19/3/10

A través del tiempo





La sensualidad es probablemente innata, grabada en las moléculas de los genes. Recibí tu foto. Al verte en la juvenil desnudez, me doy cuenta de que tu paisaje, ondulado y repleto de aromas de hierbabuena, ha estado y estará siempre cubierto por la primavera. Me recreo ante tu figura grata, atractiva, deseada, y ansío recorrer tus caminos, perderme en tus anhelados valles, habitar las praderas de tu piel de terciopelo. Te miro y me sorprendo del deseo que me generas, íntimo, acuciante. Te miro otra vez y me envuelve el hechizo de lo imposible de tu belleza, más propia de un cuento de fantasía que de la realidad. La luz de la tarde se encandila con tu cabello y acaricia la silueta de tu cuerpo, como si deseara pintarte con acuarelas sobre el horizonte. Eso ocurría antes, hace muchos años, y eso ocurre hoy como si los relojes se hubieran detenido, prendidos de tu belleza, como si nunca cumplieras años. Te observo y me extasío con la sinusoide de tu vientre y de tus muslos, de tus pechos y de tus labios, siempre imprevistos, siempre nuevos, siempre deseables. El tiempo está probablemente disgustado porque no logra someterte. Y, cuando vuelvo a mirarte, me quedo alelado y me complazco en el fulgor de tu sonrisa, en el embrujo de tu mirada, en ese cuello desnudo que reclama besos y que me llama a inundarte de mí. Afuera, el cosmos me envidia.







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