Cuando leemos una obra literaria convencional, impresa en papel, lo único que tenemos ante nuestros ojos es la versión final que al autor y el editor han querido trasladarnos. En raras ocasiones tenemos acceso a sus borradores, a las notas que crearon las ideas, a las correcciones y, mucho menos, podemos conocer el pensamiento que guió al escritor hasta dar con el texto que podemos leer. Por así, decirlo, el documento final es único y admite una única lectura y de un solo modo (por su tipografía, su composición, el gramaje del papel, su idioma). Excepto que tengamos la desgracia de quedarnos ciegos o perdamos la comprensión lectora, el libro permanecerá inmutable y el texto que leemos habrá sido creado y controlado por el escritor con gran detalle.
Sin embargo, la literatura digital (es decir aquella que no es una simple digitalización de un texto que bien podría haber sido impreso, sino que aporta algo más que no puede conseguirse en el papel), presenta una serie de códigos superpuestos los unos a los otros, al modo de los antiguos palimpsestos en donde sobre una escritura mal borrada podía leerse otra nueva.
Si en la Edad Media el palimpsesto se utilizaba con ánimo de ahorrar papel y se asumía como un mal menor, ahora, aquí, en la era digital, el palimpsesto de códigos es una necesidad inherente y obligatoria que determina la forma en que se crea y se lee.
Defiendo que esta superposición de códigos es lo que, precisamente, define la literatura digital.
Estos mensajes apilados nos otorgan una visión multidimensional de la obra, algo que no existe en el papel. La obra, aparentemente, ya no está controlada por el autor y se nos aparece dinámica, abierta, interactiva. Esto, en realidad, es un espejismo como intentaré explicar más adelante porque no es que la obra digital sea realmente flexible o que varíe con las acciones del lector sino que lo que realmente ocurre es que el usuario está sólo viendo el estrato superior del palimpsesto, sin ser consciente de los estratos inferiores que guardan los códigos que realmente manejan dicha obra. Es más, en el fondo, ni el autor ni el lector tiene control del texto digital porque dentro del palimpsesto, en capas profundas, existen códigos que determinan de manera importante cómo se percibe y se desarrolla el trabajo.
Veamos cuáles son esos estratos, desde el nivel superior más obvio hasta el nivel inferior que puede pasar desapercibido pero que ha de existir forzosamente.
Nivel 1: el texto que el lector lee
El texto (entiéndase siempre, cuando hablamos de literatura digital, el texto como una combinación de elementos multimedia) parece ser distinto cada vez que se lee. Permite hiperenlaces, interactividad, seguimiento de la historia por caminos diferenciados, etc.
Es probable incluso que ni el propio autor sepa por dónde puede transcurrir la historia una vez que esta es puesta en manos del lector. Tal como veremos más adelante, este estrato superior del palimpsesto no es el que realmente define la obra, no es el que realmente define el trabajo del autor. Y tampoco está controlado por el lector como parecería en primera instancia.
La aparente libertad de acción es un espejismo que enmascara los códigos inferiores que son mucho más deterministas. Se trata de un barniz que cubre las rigidices del interior, como un buen maquillaje cubre las arrugas que provocan los años.
El texto que el lector lee en esta capa del palimpsesto está constituido por un recorrido concreto a través de la red de enlaces existente y a través de los elementos multimedia incorporados. Puede pensarse en una red de enlaces totalmente libre de recorrer o puede pensarse en una red de enlaces adaptativa en las que las uniones de nodos permitidas varían en función de lo que el lector vaya haciendo.
La red totalmente libre puede llevar a que el usuario se aburra porque no todos los caminos para contar una historia son atractivos ni emocionan. Sólo unos pocos (no uno sólo, pero en general unos pocos) hacen la lectura interesante, hacen que se trate de una appealing story. Esto ocurre también con la literatura convencional. Si leemos Madame Bovary saltando de una página a otra sin orden ni concierto, seguramente no acabaremos pensando que es una de las grandes novelas de todos los tiempos. Lo mismo ocurre en un hipertexto. Por eso, hoy en día se trabaja en redes de enlaces adaptativas que – según lo que el usuario haga- fuerzan a tomar un camino u otro, asegurado que la historia es siempre appealing.
Pero, en cualquier caso, lo que es cierto es que los enlaces no son infinitos. La red de nodos posibles está predeterminada y, si aparentemente, algunas obras dan la sensación de tener un alto grado de libertad para el lector es porque tienen suficientes nodos n como para que las permutaciones posibles (n!) no puedan recorrerse en poco tiempo. Con sólo 20 nodos habría 2.432.902.008.176.640.000 de caminos posibles. Nos aburriríamos mucho antes de completar la millonésima parte de ellos.
