Vuelve a ocurrir cada vez que estoy contigo. Oí una vez algo sobre la creación continua en el espacio. Y, en otra ocasión, me contaron sobre la aparición de materia a partir de la nada. Un inentendible concepto de la física cuántica. Como la magia. Nada por aquí, nada por allá, y de pronto surgen partículas.
Algo así debe suceder cuando te veo. Es mirarte, asir tu mano, y sentir que un calambre me recorre el alma, que una luz invisible serpentea en mi mente, que de pronto veo el mundo como a través de unos de esos filtros de las buenas películas, de esos que hacen parecer el sol más dorado y que realzan los reflejos juguetones e inquietos que flotan en el aire.
Es verte, acariciarte, y las velas de mi corazón se hinchan con un viento fresco y poderoso que me impulsa a ir más allá en la vida, a embarcarme contigo en una singladura común, a ser pirata en mares lejanos – tú mi princesa- , explorador de cataratas recónditas – tú, mi destino- , artista bohemio que escribe su obra magna – tú, mi inspiración- , a ser como de verdad quiero ser, a despojarme del disfraz de la rutina y del qué dirán.
Y todo ese hechizo surge de la nada, de pronto, súbitamente, siempre de manera distinta, siempre nuevo, recién nacido, de un modo que me sorprende de tal forma que me deja rendido ante ti, hermosamente entregado a admirarte. De la nada surge, como la materia que brota del vacío. Continuamente surge, como si fueras el motor del cosmos. Sé que ocurrirá antes de que llegue el instante y, no obstante, vuelvo a admirarme de que suceda, de que el embrujo germine sin posibilidad alguna de detener el milagro de este amor inmenso.
Inmenso como el cielo que nos mira.
Y, a veces, cuando ya las farolas pincelan tules tenues sobre la noche, cuando hay estrellas lejanas que nos arrullan, cuando encontramos un lugar tranquilo y apartado, haces que estalle el universo en una cascada de pasiones y besos.
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