Cuando hablamos de narrativa digital, en general se entiende que esta será fragmentada y no lineal. El propio hecho de que la literatura digital se fundamente en gran medida en los hiperenlaces y en el hipertexto conduce a que así sea.
Es cierto que existe literatura digital lineal de alta calidad (como por ejemplo la obra de Juan José Diez Don Juan en la frontera del espíritu) en la que los enlaces son más utilizados como notas a pie de página que como red de navegación a través de la trama, pero en general, cuando se analiza la literatura digital, la no linealidad, la fragmentación, el dejar al lector que encuentre (a veces, con mucha dificultad) su camino a través de la historia es la tónica dominante.
Sin duda, hay que señalar que esto ocurre porque, quizá, la literatura digital no acaba de encontrar su camino de futuro y sigue basándose en los conceptos de enlace y de disgregación que fueron inventados y desarrollados ya hace varias décadas. Es posible (de hecho yo estoy convencido de ello) que alguien encontrará algún día un camino distinto que aúpe a la literatura digital al mismo nivel de calidad, expresión artística y aceptación popular que la literatura convencional, ahora digitalizada.
Pero, hoy y aquí, parece bastante claro que la literatura digital transcurre por los campos del enlace, el hipertexto y la no linealidad.
¿Es posible hacer literatura sin linealidad?
Que es posible, es evidente porque existen obras tanto digitales como no digitales que se basan en la disgregación, en la red de potenciales caminos distintos de lectura y en la no continuidad. Ahora bien, excepto en muy pocos casos, estos trabajos no parecen ser exitosos, no llegan al gran público, no son aceptados gustosamente por los lectores (y aquí debemos cuidarnos muy mucho de decir que el público no está formado. El ir contra corriente no es bueno porque sí), no emocionan, no parece que pasen a la historia de la gran literatura. Desde este punto de vista puede trazarse una similitud con la música contemporánea que a fuerza de disonancias, inarmónicos, modulaciones estridentes, atonalidad y falta de melodía cantábile ha acabado por quedar reducida a un gueto minoritario mientras la realidad de la vida corre por otros derroteros.
En un post ya antiguo se debatía este tema, señalándose allá:
Tomemos, sólo a título de ejemplo, una historia como La rebelión en la granja, de Orwell. Todos sabemos que los animales no crean gobiernos ni tiranías. Sabemos que los animales no expulsan a los humanos de las granjas. Sabemos que no hablan y que, mucho menos, discurren en términos socio-políticos. Nos da igual, en la vida diaria, que en un matadero sacrifiquen decenas de cerdos. Y una historia de bestias discutiendo de política es aparentemente ridícula. ¿Por qué entonces, es una obra maestra? ¿Por qué es una historia que nos subyuga, que nos atrae, que nos entusiasma?Una razón fundamental es que ocurre porque el autor narra los hechos de una manera determinada y EN UN ORDEN determinado. Primero nos guía por la angustia que los animales sienten ante el ser humano, luego por cómo se forja la rebelión, luego transitamos por la personalidad de cada bestia, por sus aspiraciones. Más tarde vamos asistiendo al surgimiento, progresivo, de la tiranía. Y, paralelamente, vamos creando analogías con nuestras propias sociedades. Si ese orden fuera diferente, si el lector fuese libre de empezar por el final, de ver una disputa entre las ovejas y los caballos acerca del trabajo sin haber entendido antes que se han creado clases sociales en la micro-sociedad de la granja, etc….no sólo no comprenderíamos nada sino que nos aburriríamos de una historia absurda. Es el orden el que genera una historia emocional e intelectualmente atractiva (appealing story).En consecuencia, una pérdida del orden narrativo puede ser perjudicial y, de hecho, lo es en la mayoría de los casos. De las infinitas ramas por las que puede transitar una obra, sólo unas pocas atraen. Un buen hipertexto permitirá recorrer sólo y exclusivamente estas bifurcaciones. Un abuso de enlaces, una libertad total en la interacción, un poder perderse en el laberinto serán por lo general dañinas. De hecho, las obras digitales excesivamente hipertextuales casi nunca se acaban. Y no, porque no se encuentren los caminos posibles. No se acaban por aburrimiento.
¿Es posible hacer literatura sin linealidad?
Quisiera, llegado a este punto, distinguir entre linealidad profunda y linealidad superficial porque es probable que el problema esté en que ambas se confunden.
Por linealidad superficial entiendo aquella que es aparente al lector, es decir aquella que se conforma en su mente a medida que va leyendo (o viendo imágenes, si se trata de cine) las palabras. Esta linealidad aparente no tiene porque ser una linealidad cierta. Basta con que se construya en la mente del espectador.
Pongamos, por ejemplo, el caso de una película. Es muy posible que en ella haya elementos no lineales como regresiones al pasado (flash backs), varias historias que se entrecruzan entre ellas, no necesariamente en el mismo plano temporal, etc. Sin embargo, el guión está construido para que, en el cerebro del espectador, todo concuerde inteligentemente en una linealidad aparente que explica cada parte en función de las otras y las ordena cabalmente. Incluso, en una película de tantos planos de complejidad como es la recientemente estrenada Origen yo defiendo que existe una linealidad superficial porque –cuando uno sale de la sala- todos los acontecimientos han encajado en un orden muy determinado, somos capaces de fijar las simultaneidades entre las escenas de cada historia, todo resulta finalmente coherente, aún cuando cada escena particular pueda ser alineal.
