Era media tarde pero parecía que ya anochecía. La niebla se había quedado adherida a los edificios del centro de la ciudad, pegajosa, cansina, y el sirimiri había sido persistente durante todo el día. Las farolas de las avenidas se habían prendido mucho antes de lo habitual y el agua, acumulada sobre el asfalto en forma de delgada película, se había convertido en un espejo en el que se reflejaban el caos del tráfico y los pasos de los peatones apresurados.
- Quiero que lo mates- pensó, pero le pareció un modo brusco de plantearlo.
Sorteó a dos señoras que charlaban animadamente bajo el toldo de la marquesina y se detuvo ante el pub. Dudó por un instante pero finalmente sacudió enérgicamente el paraguas, lo plegó y empujó la puerta. Le saludaron el campanilleo de un colgante chino que anunciaba la entrada de los clientes y una espesa atmósfera de humo y aliento condensada a partir de las animadas conversaciones de los parroquianos y los cigarros traídos de contrabando. Pasó su mano por la gabardina, intentando secarla, y miró aquí y allá en busca de Mike. Lo vio enseguida. Estaba distraído, como siempre, sentado en una mesa junto al antiguo escenario, frente a un café que aún humeaba- dedujo que no llevaba mucho tiempo esperando- y con un pitillo en la boca recién encendido. Recorrió con su vista el resto del local sin reconocer a nadie más, aparte de a Borman, el camarero mulato que llevaba sirviendo en aquella barra desde antes del principio de los tiempos.
Boston’s Saloon había sido un teatro muchas décadas atrás. Cuando los vodeviles que allá se representaban comenzaron a no ser del gusto del público, fue cerrado y así permaneció por un par de lustros hasta que fue recomprado y reconvertido en pub. El nuevo dueño deseó que su interior quedara lo más inalterado posible de modo que respetó el escenario – que cada sábado servía para que un trío de jazz amenizara la velada-, la decoración artesonada, los dorados que recorrían los palcos, el suelo encerado de la platea y el magnífico fresco del techo en donde unos angelotes orondos y rosados lanzaban flechas de amor a figuras apenas cubiertas por tules y sedas. Sólo retiró las butacas y colocó unas mesas, todas de artístico hierro forjado, y sillas fabricadas de igual manera. Lo que era el antiguo ambigú del teatro se convirtió en la barra donde Borman hacía y deshacía a su antojo. La idea tuvo un inesperado éxito y el Boston’s Saloon acabó convirtiéndose en un clásico de la ciudad hasta el punto que, cuarenta años después, continuaba siendo un punto neurálgico de encuentro y su estética, tan obsoleta como apreciada, era indispensable en cualquier guía turística de la zona. Servían comidas al mediodía y era bar por la noche. También albergaba una pequeña exposición de bates de baseball donada por Tim Harter, estupendo jugador de los Knockers y buen cliente del bar. Borman la cuidaba como si fuera su propia herencia.
- Hola Mike, me alegro de verte- sonrió mientras le saludaba.
Él la miró con la misma expresión de científico loco que la había enamorado quince años atrás, cuando la vida era buena y el futuro era claro. Estaba hermosa. Joder, que sí lo estaba. Había guardado en su memoria los buenos recuerdos, su perfume de limón, las tardes de merienda en el parque Harston, las horas de estudio en la biblioteca cuando intentaban desentrañar juntos, sin éxito alguno, las matemáticas del profesor Carter. Y sabía que siempre había sido hermosa. Pero no tanto. Joder, se había olvidado de que era extraordinariamente guapa. O, al menos, así se lo parecía a él. Se levantó de la silla y le extendió la mano, en un gesto cortés automático. Patty se acercó a él, desdeñando la mano, y le plantó un beso en la mejilla.
- No seas tonto. Aunque no nos hayamos visto en tantos años, tuvimos mucho en común como para que me saludes como a una desconocida.
Todo parecía continuar como quedó cuando rompieron. Ella, la decidida, la que llevaba el timón, la que tenía una idea clara de la vida. Él, el despistado, el grumete que se dejaba guiar, siempre soñando en sus cosas y poco previsor con el futuro.
- Estás mucho más hermosa de cómo te recordaba- Mike quiso ser agradable.
- ¡Ah!, ¡así que me recordabas fea! – Patty le golpeó cariñosamente con los nudillos en su brazo.
