Landskap Med Tranströmer es un generador de texto creado por Chris Joseph con un interface sencillo que sólo varía en color y sobre el que se van generando, con cada interacción del usuario, una miriada de frases que van llenando la página. En realidad no es un generador infinito porque las frases se repiten a menudo, sólo que aparecen en distinto nombre. Al final, se trata de un galimatías que simula una torre de babel pero el valor literario es reducido.
29/1/12
The Red Queen
Philippa Gregory’s The Red Queen es una aplicación para Iphone, Ipod Touch e Ipad que permite leery escuchar una combinación de e-book y audiolibro basado en la novela histórica de Philippa Gregory, The Red Queen en un escenario de enfrentamiento medieval entre los York y los Lancaster durante la guerra de las rosas. Así, la banda sonora está sincronizada con el texto a medida que este va pasando por la pantalla. Adicionalmente, existen "extras" como una entrevista con la autora, vídeos y mapas históricos. Se puede comprar- a un precio que me parece elevado- en la App Store.
28/1/12
I am Rose. Life in the Blitz
I am Rose. Life in a Blitz es un relato digital perteneciente a la colección Lifelines, un recurso de literatura digital para la enseñanza creado por Kate Pullinger y Chris Joseph. El relato narra las experiencias de una joven durante los bombardeos que Londres sufrió en el transcurso de la guerra mundial. Utiliza una combinación de voz narrada en primera persona con imágenes, animaciones y ventanas emergentes que sirven para mostrar información didáctica. Una demo de este trabajo- que es de pago- puede verse aquí y su compra puede realizarse desde aquí.
27/1/12
Divergentes
Divergente es una novela juvenil de la editorial RBA que utiliza una web transmedia digital como apoyo publicitario de la novela en papel de la escritora Verónica Roth. Así, en la red se dispone de una web que se separa en cinco divisiones en función del personaje que el lector quiera seguir. Una historia que transcurre en una futura sociedad dividida en cinco facciones que no se comunican entre sí, cada una de las cuales es fanática de una virtud humana, de la verdad al conocimiento, pasando por la osadía. Un interface elaborado en base a fondos de gráficos misteriosos, en tonos oscuros, sobre los que se muestra un menú convencional que permite saber más sobre el personaje principal de la facción elegida, leer algún capítulo, utilizar avatares en las redes sociales. Estas web de promoción han sido creadas por la empresa Duplex.
25/1/12
Sea and Spar Between
Sea and Spar Between de Stephanie Strickland y Nick Monfort es una generador de poesía que hunde sus raíces en las matemáticas y que, mediante combinaciones, puede generar más de doscientos billones de estrofas. Precisa, para su correcto funcionamiento, un navegador capaz de interpretar HTML5 (Chrome por ejemplo). Cada estrofa viene determinada por unas coordenadas virtuales X-Y que pueden variar entre 0 y 14.992.383. A medida que desplazamos el ratón, el puntero se va desplazando por un mar de coordenadas con diferentes versos que podemos seleccionar a voluntad.
El título del trabajo viene de que los versos generados son combinaciones de Moby Dick y de poemas de Emily Dickinson. Se usa un análisis de cada texto para determinar la frecuencia de palabras, sus relaciones, las coincidencias entre Melville y Dickinson, etc. y estas relaciones se utilizan para generar aleatoriamente las estrofas mediante relleno de patrones determinados.
El interface es austero (demasiado) y simula, con su azul plano, el mar de versos.
24/1/12
Noches de invierno
Cuando acaban las fiestas de navidad es cuando de verdad comienza el invierno. Ya no hay lucecitas brillantes y parpadeantes ni el loco frenesí de tener que comprarlo todo o comerlo y beberlo todo en una semana escasa. Los que nos visitaron para abrazarnos regresan a sus quehaceres, los hijos vuelven a volar solos, las noticias se tornan pesimistas en los noticieros y la vida vuelve a empantanarse en la rutina plomiza del trabajo. Las noches son más cortas pero se nos antojan dilatadas, como si todo en el mundo conspirara para dibujar melancolías en las esquinas y en las penumbras. Al anochecer, uno se queda solo con la nada, con su propia nostalgia, con la cuesta arriba de los sueños que sabemos que no cumpliremos, con la sensación desagradable de que la existencia se escapa encerrada en tardes oscuras y apagadas, desaprovechadas, en noches en las que uno tiene desgana de acostarse porque sabe que dará mil vueltas entre las sábanas mientras las gotas de la lluvia repican en las persianas bajadas. Entonces, es cuando nos aferramos a pantallas de televisión, o de ordenador, o incluso a las diminutas del Whatsapp para ahuyentar la soledad. Cualquier cosa menos acostarnos. De tanto en cuanto parpadean en lo oscuro y, a veces, si hay suerte, nos hacen sonreír o soñar.
