Clareó por entre los cortinones y la alcoba vibró con la luz naciente del día.
- ¿Qué haces? – preguntó él al sentir que se levantaba. Y es que no podía soportar que las sábanas perdiesen su calor y su aroma.
- Está amaneciendo.
Anduvo hasta el balcón. Desnuda, silueteada entre las sombras. Se protegió de miradas indiscretas enrollándose una de las cortinas por encima de su pecho y su cintura. Las entreabrió y un torrente de mañana se coló en la alcoba.
Los campos recién arados se extendían plácidos hasta donde alcanzaba la vista, más allá de las últimas casas de la plaza. Los surcos de los arados, trazados a un lado y a otro, daban al terreno un aspecto de tablero de ajedrez. Bajo la línea del horizonte, un resplandor pugnaba por hacerse paso entre la calima. Las campanadas de la iglesia asustaron a los gorriones que desde hacía tiempo revoloteaban inquietos por entre los tejados. Las farolas permanecían aún encendidas, engarzándose con precisión en la paleta de pinturas que traía el aire. No se veía un alma.
- Mira, ven- le pidió, entusiasmada por el descubrimiento del día- mira qué luz. El amanecer viene pintado con el color de la tierra. Es luz pintada. De sienas, de ocres, de verdes difusos, de arcillas y calizas. Mira, no te lo pierdas.
Se levantó y la abrazó por detrás. Hundió su cara en el pelo de ella y comprobó que aquella luz armonizaba tan precisamente con su cabello que parecía que algún dios juguetón se había empeñado en que así fuera.
- Amanece, sí – dijo él- pero yo quiero que continúe la noche.
sugerente, bello
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