- ¿Un café?
- Sí, gracias. Hace un día de perros. He tenido que venir por Lexington y los coches no han hecho sino salpicarme constantemente. Estoy empapada de cintura para abajo.
Mike sonrió y un brillito en los ojos le delató.
- ¡Bobo!- le soltó ella- mira… - y levantó su pierna para que él pudiera ver como sus jeans estaban mojados hasta casi la rodilla.
Mientras les sirvieron el café hablaron de trivialidades. Del clima que cada vez estaba más extraño, de cómo había sido que en tantos años apenas se hubiesen cruzado un par de postales navideñas y un par de llamadas anodinas, de los preparativos para Halloween que la tía de Mike llevaba a cabo, de la desgraciada muerte del profesor Carter, aún joven- un cáncer a destiempo si es que los hay que puedan llegar a su hora- al que habían llegado a apreciar sinceramente a base de suspender sus exámenes, de las vacaciones que ella había pasado en Montana el último verano.
Patty sorbió un poco de café y apretó sus manos contra la taza para calentarlas. Le miró fijamente, sin decir nada, como si estuviese pensando cómo empezar. Mike quiso ayudarla:
- Y bien, ¿cómo te va? ¿Qué tal John?- a pesar del tiempo, al nombrarlo algo le crujió en el alma.
- Mal, por eso te he pedido que nos viéramos.
Se habían hecho novios en la universidad. Ambos estudiaban arquitectura. Él se graduó, aunque jamás había ejercido. Le ofrecieron un empleo como profesor sustituto en cálculo que luego se convirtió en definitivo. Y a la enseñanza se dedicaba sin añoranza alguna por las obras y los rascacielos. Ella conoció a John. Estaba enamorada de Mike pero aquel hombre la deslumbró. Apareció de pronto en su vida. Totalmente diferente a todos los que hasta entonces había conocido. Siete años mayor que ella, de familia muy acomodada, con una personalidad extrovertida y magnética, un rostro más que agradable y un cuerpo trabajado en el gimnasio. El primer día que se encontraron fue por casualidad, junto al embarcadero del muelle. Él llegó en su Chevy descapotable y le preguntó por alguna dirección. Nunca supo si realmente estaba perdido o todo fue una treta para entablar conversación con ella pero lo cierto es que acabaron cenando juntos y, por azar o sin azar, se vieron casi todos los días de aquel mes. Sin darse cuenta, se fue alejando de Mike- que permanecía ajeno a todo- y para cuando fue consciente de lo que ocurría estaba en la cama con John, loca y sensualmente enamorada de él y dispuesta a dejarlo todo por aquel hombre. Y así lo hizo. Aparcó sus estudios, cortó bruscamente con Mike y marchó a vivir a Nueva York como la feliz esposa de John Kean, empresario del mundo editorial de notable éxito. Mike le prometió que haría cualquier cosa por ella, lo que se le antojara, todo lo que pudiese imaginar.
- Puedo pedir mucho, Mike, imaginar mucho, demandar lo que nunca podrás darme- le había dicho ella el último día que hablaron sentados en Boston’s Saloon.
Y él le había dicho que no, que le entregaría todo, su alma, su vida, su poca fortuna, su futuro, pero que por Dios no le dejara porque estaría muerto sin ella. Luego, años después, se dio cuenta de que todo aquello era ridículo, que sonaba a telenovela barata, pero en aquel instante, ante aquel vaso de refresco que se terminaba, le juró hasta lo imposible. Ella, más sensata y madura, sonrió con una mueca amarga, sin intentar convencerle de lo que era imposible que entendiera. Puso un beso en sus dedos y los llevó al rostro de él en un último acto de despedida. Mike quedó groggy, atontado, como esos púgiles que no saben ni dónde están ni qué deben hacer cuando reciben un gancho de izquierda. Apenas dio de sí para continuar impartiendo sus clases sin que se notara mucho su estado de ánimo. Adelgazó doce kilos, se descuidó en su aspecto y se aficionó al tabaco que antes le apestaba. Cuatro años le costó remontarlo, cuatro largos años. Había logrado, con esfuerzo, enterrar los recuerdos y el dolor bajo horas de trabajo y capas de absurdas actividades a las que se apuntaba con el único interés de tener algo distinto en que pensar. Hasta hoy. Otra vez en Boston’s Saloon.