23/1/12
Which Book?
Hace algún tiempo, veiamos en este blog el portal CultureWok que sugería libros en función de los gustos e intereses del lector. WhichBook es un portal similar, quizá con una estética más limpia y desarrollada, que sugiere libros a leer en función de la valoración que el usuario haga de un conjunto de características: si se quiere leer una obra más o menos triste, más o menos profunda, fantasiosa o no, larga o corta, pesimista u optimista, etc. Igual que en los otros portales similares, la elección es progresiva, porcentual. Una vez determinados los valores, el programa nos muestra los libros que, a priori, podrían encajar mejor con nuestros gustos.
22/1/12
TOC
TOC , de Steve Tomasula y Stephen Farrell (amén de un amplio conjunto de artistas y programadores), es una novela interactiva multimedia muy completa e imaginativa que puede adquirise en Amazon, Barnes y otras librerías. Combina ampliamente y sabiamente todo tipo de contenidos digitales: texto, vídeo, sonorizaciones, imágenes, música, vocalizaciones.... Se entrega en DVD, ya que su contenido requiere mucha memoria y ´no podría descargarse en un tiempo razonable, al precio de unos 17 dólares.
Exige una interacción continua y reflexiva por parte del usuario y necesita paciencia y tiempo para recorrerla. De hecho, nada más empezar, el lector se ve ante el dilema de escoger entre dos posibles caminos. Si elige Chronos, se sumerge en un vídeo que sólo él, y para comenzar, dura media hora. Posteriormente, se llega a La isla que actúa como centro de la red de relatos hiperenlazados.
Una narración compleja que habla del tiempo y de la asincronía de aquellos que anhelan el pasado o el futuro, reflexionando sobre el siempre tan debatido y desconocido concepto del tiempo, con escenarios fantásticos y textos que recuerdan a Borges y Calvino. A pesar de la parafernalia multimedia, Tomasula no olvida qué es literatura - la prevalencia de la palabra y la historia- pudiendo hablarse de un buen ejemplo de literatura digital.
El interface es muy visual y sofisticado y en algún caso confuso. De hecho, la obra se acompaña de un manual de instrucciones que no viene mal.
21/1/12
Sin noticias de Gurb
Sin noticias de Gurb (Seix Barral, 1991) de Eduardo Mendoza es un relato (o novela corta) cómica que narra las desventuras de dos extraterrestres abandonados en la Barcelona preolímpica. Escrita con frases cortas, comentarios irónicos y una importante carga de crítica sobre nuestras ciudades consumistas y frenéticas, se lee muy rápido, con agrado, con momentos hilarantes, mucho ingenio, y una visión alternativa a la de todos los días (la que tendría un alienígena) que convierte lo más cotidiano en algo disparatado y desternillante. A través de la mirada de los personajes, la ciudad cotidiana, tan normal para nosotros, se convierte en una locura absurda. Una parodia corrosiva, satírica e inteligente de nuestra sociedad que la entenderán mejor aquellos que, por edad, hayan vivido la España olímpica del 92 debido a que la novela está llena de referencias a esa época.
20/1/12
Digital Book World 2012
Del 23 al 25 de este mes se celebra en Nueva York, la exposición y ciclo de conferencias titulado Digital Book World. Durante el evento, importantes profesionales del sector editorial, especialmente en el ámbito del e-book debatirán sobre el futuro y desarrollo de la edición digitial en los próximos años así como sobre aspectos técnicos (por ejemplo, los nuevos desarrollos en el formato ePub3), transmedia, marketing digital, metadatos, libros digitales ilustrados, etc. En total más de 40 conferencias.
19/1/12
Shakespeare digitalizado
The Shakespeare Quartos Archive es una biblioteca completa que incluye las obras digitalizadas de William Shakespeare en ediciones anteriores a 1642 que se vendieron y publicaron como folios sueltos (quartos). En este momento, sólo están accesibles 32 ediciones de Hamlet. Cada una de ellas puede observarse en modo imagen (páginas escaneadas) y el software permitre la ampliación a voluntad de cada página así como tomar notas a los usuarios registrados. También permite imprimir, buscar o compilar presentaciones. Se prevé escanear otras obras de Shakespeare en los próximos años. El proyecto estás soportado por un gran número de instituciones oficiales y académicas.
