Hace algunos días escribía yo un post en el que reflexionaba sobre cómo la literatura es motor de la cultura humana y de cómo, en función de cómo se defienda de la ola digital (en el sentido, de si la literatura modela la lectura digital o a la inversa) la propia literatura puede evolucionar en direcciones opuestas. O bien, una literatura de lo superficial, de lo fragmentario, más visual que textual, de cortos párrafos, una literatura de spot o bien una literatura de reflexión, que requiera tiempo para pensar, una literatura lenta. Al respecto de estos comentarios, me hago eco hoy de un artículo de Tatiana Shabaeva publicado en Rusia Hoy titulado Cuidado con los libros y que fue republicado en el suplemento de un periódico nacional hace pocos días. La autora critica los nuevos planes de enseñanza rusos en los que la literatura pierde peso en pro de un tecnicismo profundo. A lo largo de su exposición, Shabaeva desgrana una serie de reflexiones que me parecen muy interesantes porque trascienden del mero asunto de la educación en Rusia y que son de perfecta aplicación al debate sobre la literatura digital y digitalizada y el efecto de Internet en nuestra forma de leer.
Así, valora el mensaje social que contiene la poesía e indica cómo en épocas de líderes públicos débiles o escasos, son los escritores y los poetas los que estimulan el pensamiento. Critica la propuesta de incidir más en las materias tecnológicas en detrimento de la literatura bajo la excusa de que los jóvenes no tienen tiempo para leer tantos libros y no precisan perder el tiempo leyendo a Dostoievski si su intención es especializarse en química o matemáticas. Un pensamiento que cabalga por muchos países y planes educativos en todo el mundo.
Se refiere después a cómo la Red ha hecho más sencillo el no leer, el no reflexionar sobre la literatura. También hace años los estudiantes copiaban los trabajos que debían hacer sobre las lecturas encomendadas en el curriculum escolar pero entonces se hacía con cierta vergüenza y a escondidas para esquivar las críticas. Hoy, sin embargo, una década después, nadie se molesta en ocultar su ignorancia y los alumnos que leen y tratan de entender las grandes obras de la literatura clásica son una excepción. El resto, se dedica a copiar de Google con pleno descaro. Esto es un error porque, añade la periodista, lo cierto es que, salvo contadas excepciones, las personas que entran en la edad adulta no dedican su limitado tiempo a algo que no ha sido presentado en su niñez como importante, significativo, valioso o prestigioso.
Por último, Tatiana Shabaeva se rebela contra la suerte de cantinela que se oye en todas partes y que asegura que el mundo ha cambiado y que vivimos en una era digital en la que la literatura clásica ha quedado sencillamente obsoleta. Pero el significado implícito de tales afirmaciones es en realidad el siguiente: “la literatura clásica es demasiado compleja y hace que la gente sea más sofisticada, y no nos interesa un público sofisticado con posibles motivaciones imprevisibles”.
Amén.
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