Ocurre algo similar en cualquier novela. Existen tramas cruzadas, saltos a hecho pasados, cada capítulo aislado puede ser totalmente atemporal con los que le preceden y siguen, etc. Pero, en general, al acabar el libro, toda buena novela se habrá conformado de manera lineal en nuestra mente, ordenadamente, de manera cerrada.
Incluso en esos casos en que existen varios caminos posibles a leer, al final tenemos una historia lineal (elegida de entre muchas).
La realidad parece indicar que la linealidad superficial, “la que el lector lee, la que el espectador ve” es necesaria para emocionar, para que la literatura alcance sus más altas cotas. Y esto parecería indicar que, por tanto, la literatura digital debería ser lineal si pretende emocionar.
Llego aquí, entonces, al concepto de linealidad profunda. Es decir, quiero responderme a la pregunta de si dado que la linealidad superficial parece ser un requisito necesario, ello significa que debe existir un nivel profundo lineal al narrar y que, por ejemplo, los enlaces sólo deberían ser utilizados linealmente (sigo sin considerar aquí aquellos que funcionan como notas al pie de página).
La respuesta es que no. No tiene por qué existir una linealidad profunda. La obra digital no tiene por qué estar “programada” ( un término que seguramente es más exacto que “escrita”) de manera lineal pero su uso sí debe generar una estructura lineal, sí debe generar linealidad como propiedad emergente.
Al fin y al cabo, esto no es nada diferente de lo que ocurre en el arte y en el cosmos.
En el arte, imaginemos que observamos el cuadro de Berthe Morisot, pintado por Manet. La visión es lineal. No hay huecos, observamos una mujer hermosa, cada detalle encaja en un continuum preciso. Hay una linealidad superficial evidente. No es posible saltar de un lado a otro, no es posible ver sólo una parte. Lo que emociona es el conjunto de la obra. Y, sin embargo, si nos acercáramos mucho, veríamos que esa linealidad superficial no existe en un nivel inferior. Veríamos que está compuesta por trazos diminutos de pintura desperdigados entre sí, difícilmente coordinables a ese nivel. Si en vez de mirar con nuestros ojos, nos obligaran a mirar con un microscopio y recorriéramos con él todo el lienzo, difícilmente acabaríamos viendo la gloria del trabajo completo y nunca nos emocionaríamos ni apreciaríamos la belleza de la mujer y del pulso del artista. De hecho, nos aburriríamos. El permitirnos disgregar nos aburre, el forzarnos (lo hacen nuestros ojos) a globalizar, a coordinar, nos emociona.
En el cosmos, si por ejemplo observamos una mesa, la veremos como algo solido, continuo, lineal. Sin embargo, a nivel atómico se trata de un pequeño grupo de partículas elementales mantenidas en ciertos lugares por fuerzas electromagnéticas o nucleares y básicamente compuesto de espacio vacío (el electrón es tan pequeño que la distancia del mismo a su núcleo es inmensa a esa escala). Del vacío a nivel profundo, surge la linealidad y la solidez a nivel superficial aparente. La mesa, analizada en sus componentes, nos sirve de poco. Organizada, es un instrumento muy útil.
Creo que esta analogía puede aplicarse también a la literatura digital. En este contexto, el enlace hipertextual, la programación inconcreta, disgregada y el palimpesto de caminos posibles apilados uno sobre otro sin ton ni son, son siempre posibles si están organizados de tal modo que su uso por el lector origine forzosamente una linealidad aparente, una appealing story
Por tanto, el problema no sería usar hipertextos o no, usar enlaces o no, usar alinealidades o no, sino ser capaces de crear una organización de estos elementos desorganizados (si se permite la incongruencia) que generen de manera aparentemente espontánea – pero muy dirigida realmente por leyes deterministas- una linealidad superior aparente.
Podemos trabajar mezclando átomos pero, al final, debemos obtener una mesa. Podemos trabajar mezclando manchitas de color pero, al final, debemos obtener un cuadro entendible.
Del mismo modo, podemos combinar enlaces, palabras sueltas, redes de historias inconexas, grafos de tramas complejísimos y aparentemente disgregados… pero si, arriba, en la mente del lector, no generan una linealidad aparente, probablemente la literatura digital no triunfará. Los escritores de literatura digital deberían (-amos) preocuparnos de asegurar que, fuera cual fuera la técnica hipertextual, interactiva o dinámica utilizada, el uso normal de ese aparato algorítmico generara forzosamente una linealidad emergente superior en su uso.
De lo que deduzco que una buena pasión hacia las bases originarias de la retórica clásica ayudaría mucho a estos futuros escritores, ya que tras el mecanismo de la inventio o recolección de materiales para crear una historia (o discurso público) se ordenaban normalmente siguiendo un ordo artificialis (el orden lo imponía la eficacia buscada en el público): esa dispositio o engranaje culminaba en una elocutio o forma definitiva del texto. La combinación de materiales bien escogidos y conectados hacia un fin que convenza finalmente al lector de una historia ha creado los grandes clásicos que hoy conocemos y disfrutamos. Parece que la linealidad no debería ser un problema ni un elemento clave, siempre que seamos conscientes de crear una red completa y coherente sobre aquel mundo que queremos contar y del que queremos integrar en el lector.
ResponderEliminarMuy interesante y sugerente la comparación cósmica y artística. Me recuerda que el universo es un sistema de órdenes implicados, que diría Bohm.
Muchas gracias por el comentario. Coincido en que los clásicos siguen siendo fuente de inspiración y criterio. Creo que la clave es lo que bien escribes: "...hacia un fin que convenza finalmente al lector".
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