Patty se acercó a él para, por un lado, evitar que otros oyesen su conversación y, por otro, buscar el refugio cálido de la cercanía de Mike. Aún mantenía las manos apretadas sobre la taza aunque ya hacía un rato que el líquido se había enfriado.
- Mi vida no es lo que imaginas. No quiero venderte nada pero reconozco que me equivoqué al dejarte, Mike. Era joven. Bueno, es fácil decirlo ahora y sé que te hice mucho daño pero lo cierto es que los sueños que yo deposité en John se han vuelto pesadillas. Necesito hablar, ¿sabes?. Te agradezco que hayas venido, que me escuches. Fuiste en quién pensé cuando tomé el teléfono desesperada ayer.
Mike no contestó. No sabía qué decir ni a dónde conduciría todo aquello. Además, estaba decidido a que las cenizas no se reavivaran. Bastante esfuerzo le había costado llevar una vida más o menos normal para pensar en una recaída.
- Marché a Nueva York con John y, los dos primeros años, fui feliz. Alocadamente feliz. John me daba todos los caprichos, tenía una maravillosa casa en la cuarta avenida, un coche estupendo, una tarjeta de crédito sin límite de gastos, una criada que me liberaba de cualquier trabajo, conocí a tipos importantes de la ciudad y entré en su círculo. Estaba en una nube, como si me hubiera tomado tres rayas seguidas. Llegué a pensar que el mundo era así y que podía disponer de él a mi antojo. Cuando lo pienso ahora me doy cuenta que fui una auténtica estúpida. Porque John no aparecía mucho por casa. El trabajo, ya sabes. Y después de unos meses perdió bastante interés por mí,- dudó un momento- por mi cuerpo, ya entiendes. Lo achaqué al trabajo, al estrés, a sus continuos viajes.
Mike hizo un gesto al camarero y pidió dos cafés más sin que ella lo hubiera solicitado.
Permanecía callado, sin saber a qué atenerse, pero sintiendo que la herida que él creía cicatrizada se iba abriendo poquito a poquito a medida que ella hablaba, casi en un susurro, casi en un monólogo.
- Un día, llegó enfadado. No había bebido porque John no bebe más de lo socialmente necesario. No puedo decir que se emborrache ni nada por el estilo. No sé por qué nos enojamos pero lo cierto es que, de pronto, me golpeó. No fue fuerte, no me dejo ninguna marca, no fue peligroso, pero descubrí a un John distinto, colérico, con una mirada que era la de ese tiburón implacable de los negocios que decían que era, no la de los dulces ojos con los que me enamoró. Se disculpó enseguida, me abrazó y me pidió perdón de todas las maneras posibles. Yo le creí, le dije que no importaba, que todos salimos de nuestras casillas en ocasiones, que le amaba. Estuvimos bien unas semanas pero aquello se repitió una vez más y otra. Y los golpes fueron cada vez más fuertes hasta que acabé por tenerle pánico, Mike. ¿Sabes lo que es llegar a casa y tener pánico de abrir la puerta? No puedes imaginarlo…
Él no contestó pero recordó el pavor que le producía su apartamento cuando Patty le abandonó. A él le golpeaba la soledad, el desprecio de la mujer que amaba, el saberse perdedor.
- Todo ocurrió de manera muy progresiva. Poco a poco. Como esas gotas que horadan la piedra. Siempre encontraba disculpas, siempre le perdonaba, cada día un poquito más de miedo. Ya cambiará, pensaba. El trabajo, la crisis, la bolsa. Pero, ¿sabes Mike?, nada cambió a mejor. Siempre a peor. Tres años después, le odiaba con toda mi alma. Hasta yo misma me sorprendía de cómo el amor se había tornado en rabia, en asco, en la necesidad de que desapareciera de mi vida.
Él le tomó la mano y se la apretó como cuando ella sentía desasosiego antes de los exámenes, cuando aún estaban juntos. Ella le sonrió dulcemente y él supo que era un gesto sincero, de alivio, de refugio en él. Y eso le hizo sentir un escalofrío de miedo por lo que empezaba a sentir muy adentro. Y no lo deseaba. Sería una cabronada inmensa volver a pasar por lo mismo. Además, intentó ser racional. Ya no la conocía. Sí, estaba impresionantemente guapa pero no tenía ni puñetera idea de quién era ahora. Habían transcurrido demasiados años. Era otra persona, otra mujer. Y él era otro hombre mucho más maduro, con una posición estable en la vida. Lo malo era que, cada vez que le miraba, todos sus sensatos razonamientos se iban a la puñetera mierda.
