Cuando se acerca la festividad de San Valentín, los escaparates se llenan de corazones grandotes y rojos, en los supermercados venden orquídeas con lacitos de colores, las librerías exponen postales románticas y, sobre todo, se convocan por doquier certámenes literarios de cartas de amor. No hay ayuntamiento, ateneo cultural u hogar de jubilados que no anuncie uno. Hoy, alguien me dijo que por qué no me presentaba a un concurso de esos y la verdad es que los seiscientos euros de premio lo hacían atractivo. Pero es que yo no sé escribir cartas de amor.
Si supiera hacerlo, quizá hubiese escrito que tienes el poder de desbaratar el tiempo, de que fluya raudo cuando te tengo cerca, cuando me rodeas con tus brazos, cuando me besas, cuando me hablas, cuando me soportas y que, por el contrario, se torne insoportablemente viscoso y cansino cuando estás lejos. Será porque los relojes siempre adelantan cuando me enredo en el brillo de tu mirada y navego por las olas de tus caderas y de tus pechos. Será, acaso, porque los segundos en que me miras, o en los que fundes tus labios con los míos, o esos en que siento tu vello erizado de sensualidad, son distintos, plenos. Será porque cuando me dedico a pensarte, a disfrutar de esas memorias que tú has ido cincelando en mi mente, de esos sentidos desbordados que inundan mis recuerdos, los engranajes de los relojes se aceleran al unísono de mis ansias por ti.
Si supiera escribir cartas de amor, te diría que me sigue sorprendiendo cómo lees mi pensamiento, cómo me conoces, cómo me descifras, cómo sabes – incluso mucho antes de que yo mismo lo sepa- lo que anhelo; que conoces mis sueños, que construyes mi sentir, que me gusta verme estudiado por ti, entendido por ti. Que me basta una de esas sonrisas tuyas- sí, las que sólo me regalas cuando pones tu rostro junto al mío, tan cerca que no vuela ni un aliento entre ambos- para sentirme protegido y comprendido. Te contaría que me rescatas de mis miedos, de mis temores de desamor y de soledad, que las noches de estrellas compartidas contigo son más hermosas. Te diría también que junto a ti no tengo miedo del futuro, ni de que la mañana me encuentre entre sábanas solitarias. Que me llena tu presencia, que me proteges como esos campos de fuerza que aparecen en las películas dentro de los cuales nada malo puede acontecer. Que, a tu lado, me siento a salvo de todo como cuando de niño gritaba “casa” en aquel portal que nos guarnecía cuando jugábamos a guardias y ladrones y éramos perseguidos por otro chiquillo.
Si me llegaran las palabras acertadas, quizá fuera capaz de describir lo fascinante que eres, y cómo me gusta peinar tu cabello con mis dedos- despacio, viendo cómo cierras los ojos mientras lo hago-, cómo disfruto al entretener mi boca en tu cuello y en tus orejas, jugando a crear escalofríos en tu piel, saboreando tu cuerpo. Si supiera imaginar metáforas diría que eres inmensa como un cielo lleno de luceros y galaxias, camino sin espinas ni contratiempos, que muero por ser un Teseo perdido en tu laberinto, voluntariamente desprovisto de hilo salvador; que sólo tú eres mi Hedoné, que las Pléyades de tus ojos me hechizan, que tus brazos me envuelven como un océano de corales y espuma alborotada, que eres mi faro de Alejandría. O quizá que, cuando caminas a mi lado, surco mares en los que me suceden hechos extraordinarios que hacen mi vida digna de vivirse, por ti, para ti. Que cuando me tomas del brazo soy un pavo real que se abre orgulloso al mundo; que no hay, no puede haberlas, noches serenas entre tus caricias.
Si fuera capaz de imitar a un poeta te contaría de mi deseo, de mi avaricia por recorrer tu cuerpo, de la fortuna de derramarme en ti, sin límites, sin rubor, sin contención, sin mesura. Y de cómo la ternura transparente de tu voz me embelesa o de cómo el sortilegio de tus juegos me rinden ante ti y suspiro porque mi alma sea presa de la tuya. Te hablaría de tu silueta hermosa recortada frente al ventanal en las noches tibias, cuando fumas un cigarrillo y me hablas quedamente -plenilunio en el cielo-, desnuda tú junto al cristal, desnudo yo sobre la cama revuelta. De cómo me cautivan tus suspiros cálidos cuando me deleito en dibujar con mi dedo filigranas y arabescos sobre tu espalda, sobre tu vientre, cuando dejas que caigan tus murallas como castillos de arena deshechos por mis mimos. De cómo me conmueve tu corazón generoso y de cómo el roce de tu mejilla incendia mis sentidos.
Si me hubieran enseñado a verter en textos hermosos lo que me inspiras, escribiría cuánto disfruto de tu conversación, siempre inteligente, siempre inspirada. De cuánto aprendo de ti y de cuánto te admiro. De cómo eres literatura cuando me cuentas tu jornada, ensayo cuando reflexionas, poesía cuando me dices que me quieres.
