Se sientan de tres en tres. Sobre el murete construido con piedras negras y porosas, solidificadas entre el magma que una vez extrajo la tierra de sus entrañas. Rocas negras como ellas. Se sientan de tres en tres. Y charlan en voz queda. Vestidos largos, tubulares, de colores estridentes. Amarillos como el sol, azules añil como el cielo o el mar. Rojos como el fuego que les abrasa la memoria. En la cabeza, un turbante alto cubre los cabellos y recuerda a las tinajas con las que caminaban en busca de agua o de mijo o de caña. No buscan pasar desapercibidas. No. Porque esos mantones son lo único que ya les queda de un pasado lejano. Pies descalzos. Las sandalias en la tierra. Dibujan espirales en el aire con sus piernas, buscando recordar cuando se sentaban en la ribera del río, al lado de los cañaverales enjutos. Pero no. No recuerdan nada. No tienen tiempo. Ni ganas. Porque la desesperanza les roba el ánimo. Hablan entre ellas, en un idioma desconocido. Algún turista pasa a su lado y se fija en su piel negra, profunda. Y musita en qué hablarán estas, senegalés, seguro. Quién sabe, dice otro. Y siguen su camino sin atenderlas, sin atreverse a mirarlas porque, si lo hacen, sus ojos hermosos les llegarán al alma y nadie quiere que la tristeza se cuele en el alma por una mirada a destiempo. Hablan con la cabeza baja, sin saberse bien si conversan entre ellas o con el camino polvoriento. Son jóvenes y hermosas pero no hay un hombre que las admire y que las abrace y que les susurre que están bellas y que morirían por ellas. Se contarán de las veladas frente a una mesa con pastel de mandioca y plátano asado, con aromas de cilantro y arrullos de pájaros de mil colores. Como sus vestidos.
Al anochecer, se sientan de tres en tres sobre el muro de piedra que bordea la playa. De espaldas al mar que las separa de lo que son, de frente a su futuro, tan negro como su piel olvidada.
Precioso y descriptivo relato, casi podía sentir su mirada, conforme iba leyendo.
ResponderEliminarBesos
Nela
Muchas gracias
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