La ciencia debería investigar qué tiene tu mano, qué poder magnético reside en la textura de tu piel, en el aroma de tus dedos, en el sabor del dorso y en el escalofrío que me producen tus uñas cuando acaricias mi espalda con la dulzura de las noches desnudas.
Tener o no tener tu mano agarrada, esa es la cuestión. Mi ser o no ser. Sin ella, me siento pusilánime, vacío, temeroso del mundo. Con ella, soy feliz, seguro, atrevido, dispuesto a las más heroicas aventuras. De tu mano, el camino es corto y descansado. Sin ella, hosco y obscuro.
La ciencia debería investigar por qué, cada vez que me sueltas, me asalta un síndrome de abstinencia instantáneo que no puedo soportar, que me quema, que me duele en el alma. ¿Qué proteínas pasan de tu piel a la mía? ¿Qué sustancias saltan de tu mano a mi corazón calmándolo como si fuera un bálsamo milagroso? ¿Qué droga produce tu piel que calma mi sed de ti? ¿Qué hechizo produces en mi vida para iluminarla con sólo el roce de tu cuerpo?
¿Por qué necesito entrelazar mis dedos con los tuyos para sentirme yo? ¿Qué misterio incontenible es este? La ciencia debería investigarlo. ¿Qué tienes que necesito agarrarte sin desmayo? ¿Por qué sonrío por la mañana si amanezco con tu mano en la mía?
A veces, sin que te des cuenta, cuando te cojo la mano y la beso, me quedo mirando las líneas que la surcan, esas de la quiromancia mágica y misteriosa, y me hago ilusiones pensando que está escrito en ellas que tu destino reside junto a mí para siempre.
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