Pero eso no significa que la red no esté fijada de antemano.
Este sustrato superior es en el que el autor menos aporta ya que es un resultado del trabajo de las capas inferiores.
Nivel 2: el conjunto de textos (el corpus sobre los que la obra se desarrolla)
Esta siguiente zona inferior del palimpsesto puede ser predeterminada (cuando los textos se han introducido en la memoria de manera fija) o dinámica (cuando los textos se crean aleatoriamente por medio de generadores de texto programados en la aplicación) pero, en ambos casos, el autor nunca puede estar seguro de que se combinarán (o se crearán) tal como él los había imaginado.
De igual modo al estrato superior, las permutaciones de caminos pueden ser muchísimas pero, a la postre, también están determinadas previamente.
Por ejemplo, si tomamos el sencillo ejemplo de generador de textos mostrado aquí, es evidente que la ejecución del programa podrá generar millones de frases que el autor nunca habrá previsto de manera directa. Pero todas esas posibles combinaciones están de hecho fijadas por el programa y no puede aparecer ninguna que no haya sido prevista.
Esta capa es importante a nivel creativo porque de ella y de la siguiente dependen la calidad de los textos. Si el escritor acierta en esta capa, el resultado final será correcto.
Sin embargo, no podemos decir que sea un estrato del palimpsesto definitorio de la literatura digital porque esta capa no se diferencia en gran cosa de la literatura convencional. Se trata de escribir bien (o lograr un procedimiento algebraico que escriba bien), o sea lo de toda la vida.
Nivel 3: los algoritmos que crean o combinan los textos
Este nivel del palimpsesto es poco percibido por el lector (e incluso por el autor) pero es muy importante porque es un estrato que el autor realmente controla y que define toda la obra. Los algoritmos que el autor crea son fijos, inamovibles y deterministas. Quizá sean programas muy complejos que puedan generar una infinitud de resultados pero la forma en cómo trabajan está fijada por el autor.
Por ejemplo, si tomamos el sencillo ejemplo de generador de textos mostrado aquí y que antes se ha citado, resulta evidente que puede haber una multitud de resultados pero todos ellos comparten la forma y el criterio a la que la rutina generadora fuerza. No es posible que aparezca una frase no prevista en el algoritmo. No puede haber nueva creación por parte del algoritmo. La creación es el algoritmo, no su resultado.
Hay, por tanto, una auténtica actividad creativa en este estrato, aun cuando estoy convencido de que pocos lectores lo valorarán. Muy pocos individuos dedicarían su tiempo a analizar y leer un código en VisualBasic, C++, javascript, Actionscript 3 o cualquier otro lenguaje que se utilice. Mucho menos para desentrañar el programa que convierte un texto a formato PDF, una imagen a TIFF o un sonido a MP3.
Y, sin embargo, es este sustrato de códigos el que realmente determina la obra. Desde mi punto de vista, esta capa es la que realmente define la literatura digital. Es aquí donde el autor fija qué quiere obtener y cómo lo quiere obtener, siempre sujeto a las limitaciones que imponen los sustratos inferiores del palimpsesto, como veremos más adelante.
A este nivel no hay incertidumbre. Se sabe qué va a pasar siempre, como el mago sabe qué va a ocurrir cuando realiza un espectáculo. Los espectadores ven el truco como algo fantástico pero el procedimiento que sigue el mago (el algoritmo) está fijado y es lo que realmente define la calidad del artista. Aquí es donde se vuelca la imaginación del autor para crear procesos. Trucos en el caso de los magos, obras literarias digitales en el caso de los escritores.
En los niveles superiores del palimpsesto, el lector puede ver – como hemos analizado anteriormente- una diversidad de caminos y enlaces que pueden no repetirse a corto plazo. La obra, parece así, distinta cada vez que se lee. Es sólo una ilusión porque, por debajo, está trabajando este nivel de códigos y lo está haciendo de una manera sistemática y siempre igual. Si en el estrato superior saltamos a un fragmento de texto novedoso es - sólo- porque el código inferior así lo determina. No existe, por tanto, la libertad de acción que los estratos superiores del palimpsesto parecen indicar. Se trata sólo de una ilusión. Toda obra digital está predeterminada por el código inferior y es, por ello, determinista. Visto así, la literatura digital no es más flexible o más abierta que la convencional. Ocurre sólo que el algoritmo de combinación de textos está en un caso en la cabeza del escritor y, en otro, en las rutinas programadas.