Katawa Shoujo
Katawa Shoujo de Four Leaf Studios es una narración interactiva para adultos, a medio camino entre la novela erótica y el juego, que es una evolución de una historia del tipo elige tu propia aventura que comenzó en el año 2000 y que mediante sucesivas adaptaciones ha llegado a la versión actual. Un juego narrativo de "ligues quinceañeros" pero con una vuelta de tuerca ya que los autores lo escenifican en un colegio para discapacitados. La interface es la clásica en este tipo de narraciones japonesas con una ventana de texto y gráficos en el marco principal muy al estilo, en la forma y estética, de los dibujos animados televisivos nipones. El nombre del proyecto ha generado controversia porque en japonés la palabra katawa parece tener una connotación despectiva hacia las personas discapacitadas. Narración para adultos con escenas y léxico no apto para menores.
18/1/12
Human Mind Machine
Human Man Machine de Jhave Johnston es un poema visual que engarza tres elementos: una imagen que va palpitando y cambiando entre las palabras que dan título a la obra (imágenes que en morphing continuo van formándose y deformándose en texturas que van desde lo gomoso a la similitud con un excremento, en una mutación que tiene algo de atractiva en sí misma), versos que se muestran en la parte inferior en dferentes tipografías (desde las más claras hasta las prácticamente ilegibles, si las fuentes están instaladas en el ordenador) con un sabor rancio a los hechos más básicos de la vida cotidiana, y una banda sonora que se asemeja a latidos inconexos de un corazón. El efecto emocional final no es notable, es más de confusión que de comprensión, pero consigue, de algún modo, captar el interés del espectador.
17/1/12
ELO 2012
La conferencia de la ELO en el 2012 bajo el motto de Electrifying Literature: Affordances and Constraints se celebrará en Morgantoen, West Virginia, entre el 20 y el 23 del próximo mes de junio. Aún no se ha establecido el programa concreto aunque sí se ha programado una exposición de trabajos que tendrá lugar simultáneamente en el Monongalia Arts Center. El 15 de febrero, el comité de selección publicará los trabajos que finalmente se explondrán de entre los presentados. Desde el día 1 de enero está abierto el plazo de inscripción para aquellos que estén interesados en asistir.
15/1/12
El tamaño de las pantallas como problema en el desarrollo de los contenidos digitales
Aunque la teoría nos habla de la portabilidad de los contenidos digitales (y me refiero aquí a los libros electrónicos de todo tipo más que a los vídeos o sonidos) entre aparatos y el marketing se encarga de adornarlo como si todo fuese un cuento de hadas, lo cierto es que el tamaño de las pantallas suponen un impedimento importante para lograr dicha portabilidad así como también para el desarrollo del libro electrónico desde el punto de vista económico y técnico. El tamaño del soporte es un elemento que sólo se ha mostrado como problema en la modernidad puesto que, aunque existen libros de muchos tamaños en papel, la estandarización lograda a lo largo de siglos es muy importante y, sobre todo, un libro impreso no requiere portabilidad. Es como es y nadie necesita más.
En un lector electrónico, sin embargo, se espera que exista la portabilidad. El usuario espera que el libro que está leyendo en su tableta pueda leerse también en su laptop o en su teléfono móvil. Una idea que viene del hecho de que los documentos habituales (PDF, Word, etc.) pueden leerse de manera similar en cualquier ordenador (cada vez menos, también, debido a las diversas resoluciones y formatos de pantalla). Este requisito que se solicita al contenido electrónico implica obstáculos técnicos importantes a solucionar, sobre todo si se trata de libros con muchas ilustraciones o fotografías. Cuando se trata de un libro que sólo contiene texto, el problema puede solventarse con mayor facilidad pero, normalmente, a costa de una pobre maquetación.
Cabe preguntarse cómo es que, siendo el tamaño del monitor un factor importante, no se ha estandarizado ya un modelo o una familia reducida de ellos. El problema es, a la vez, técnico, económico y comercial.