- Hay que joderse- pensó- el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y esta es condenadamente grande.
Algunos parroquianos les miraron, más por la belleza de Patty que porque estuvieran interesados en su conversación. No era sábado pero un saxofonista se había aupado al escenario y había comenzado a interpretar Love is always hard. Algunos espectadores aplaudieron y Borman disminuyó la potencia de los farolillos que colgaban de los palcos. Sabía que eso ponía melancólicos a los clientes y, con la añoranza, siempre llegaban más copas y más negocio.
- Sé que llueve. Estará ya oscuro- dijo ella- pero me gustaría salir de aquí, Mike. ¿Te importa? Podemos buscar algún lugar cubierto en el que continuar hablando. Necesito respirar aire fresco. Perdóname, pero lo necesito.
Por única respuesta, Mike se levantó y tendió la mano a Patty. Le ayudó a ponerse la gabardina, dejó un par de billetes sobre la mesa y haciéndose paso un poco a empujones llegaron a la puerta. Llovía. Ya no era sirimiri, sino una tormenta en toda regla. Las fachadas de los rascacielos se habían pintado de puntitos luminosos que dibujaban figuras extrañas sobre ellas. Más arriba, un cielo ennegrecido por la noche y por las nubes cargadas de agua se iluminaba de tanto en tanto con algún relámpago lejano. El tráfico era caótico pero eso no era ninguna novedad. Intentaron tomar un taxi sin éxito.
- No creía que se iba a poner tan feo- dijo él- ni se me ocurrió coger el paraguas.
Patty abrió el suyo y lo colocó sobre ambos. Él la alivió de la carga, lo tomó en sus manos e intentó que ella quedara bien tapada.
- Te vas a calar- dijo la mujer- No te preocupes por mí.
- Pillaremos una pulmonía si nos quedamos aquí esperando a un taxi. Es una misión imposible. Caminemos hacia mi casa. Nos mojaremos igual pero, al menos, podré ofrecerte ropa seca, una ducha caliente si lo deseas y un cobijo hasta que amaine.
Patty le tomó del brazo, como en los viejos tiempos y Mike sintió cómo otra andanada de memorias tiernas daba de pleno en su línea de flotación. No hablaron mucho por el camino, entretenidos con zigzaguear entre los apresurados transeúntes, librarse de las salpicaduras de los vehículos y conseguir que el paraguas no volteara con el viento.
- Ya ves. Sigo viviendo en el mismo sitio. Seguro que encuentras el apartamento tan desordenado como antaño. No esperaba visita hoy- sonrió.
Subieron. Prendieron la lámpara de la sala. Una luz tibia, acariciadora, amarillenta como una luna que recién nace, les rodeó. Las gotas de lluvia repiqueteaban sobre los cristales de la ventana y el bouquet de flores que adornaba la mesa aún tenía fragancia. Ella se inclinó para olerlo.
- Anda, quítate todo eso. Te vas a enfermar. Te traeré una bata mientras se seca.
Cuando Mike regresó de la alcoba con un pijama y un albornoz en la mano, Patty estaba secándose el cabello. Su carita estaba mojada y alguna gota juguetona resbalaba por su mejilla. Su pelo se había ondulado con el agua y formaba caracolas sobre su frente y sus hombros. La lluvia y la luz de la estancia confabularon algo en el silencio. Ocurrió como cuando, de pronto, se abre la tierra y el sismo se expande por los campos. O como cuando las aguas se retiran mar adentro y quedan al descubierto peces y áncoras sobre la arena para, súbitamente, regresar con fuerza abrumadora e incontestable. Como cuando el sol acaba por fin de aparecer tras el horizonte en las madrugadas y, de pronto, la oscuridad se rasga en una catarata de luz imposible de detener. Así sucedió. Se abrazaron, se besaron una y mil veces, con el ansia de la sed, con el anhelo del hambre atrasada. Se dijeron que se amaban, que se equivocaron, ella le pidió millones de veces un perdón que le fue concedido la primera vez que lo hizo. Se degustaron con la pasión desbordada de años de espera, de recuerdos que cabalgaban como hordas salvajes desde el subconsciente hasta los labios, hasta las manos, hasta el sexo de él, hasta los pechos de ella. Cayeron extenuados, desnudos, intentando comprender lo que había pasado, atentos a lo que el futuro les traía de nuevo.