Y, si es esta precisamente la capa primordial de la literatura digital, ¿qué ocurre si desaparece?
Hay experiencias en este sentido. Se han guardado, por ejemplo, los textos generados por un algoritmo determinado y luego se ha destruido el programa. En mi opinión esta acción convierte al texto computerizado en un texto convencional de autor anónimo. O una experiencia más de la corriente Oulipo. Será mejor o peor, más o menos inspirada, pero ya no sería literatura digital. Ese texto- aun habiendo sido generado por un ordenador- sería un escrito en papel como otro cualquiera que, como se decía al inicio de este artículo, sería un producto único y que admitiría una única lectura y de un solo modo.
Nivel 4: las restricciones de software de la máquina donde corren los algoritmos
Un texto digital se ve afectado – aunque el autor no lo quiera- por las restricciones del sistema operativo, los drivers que controlan la tarjeta gráfica o la velocidad de ejecución del código fuente. Este código inferior existe y es determinante en la percepción final de la obra.
En este nivel del palimpsesto, el sistema operativo resulta clave. Un escritor que desarrolle una obra para PC puede encontrarse con que sus lectores usen Mac. O viceversa. Y, cuando intenta, que funcione en ambos sistemas debe renunciar a potencialidades. No digamos nada si la obra se desarrolla en un entorno de Red. ¿Qué navegador usará el lector? Explorer no interpreta muchas rutinas de javascript como lo hacen Mozilla o Chrome. Yo personalmente he sufrido este hecho. Obras que funcionaban perfectamente en Explorer dejaban de hacerlo en Mozilla. Recursos de programación que funcionan en un navegador no funcionan en otro. Rutinas válidas para un sistema, fracasan en otro.
Pongámonos en el caso de que, con infinita paciencia, se duplica la programación para por ejemplo dos navegadores. Mañana, aparecerá otro en el mercado que dejará la obra inservible. Los programas que corrían en Windows 95 no funcionan ya hoy en muchos casos. Y sólo han pasado quince años. ¿Podemos imaginarnos el teatro de Lope de Vega inservible tras dos décadas o los sonetos de Shakespeare ilegibles hoy en día? Este código escondido es traicionero. Está ahí. No lo consideramos, pero asesina la obra al poco tiempo y limita el desarrollo actual de la literatura digital.
Y esto es así aunque el autor no lo desee, no lo conozca o intente saltárselo. Ocurre. A diferencia de una obra en papel – en donde el impresor y el autor controlan con un alto grado de detalle el resultado final- un escritor digital nunca podrá estar seguro de cómo se verá su texto, excepto que regale con él un ordenador concreto cargado con exactamente los mismos programas que todos los demás. Y, aun así, debería estar seguro de que el usuario actuara de una manera fija y predeterminada.
Por ejemplo, una máquina puede ser más lenta que otra (bien porque su hardware sea más lento o porque, en ese instante, esté ejecutando otro programa que requiera muchos cálculos). En tal caso, el lector de una obra con hiperenlaces notará que los saltos tardan en suceder. O bien, las imágenes tardarán en cargarse o las animaciones se ralentizarán a un punto que resulten molestas (como de hecho ocurre en muchos juegos de nueva generación cuando se los procesa en ordenadores de tan sólo hace 3 o 4 años).
O bien, la tarjeta gráfica puede ser más lenta. O el usuario- porque tiene la vista cansada- ha fijado la resolución de su monitor en 800 x 600 pixeles cuando el autor había desarrollado su obra para 1280 x 1024 píxeles. Es posible, entonces, que parte de las imágenes se pierdan o bien que se reduzcan a un tamaño que las vuelva poco significativas.
Es posible que el usuario hay desactivado el sonido o que, simplemente, prefiera estar escuchando música mientras lee, con lo que los elementos sonoros de la literatura digital desaparecerán, aun cuando el autor haya puesto todo su cariño en que sean bellos y significativos en la obra.
O bien – y esto es muy común- el lector ha desactivado el que pueda haber contenido activo, de modo que las rutinas que el escritor ha preparado se convertirán en un mensaje similar a “Atención! Un programa está intentando ejecutar contenido activo! Proteja su equipo! Use el famoso antivirus Fulanito! ”. O, peor aun, un mensaje del tipo “El programa intenta ejecutar una operación peligrosa. ¿Desea permitirlo?”. Hay que tener verdadero valor para aceptar el riesgo en un mundo en que dos de cada tres programas ejecutables tienen escondidos troyanos, virus o malware. La mayoría de lectores, simplemente dejará de leer la obra.