Técnico porque existen limitaciones físicas de fabricación fiable de las pantallas. Las tecnologías van surgiendo precisamente para solventar las limitaciones pero normalmente, se generan nuevas dificultades. Podemos disponer de grandes pantallas retroiluminadas pero estas tienen el problema de la lectura bajo luz intensa y del cansancio visual, mientras que las pantallas e-ink son pequeñas y aún no tienen colores vívidos (y la mayoría son aún de escala de grises). Podemos fabricar pantallas flexibles pero en tamaños relativamente pequeños, hay problemas de consumo elevado dependiendo del tamaño, etc. Además, un tamaño grande es bueno para leer pero no para llevar en el bolsillo
Asimismo, es un problema económico porque el coste de fabricación aumenta desproporcionadamente con el tamaño. El fabricante del dispositivo de lectura debe llegar a un compromiso y hoy por hoy se trata de un difícil equilibrio. Por último, es comercial, porque muchas veces se cambia el tamaño de la pantalla exclusivamente para diferenciarse de la competencia, para ofrecer una ventaja aparente que atraiga a cierto nicho de lectores.
Hoy en día, por ejemplo, podemos hablar de tres rangos de tamaño principales en dispositivos pequeños. El de 10” (que es el del Ipad, pero el Kindle DX usa 9.7”), el de 7” (que llevan muchos otros tablets, pero los Kindle Touch usan 6”) y las más pequeñas de 3.5”-5” que incorporan los teléfonos móviles. Y, por arriba, las pantallas de ordenador de muchas pulgadas. Hay que recordar que este valor indica la longitud de la mayor diagonal de las pantallas. Por tanto, un simple cálculo matemático nos hace ver que la superficie de visualización de una pantalla de 10” – suponiéndola cuadrada- es de 322.58 cm2 mientras que si la diagonal es de 7” entonces la superficie es de 158.06 cm2, es decir menos de la mitad. No digamos nada si bajamos a una de cellphone. Es intuitivo entender las dificultades que estas drásticas y enormes limitaciones de espacio producen en el contenido digital y su maquetación. Y, en general, para un lector lo que no es aceptable es que la página sea grande y se muestre sólo un pequeño trozo de ella en la pantalla, como si fuese un visor que se mueve sobre el texto que hay que desplazar continuamente con las teclas de scroll. Esto es cansino y desmoraliza a cualquier usuario.
Si la página sólo tiene texto podremos reordenarlo variando de modo automático el tamaño de la fuente y los saltos de línea, pero esto implica que la paginación varía de un dispositivo a otro y que aparecen, por lo general, problemas de líneas viudas, huérfanas, justificación incorrecta, páginas en blanco fantasma, etc. Si queremos que una página con unas fotografías y texto sean directamente portables, la situación es muchísimo más complicada. En este tipo de contenidos, normalmente, la estructura de la página, el lay out es fijo, debe ser fijo para que se mantenga la proporcionalidad estética de cada zona. Si elegimos un tamaño de letra y de gráfico que encajen bien en la pantalla de 10”, cuando pasemos a 7” todo se verá tan pequeño que será ilegible. Si, por el contrario, elegimos una maquetación apropiada para las 7”, cuando la ampliemos se perderá resolución y los textos aparecerán absurdamente grandes. Y la remaquetación automática alrededor de las imágenes no es tarea nada sencilla ( es decir que el texto- a un tamaño apropiado al tamaño del monitor- se readapte según la foto). Se están desarrollando formatos que intentan abordar la cuestión (el ePub3, por ejemplo) pero aún quedan muchos años para que el resultado sea correcto. ¿Qué ocurre entonces? Pues que las editoriales que desean digitalizar libros con contenido gráfico deben optar por crear dos, tres o cuatro versiones, cada una de ellas especializada en un dispositivo, asegurando que se vea correctamente en cada caso , y esto implica mucho trabajo y mucho dinero. Pero – excepto que compremos las 4 versiones- la portabilidad no existirá. Si a esto le añadimos el que algunas plataformas carecen de color, tienen una velocidad de refresco lenta o presentan un brillo tenue y aburrido, el resultado- en comparación con el papel- es desolador.
La estandarización de monitores y pantallas es más necesaria que nunca. Permitirá el desarrollo de formatos sencillos y robustos, reducirá el coste de las pantallas y facilitará la creación de contenidos. Pero si los fabricantes- mucho más interesados en los beneficios que en la literatura, como es lógico- no se ponen de acuerdo siquiera para estandarizar los cargadores de los teléfonos móviles, me temo que faltan lustros para que se disponga de visores digitales literarios comunes. Y esto, se quiera o no, supone un obstáculo importante e innecesario para el desarrollo de la literatura digitalizada (y digital) de calidad.