- Ya no recordaba lo bueno que es amar entre unos brazos cariñosos- dijo él mientras la besaba una y mil veces.
Mucho más tarde, cuando ella jugueteaba con el vello del pecho de Mike y este le acariciaba el cabello, Patty le dijo:
- Necesito librarme de John, Mike. No puedo seguir aguantándolo.
- Lárgate, cariño – le pellizcó con dulzura la nariz- no vuelvas. Manda a tu abogado con los papeles del divorcio y se acabó. No puedo ofrecerte una mansión ni un coche ni una cuenta bien inflada pero esta cama y esta cómoda y esta casa son tuyas, ya lo sabes.
Ella calló, como si estuviera pensando qué decir, mirando al techo, hasta que se volvió hacia él con expresión seria. La tormenta continuaba en el exterior y la persiana exterior golpeteaba contra el cristal.
- No, eso no es suficiente. Me refiero a librarme siempre de él. Nunca me concederá el divorcio. Eso me lo ha dejado claro. Si me voy, me iré sin nada y nunca podré volver a formar una familia. Y me hará la vida imposible. Tiene medios para hacerlo sin que su nombre quede manchado.
- Ni que fuera Al Capone.
- No lo es pero tiene mucho poder. Y me ha advertido que si le dejo me perseguirá. Es orgulloso y un hombre como él, dice, no puede permitirse la vergüenza de que le abandonen. Es poco chic en los ambientes que frecuenta, dice el muy cabrón. Arruinaría mi vida y te mataría a ti. No lo dudes. Te aplastaría como a una cucaracha. Le basta hacer un par de llamadas para que te atropelle un coche en un fatídico accidente.
- Anda ya- rió Mike- que esto no es el Chicago de los veinte. Creo que exageras, Patty.
- Una vez prometiste que harías lo que yo te pidiera.
- Sí, lo prometí- Mike se recordó a sí mismo gimoteando como un niño tras ella, con lágrimas en sus ojos, comportándose como un imbécil, con vergüenza de sí mismo.
- Lo prometiste. Lo prometiste muchas veces.
- Sí, y aun haría casi todo por ti- la besó fugazmente en los labios.
- ¿Y si ahora te pidiera que hicieras algo por mí?
- Lo haría, cariño. Creo que haría todo por ti- y ahora la besó con pasión y largamente.
- Tienes que matarle, Mike. Tienes que deshacerte de él.
Mike la soltó horrorizado. La sensatez le regresó de pronto. No la conocía. Definitivamente era una mujer desconocida. Los años no habían pasado en vano.
- Estás loca, Patty... No. – recapacitó por un instante- Estás bromeando. Es eso. Soy gilipollas. No me he dado cuenta que estás tomándome el pelo- sonrió.
Como que Patty permaneciera seria y con los ojos perdidos en la ventana, Mike comprendió que aquella mujer estaba hablando en serio. Su cerebro se negaba a aceptar aquella conversación. Habían hecho el amor. Y ahora, de repente, todo era una locura.
- Lo prometiste, Mike. Lo prometiste.
- ¡Uno no promete que va a asesinar a nadie, mierda! – vociferó- ¿estás chiflada?
- No estoy loca, Mike. ¿Qué crees que yo siento y pienso? ¿Crees que me gusta matar a mi marido? ¿Piensas que no he analizado diez mil caminos antes de llegar a la conclusión de que este es el único que sirve? No puedo seguir soportando golpes, desprecios, amenazas. Necesito recobrar mi vida. Te necesito a ti.
Se echó a llorar y Mike la abrazó tiernamente.
- Cálmate. Seguro que logramos que acepte el divorcio.
- No lo hará nunca, Mike. ¿No lo entiendes? Nunca.
- Tiene que haber un camino, Patty. Déjame que hable con él.
- Te matará, Mike. Te matará.
- No me matará. Mañana mismo me presentaré en su oficina. Él me conoce. Supongo que me recordará. Hablando se entiende la gente.