¡Y es que, aunque sea del todo inverosímil, me amas!
Si supiera escribir cartas de amor, te contaría que me siento el hombre más privilegiado y honrado del cosmos y que te quiero con toda mi alma.
Si supiera hacerlo, quizá hubiese escrito que tienes el poder de desbaratar el tiempo, de que fluya raudo cuando te tengo cerca, cuando me rodeas con tus brazos, cuando me besas, cuando me hablas, cuando me soportas y que, por el contrario, se torne insoportablemente viscoso y cansino cuando estás lejos. Será porque los relojes siempre adelantan cuando me enredo en el brillo de tu mirada y navego por las olas de tus caderas y de tus pechos. Será, acaso, porque los segundos en que me miras, o en los que fundes tus labios con los míos, o esos en que siento tu vello erizado de sensualidad, son distintos, plenos. Será porque cuando me dedico a pensarte, a disfrutar de esas memorias que tú has ido cincelando en mi mente, de esos sentidos desbordados que inundan mis recuerdos, los engranajes de los relojes se aceleran al unísono de mis ansias por ti.
Si supiera escribir cartas de amor, te diría que me sigue sorprendiendo cómo lees mi pensamiento, cómo me conoces, cómo me descifras, cómo sabes – incluso mucho antes de que yo mismo lo sepa- lo que anhelo; que conoces mis sueños, que construyes mi sentir, que me gusta verme estudiado por ti, entendido por ti. Que me basta una de esas sonrisas tuyas- sí, las que sólo me regalas cuando pones tu rostro junto al mío, tan cerca que no vuela ni un aliento entre ambos- para sentirme protegido y comprendido. Te contaría que me rescatas de mis miedos, de mis temores de desamor y de soledad, que las noches de estrellas compartidas contigo son más hermosas. Te diría también que junto a ti no tengo miedo del futuro, ni de que la mañana me encuentre entre sábanas solitarias. Que me llena tu presencia, que me proteges como esos campos de fuerza que aparecen en las películas dentro de los cuales nada malo puede acontecer. Que, a tu lado, me siento a salvo de todo como cuando de niño gritaba “casa” en aquel portal que nos guarnecía cuando jugábamos a guardias y ladrones y éramos perseguidos por otro chiquillo.
Si me llegaran las palabras acertadas, quizá fuera capaz de describir lo fascinante que eres, y cómo me gusta peinar tu cabello con mis dedos- despacio, viendo cómo cierras los ojos mientras lo hago-, cómo disfruto al entretener mi boca en tu cuello y en tus orejas, jugando a crear escalofríos en tu piel, saboreando tu cuerpo. Si supiera imaginar metáforas diría que eres inmensa como un cielo lleno de luceros y galaxias, camino sin espinas ni contratiempos, que muero por ser un Teseo perdido en tu laberinto, voluntariamente desprovisto de hilo salvador; que sólo tú eres mi Hedoné, que las Pléyades de tus ojos me hechizan, que tus brazos me envuelven como un océano de corales y espuma alborotada, que eres mi faro de Alejandría. O quizá que, cuando caminas a mi lado, surco mares en los que me suceden hechos extraordinarios que hacen mi vida digna de vivirse, por ti, para ti. Que cuando me tomas del brazo soy un pavo real que se abre orgulloso al mundo; que no hay, no puede haberlas, noches serenas entre tus caricias.
Si fuera capaz de imitar a un poeta te contaría de mi deseo, de mi avaricia por recorrer tu cuerpo, de la fortuna de derramarme en ti, sin límites, sin rubor, sin contención, sin mesura. Y de cómo la ternura transparente de tu voz me embelesa o de cómo el sortilegio de tus juegos me rinden ante ti y suspiro porque mi alma sea presa de la tuya. Te hablaría de tu silueta hermosa recortada frente al ventanal en las noches tibias, cuando fumas un cigarrillo y me hablas quedamente -plenilunio en el cielo-, desnuda tú junto al cristal, desnudo yo sobre la cama revuelta. De cómo me cautivan tus suspiros cálidos cuando me deleito en dibujar con mi dedo filigranas y arabescos sobre tu espalda, sobre tu vientre, cuando dejas que caigan tus murallas como castillos de arena deshechos por mis mimos. De cómo me conmueve tu corazón generoso y de cómo el roce de tu mejilla incendia mis sentidos.
Si me hubieran enseñado a verter en textos hermosos lo que me inspiras, escribiría cuánto disfruto de tu conversación, siempre inteligente, siempre inspirada. De cuánto aprendo de ti y de cuánto te admiro. De cómo eres literatura cuando me cuentas tu jornada, ensayo cuando reflexionas, poesía cuando me dices que me quieres.
¡Y es que, aunque sea del todo inverosímil, me amas!
Si supiera escribir cartas de amor, te contaría que me siento el hombre más privilegiado y honrado del cosmos y que te quiero con toda mi alma.
precioso!
ResponderEliminarGracias
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