14/1/12
CultureWok
CultureWok es un portal francés que pretende recomendar libros (y también, películas, juegos y música) "entendiendo" qué intereses y gustos tiene el lector que pregunta por una recomendación. Así, la pantalla de la aplicación nos presenta casi treinta características que tenemos que evaluar en cuanto a nuestras preferencias: si deseamos leer novela, o poesía, o teatro, si queremos novela negra, o que hay o no violencia, o que el libro sea más o menos adecuado para los jovenes, etc., etc. No son elecciones sí/no, sino graduadas en una escala.
Con todas las posibilidades evaluadas, el algoritmo determina entonces qué libros nos pueden resultar más interesantes y los presenta en pantalla. Centrado en la literatura en francés, obviamente.
13/1/12
Contaminación digital
La moda digital también contamina entendiendo por contaminación el que los aparatos electrónicos inspiran a algunos artistas a caminar hacia lo digital aunque esto no tenga ningún sentido. Nick Davies ha traducido la obra de Roland Barthes The pleasure of the text al "lenguaje" de los teléfonos móviles y mensajes cortos con el título de D PlsUR ov d Txt. Contiene tanto la obra como el prefacio de Clare Wood y Beverly Plester. Sólo se han impreso 160 copias atendiendo a la limitacíón de caracteres de un SMS. Si esto sirve para algún propósito artístico, no lo tengo nada claro.
12/1/12
Conversor de documentos a formato de e-book
Hamster Free Ebook es un conversor de documentos en formatos convencionales (como el PDF, Word, etc.) más destinados a la impresión que a la lectura, a formatos propiamente de lectura que se utilizan en los libros electrónicos, teléfonos móviles y tabletas con la particularidad de que no es preciso saber el formato propietario de estos sino que la conversión se realiza simplemente pinchando en un icono donde aparece la marca del dispositivo en que queremos leer. Soporta 41 idiomas y su interface es del tipo Drag-N-Drop es decir basta arrastrar el icono del archivo a convertir sobre el icono del dispositivo a utilizar.
11/1/12
Dickens digitalizado
Existe un único manuscrito del Cuento de Navidad de Dickens que ha permanecido bien guardado en la Morgan Library and Museum de Nueva York. Ahora, el New York Times ha fotografiado y digitalizado cada una de las 66 páginas que componen la obra original pudiendo el público en general acceder a ella. En la compilación digital, puede ampliarse cada una de las páginas para observar cada elemento con detalle. Destaca la gran cantidad de correciones que Dickens hizo hasta lograr uno de los cuentos más célebres de la historia. Los cambios más significativos están además editados con comentarios (a los que se accede a través de unos post-its amarillos que los señalan) que ayudan mucho a comprender las variaciones que hizo el escritor especialmente para los no angloparlantes. Curiosamente, en el original no se sabe cuál esla suerte del pequeño Tim lo que da lugar a pensar que Dickens procedió a aclarar que se cura de su enfermedad en fechas posteriores.
Hypertext 2012
En junio del 2012 se celebrará en la ciudad norteamericana de Milwaukee la conferencia ACM Hypertext 2012 en la que un importante grupo de expertos analizará el presente y futuro de la literatura digital. Es un evento que se celebra cada año y que en este cumple su vigesimotercera edición. Esta edición centrará sus ponencias en el análisis de cuatro elementos que convergen en la web y en el hipertexto: las personas, las historias, los datos y los programas. En este momento, se anuncia la admisión de ponencias para su evaluación, estando el plazo abierto hasta el 6 de febrero.
Se avanzan cuatro líneas principales de trabajo: Redes sociales, Datos semánticos, Hipertexto adaptativo y Relaciones entre la narrativa y el hipertexto.
Sobre la edición del 2010 puede verse más información
10/1/12
CES 2012 en Las Vegas
Hoy comienza en Las Vegas la CES (Consumer Electronic Show) , la feria más importante del mundo en cuanto a novedades informáticas y de electrónica de consumo se refiere, que estará abierta hasta el próximo viernes.
Este año no se prevén muchas novedades en lo que se refiere a aparatos que puedan usarse en literatura digital o digitalizada o, al menos, no han sido anunciadas previamente. Si bien cabe suponer la presentación de muchos nuevos modelos de tablets en la lucha de cada fabricante por quitar parte del mercado a Apple (por cierto, Apple no asiste), no puede decirse que estos dispositivos están primordialmente destinados a la lectura (y yo sigo sin ver claro su nicho porque tampoco puede decirse que sustituyan a ningún ordenador. Se trata de un juguete coqueto y caro, sobre todo). En cuanto a lectores e-readers no se han publicitado novedades aparte de algunos dispositivos que son más curiosidades que otra cosa: una funda solar para el Kindle con la que puede cargarse el lector sin necesidad de conectarlo, más prototipos sobre las tecnologías Mirasol y Liquavista (y, a estas alturas, ya se empieza a dudar que estas tecnologías se consoliden), quizá se concreten los rumores sobre el lector que planea Nintendo, un reader touchscreen de Bookeen y algo más pero sobre todo será la feria de los laptops ultra finos, las televisiones de nueva generación, 3D, conexiones domóticas a Internet, tablets preparados para el futuro Windows 8 y otros cinco mil modelos de smartphones.
