porqué de su inclusión en la trilogía ( por ejemplo, el relato del huracán en la segunda parte o el personaje de Lu, que reaparece forzado al final). Parece evidente que, en esta última novela, Larsson necesitaba también llenar páginas (la novela es muy voluminosa) porque hay historias secundarias que no aportan nada a la obra como, por ejemplo, la marcha de Erika al periódico de la competencia.
En general, Larsson acierta en describir unas maneras de espionaje e investigación verosímiles, así como en la descripción de los personajes (menos estereotipados en esta entrega) aunque los “malos” son demasiado maniqueos y cabría profundizar más en sus razones políticas y en el soporte institucional que seguro debían tener.
Se trata de ficción y, por tanto, no debe exigirse veracidad sino sólo verosimilitud. Hay algún párrafo que muestra que Larsson no persigue ser preciso (ni tiene por qué serlo) como ese viaje de Málaga a Gibraltar "por la autopista" que dura tres horas cuando la realidad es la mitad. Hay que suponer que las descripciones de las ciudades suecas tendrán también este tipo de libertades aunque, al quedarnos lejos, no nos demos cuenta.
Como en las dos novelas anteriores, el título de esta es una fiel traducción de la edición francesa y no tiene nada que ver con el original sueco. Lo que ocurre es que en este caso este título inventado es muy inapropiado. El original es Luftslottet som sprängdes que podría traducirse por Estallan los castillos en el aire que haría alusión a cómo los grupos y acciones anticonstitucionales que se conforman en base a extremismos ideológicos sin base, acaban por ser desenmascarados y estallando en el aire. El título en castellano, sin embargo, es incomprensible. Hay algún error de redacción en la traducción (loísmos).
Es, en cualquier cosa una novela entretenida, que engancha y que se lee a gusto.
Como en las dos novelas anteriores, el título de esta es una fiel traducción de la edición francesa y no tiene nada que ver con el original sueco. Lo que ocurre es que en este caso este título inventado es muy inapropiado. El original es Luftslottet som sprängdes que podría traducirse por Estallan los castillos en el aire que haría alusión a cómo los grupos y acciones anticonstitucionales que se conforman en base a extremismos ideológicos sin base, acaban por ser desenmascarados y estallando en el aire. El título en castellano, sin embargo, es incomprensible. Hay algún error de redacción en la traducción (loísmos).
Es, en cualquier cosa una novela entretenida, que engancha y que se lee a gusto.
Me alegro mucho de haber encontrado tu blog, pues al fin comprendo por qué nunca entendí qué tenía que ver el título con lo narrado en esta tercera parte de Millennium.
ResponderEliminar¡Saludos de México!
Respecto a lo del título de la novela, parece una referencia a un pasaje de "Viaje al fin de la noche" de Louis Ferdinand Cèline en el que uno de los personajes, Robinson, afirma que su casa parece "El Palacio de las Corrientes de Aire", y el escritor lo plasma con mayúsculas como si de un sitio real se tratase
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