O el autor de literatura digital se limita a utilizar unos recursos mínimos (lo que no tiene que anular la capacidad artística como lo demostraban los programas que hace veinte años corrían en los Amstrad, los Commodores o los Spectrums, muchos de ellos auténticas obras maestras de ingenio) o se arriesga a que su trabajo jamás sea visto como él lo ha imaginado. O, en muchos casos, a que ni siquiera sea visto.
La aparición de los lectores digitales o e-book no sólo no solucionan el problema sino que lo agravan ya que, debido a las pocas capacidades de la tinta electrónica actual, hay que reformatear la obra a una composición muy simple que no permite, por otro lado, ni gráficos animados, ni rapidez de respuesta ni color. Sin dejar de citar que cada formato muestra el texto de una manera diferente. Ligeramente diferente en ocasiones, enormemente diferente en otras. No es lo mismo ver un fichero en formato PDF que en formato EPUB o en Word.
Nivel 5: las restricciones de hardware de la máquina donde el programa se ejecuta
Y, por último, existe el código fuente que ejecuta el microprocesador y que, aunque ni sepamos que existe, es fundamental. Similarmente a cómo no nos percatamos de las descargas sinápticas en nuestras neuronas pero estas son vitales para que pensemos.
Basta intentar ejecutar una obra digital moderna (que hace amplio uso de recursos gráficos y sonoros) en un microprocesador antiguo (y antiguo, en este contexto, significa tres años) para darnos cuenta de que casi nada funciona.
Imaginemos un texto multimedia digital que tenga enlaces externos a sitios de Internet que deba ejecutarse con un modem de 56K de velocidad. Mucho antes de que la carga se produzca, el lector habrá abandonado la lectura por aburrimiento.
Y qué decir de las incompatibilidades de soportes físicos. Las anécdotas en las que un escritor digital aparece con un disckette de 5.25” en su mano, desolado porque ese disco contiene su obra y, simplemente, no encuentra un ordenador en que siquiera copiarla son multitud. Yo mismo tengo escritos en discos que sólo están acumulando polvo porque ya ningún ordenador trae disqueteras en los que leerlos. Seguro que es posible contratar un servicio de pago que haga la conversión. Pero eso no lo haría ningún lector. Mientras que yo puedo coger de la biblioteca libros en papel que compré hace veinte años y leerlos al instante sin problema alguno, me es complicadísimo leer obras digitales que tengan la misma antigüedad.
Conclusiones
- La literatura digital se compone de capas de código superpuestas, al modo de un palimpsesto. Esta combinación de estratos es característica de la literatura digital y, sin ellos, no sería tal.
- Las capas superiores, que son las que el lector percibe, son las que menos definen a la obra como digital y la aparente no linealidad e interactividad sólo son un espejismo que enmascara el determinismo de los sustratos inferiores. Estas capas sí definen la calidad del texto pero esto no es algo singular de la literatura digital. Escribir bien es igual se escriba en papel o en ordenador.
- La capa de código algorítmico es la que define como tal a la literatura digital y la que la diferencia de la convencional. Este nivel controla con exactitud todo lo que sucede, incluso lo que parece aleatorio.
- Los sustratos inferiores determinan de manera muy importante cómo se verá y leerá la obra. No son controlables ni por el autor ni por el escritor y provocan una aleatoriedad en el resultado final que, por lo general, es perjudicial para el fin que deseaba el escritor y para la percepción emotiva que buscaba el lector. Estos efectos de las capas más profundas del palimpsesto podrán ser superados a medio plazo mediante una rigurosa estandarización del hardware y el software y unos procesos en red seguros y estables en el tiempo (algo que personalmente veo muy complicado de lograr).
Interesante propuesta. Coincido en que todos esos niveles de información son importantes en una escritura digital.
ResponderEliminarSin embargo, creo que se pueden añadir más niveles profundos que están en nuestra máquina, en nuestro cerebro. Por debajo de la capa del ordenador aparece cómo nosotros procesamos, en nuestra mente, un texto. Y esta máquina, nuestro cerebro, siempre es distinta y por eso las emociones que un mismo texto suscitan son siempre diferentes en cada uno de nosotros, dependiendo de uno mismo, del estado de ánimo, del día, del año. Esta capa base – nuestra cabeza- determina sin duda el impacto literario más que cualquier otra.
Ciertamente, nuestro cerebro cuenta y mucho. Pero considero que este nivel es importante para cualquier actividad, no sólo la literaria, y por tanto no es preciso considerarla específicamente.
ResponderEliminarGracias por comentar. Un saludo