Se abrazaron y se cubrieron con la manta. Comenzaba a hacer frío. Quedaron dormidos al poco y la noche acabó con la tormenta.
Al amanecer, se ducharon juntos apenas sin hablarse. Patty tenía prisa. Presentía que debía regresar a su casa. A él le esperaban los alumnos de segundo, que escucharían su clase atentos sólo a las chicas sentadas en los bancos de delante y ajenos por completo a las ecuaciones de su pizarra. Se dieron un beso fugaz al salir y acordaron verse en Boston’s Saloon al mediodía para comer alguna cosa.
A la una en punto, Mike entró en el antiguo teatro y enseguida se percató de que Patty había ya llegado ya. Estaba sentada de espaldas a la puerta, en la mesa más discreta de todas, como evitando que la vieran. Se acercó a ella y le apretó el hombro con dulzura al tiempo que se agachaba hasta su oído.
- Hola, guapísima. Te he echado de menos, a pesar de que estés loca de remate.
Ella volteó el rostro y él sintió que la rabia le subía del estómago hasta inundarlo todo. Un par de moratones eran visibles bajo el maquillaje. Aún tenía lágrimas en los ojos.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó con el corazón detenido.
- Estaba en casa cuando llegué. Nunca está pero hoy la fatalidad ha querido que haya dormido en casa. Me golpeó, Mike. Con furia. Me llamó puta. Me ha dicho que va a ir a por mí. Que no descansará hasta verme suplicarle, hasta que me ecnierren en una pirsión por cualquier delito que él ya se encargará de fabricar. Que nunca aceptará el divorcio amistoso y que si lo pido se encargará de que me machaquen aunque tenga que comprar cien testigos falsos. Dice que me acusará de robo, que me buscará y me matará.
- Maldito cabrón- Mike apretó los puños con fuerza.
- Luego, al rato, me pidió perdón. Siempre lo hace. Hasta parece arrepentido de veras. Me dijo que lo sentía, que no quería perderme, que no me pegaría nunca más. Que haría lo que yo desee. Que le dolía más a él que a mí. Que no sucederá jamás otra vez. Pero no es cierto, Mike, no es cierto. Lo hará. Lo hará y lo hará pronto. Estoy atrapada y nunca escaparé. Nadie me puede ayudar, Mike.
- Maldito cabrón- Mike volvió a apretar los puños con fuerza, hasta dañarse el mismo con sus propias uñas. Era un hombre tranquilo, no era violento, nunca lo había sido, pero la imagen de Patty en lágrimas le volvía un ser desconocido para sí mismo. Una nunca puede decir cómo reaccionará antes estímulos extraordinarios. Una bilis ácida le carcomía y le llenaba la boca. Deseaba venganza. Por ella. Por él mismo, por cuando aquel hijo de puta se la había arrebatado para luego maltratarla. Un hombre debe demostrar que lo es cuando llega el momento, pensó. A unos les toca ir a la guerra, a otros hacer la revolución, a él la llamada del deber le pedía que defendiera a Patty a costa de su propia vida si era preciso. Una locura, sí. Lo sabía. Pero qué es un ser que no es capaz de amarrarse al barco de la locura cuando es necesario. Apretó su mano dentro de su bolsillo buscando un arma imaginaria que no tenía. Y otra vez la bilis le inundó el cerebro e imaginó descerrajando dos tiros en la frente del cabronazo que amargaba sus vidas desde hacía tantos años.
- Nadie puede ayudarme- Patty se secó las lágrimas con un pañuelo de seda y dibujos de mariposas.
- Sí, yo puedo.
- Es una locura. Siento habértelo pedido, haberlo pensado, haber buscado cómo quedar contigo para contarte toda esta mierda. Lo siento, Mike. Sé que ni debí hablarte de esto y que tú jamás podrías hacer algo así. Nadie puede ayudarme. Me las arreglaré.
- Sí, yo puedo – repitió él.
Quedaron en silencio. Ambos sabían de qué hablaban.
Al poco, él necesitó ir al baño. El azar quiso que cuando él caminaba hacia al reservado, un hombre elegante y alto entraba en el Boston’s. Iba vestido con un abrigo color café de paño, una bufanda al cuello y un sombrero Fedora. Su rostro rasurado de manera impecable y le rodeaba una ligera fragancia de agua de colonia muy varonil. Era John Kean.
La vio de espaldas y se acercó a ella con calma. Nadie que le viera podría decir que se trataba de un ser colérico que maltrataba a su esposa. Al contrario, aparentaba ser un caballero de alto nivel, un hombre de negocios culto y acostumbrado a dominar cualquier situación con calma y raciocinio.
- Hola, Patty. ¿Puedo sentarme? – preguntó mientras se quitaba el sombrero.
Ella, sobresaltada, se giró y no pudo reprimir un pequeño grito de miedo. Miedo que su cara reflejaba de manera tan clara que el propio John dio un paso atrás.
- No, Patty. No vengo a hacerte daño. Lo siento. No te imaginas cómo lo siento, cariño. No quise. Nunca lo quiero. Me pierde mi carácter. Pero no volverá a pasar. No ocurrirá más – y, diciendo esto, colocó un sobre blanco alargado en la mesa.
Patty no contestó. Estaba inquieta y confusa. John permanecía en pie frente a ella, con sus manos temblorosas manoseando el sombrero. Como si esperara una palabra de perdón.
Patty no contestó. Estaba inquieta y confusa. John permanecía en pie frente a ella, con sus manos temblorosas manoseando el sombrero. Como si esperara una palabra de perdón.
En ese instante, justo en ese instante, Mike volvía a la mesa. Su mente se iluminó de pronto. Reconoció a John enseguida. El rostro asustado de Patty le golpeó en el cerebro. A pesar de la distancia, vio sus moratones, recordó los golpes de la noche, los lloros de la mujer que siempre había amado, las promesas hechas. Imagino a aquel hombre a punto de golpearla nuevamente, a punto de arrastrarla a su casa por la fuerza, el escándalo para ella, los insultos públicos. La bilis- aquella bilis que no podía evitar- volvió a amargarle la garganta, dejó de pensar fríamente, notó cómo la adrenalina le envolvía y sus ojos se engancharon en el exhibidor de bates que Borman cuidaba con tanto esmero.
Fue un instante. Apenas unas milésimas de segundo en las que sus neuronas se volvieron locas, en que el calambre de la venganza le recorrió de arriba abajo. Casi sin controlarlo, como si se tratara de otro hombre, sus manos tomaron uno de los bates, el más grande de todos, se acercó a la carrera a John por detrás y le asestó un golpe necesariamente mortal en la cabeza. La sangre saltó incontrolada y salpicó a Patty que comenzó a gritar fuera de sí. John cayó muerto y el estrépito desató el pánico en el local. Los comensales comenzaron a chillar y a salir en desbandada del bar mientras Borman veía con angustia cómo destrozaban mesas, sillas y artesonadas en su alocada huida.
Media hora después, un oficial colocaba las esposas a Mike y le leía sus derechos. Este permanecía ido, ausente del mundo. No miraba a Patty. Ella no lo miraba a él. El inspector Retton, al que habían sacado de su almuerzo urgentemente, daba vueltas de aquí para allá, tomando notas en un bloc de papel cuadriculado.
- Asesinato a sangre fría y por la espalda. Le van a caer al menos treinta años- le dijo a su ayudante.
Patty miró a Mike mientras lo introducían en el furgón policial. Estaba tan aturdida que sólo se daba ligeramente cuenta de que lo había hecho por ella, por cumplir la promesa que le hiciera hace tantos años. Bajó los ojos, temerosa de cruzar su mirada con cualquier otra persona. Estaba convencida que todos podrían leer en sus ojos que ella le había incitado a matar a su esposo. Vio entonces el sobre que John le había dejado justo antes de recibir el golpe mortal. Permanecía sobre la mesa, manchado con dos pequeñas gotitas de sangre. Lo tomó y lo rasgó. Pensaba que podía ser dinero pero sólo había unos papeles cuidadosamente doblados. Una nota los acompañaba.
Lo siento Patty. Estoy desolado y nunca podré perdonarme a mí mismo. Espero que tú, algún día, puedas hacerlo. Nunca más te haré daño. Aquí tienes los documentos del divorcio firmados y un contrato por el que recibirás la mitad de mi patrimonio. Aunque sé que no podrás creerlo, te amo. Siempre. John.
excelente relato!
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