Desde luego nada que ver con el boom de lectores que hubo en el 2010 y que tuvo cierta secuela en el 2011. Esta disminución en la presentación de novedades y en el interés por los e-readers no es un buen síntoma. Da la impresión de que las enormes expectativas acerca del mercado del libro electrónico se hayan desinflado. Pero, siempre puede haber sorpresas. Veremos.
9/1/12
Memorias del asesino
Memorias del asesino es una novela con banda sonora sincronizada (al estilo de otras experiencias de las que ya se habló, por ejemplo, aquí.) que se publica para el Ipad y el Iphone. Sus autores son Ismael Berdei, "Monster" y Pepe Valencia han desarrollado la trama a partir de una serie de textos sobre asesinatos que se han centralizado en torno a un par de personajes principales, Adam Fox (el asesino) y Edward Banks (el abogado).
En este trabajo, la música se supedita al texto, se sincroniza con él (aunque esto dependerá de la velocidad de lectura e interacción por parte del usuario). Esta banda sonora así como los dos primeros capítulos pueden descargarse gratuitamente desde este enlace. Para poder leer la obra completa, esta debe deecargarse del Itunes, aquí. La aplicación completa tiene un tamaño de más de 100 megas lo que da idea de su complejidad.
8/1/12
Reflexiones sobre narrativa transmedia
La narración transmedia puede definirse como aquella que se realiza transversalmente a través de varios medios de difusión. Por ejemplo, una historia en la que partes de ella estén escritas en un libro, partes deban verse en una película, otras residan en alguna web y otras en una emisión radiofónica o en una red social. Se la denomina en ocasiones narrativa multi-platform o cross-platform.
No hay acuerdo claro acerca de si la narración transmedia se diferencia de la traducción semiótica tradicional (cross-media), es decir la bien conocida secuela o traslación de, por ejemplo, una novela al cine. En este caso también hay un cambio de medio pero la historia o la obra no debe saltar de una plataforma a otra ya que, por lo general, toda ella – o parte de ella- es transportada a la vez y en una única vez, siendo autocompleta en cada medio, autosuficiente. Si vemos la película La historia interminable no necesitamos haber leído el libro y viceversa (y, permítaseme, si se ha leído el libro, mejor ni ver la película). Modernamente se tiende a difuminar la distinción entre transmedia y crossmedia.
Obviaremos en este análisis la componente comercial que existe a la hora de defender la narrativa transmedia como la forma más prometedora de narración futura. Para bien o para mal, muchas de las ventajas por las que los gurús alaban esta clase de comunicación están basadas en que amplían el volumen de negocio. Si un libro se ha vendido bien, es probable que una serie de TV basada en su trama atraiga más espectadores y que una web donde simultáneamente se comenten particularidades sobre la misma, las desavenencias y amoríos de sus actores, o lo bonitos que son los escenarios, tenga mucha afluencia de lectores. O sea, un gran potencial de ingresos publicitarios. Y, a su vez, ese éxito multiplataforma llevará a que – aguas arriba de nuevo- se hable otra vez del libro y se vendan más ejemplares a lectores que, de otro modo, no se hubieran visto atraídos y aunque muchas veces sea para llevarse una decepción. Es decir, más ventas y más beneficios. Se alarga el ciclo de vida del producto, se retrasa su caducidad. Podemos recordar todos ejemplos al respecto como el caso de El código Da Vinci, la saga de Star Wars con sus juegos y libros, o la serie Lost por citar tres casos populares. De hecho, los primeros ejercicios prácticos transmediáticos se dieron en el ámbito de la publicidad. Así, autores como Henry Jenkins afirman que el desarrollo real de la narrativa transmedia llegará de la mano de empresas que quieran invertir en el sector (para, obviamente, tener beneficios) y no de autores más o menos afortunados que ensanchen las fronteras del arte ( I advanced the argument that the next wave of innovation in transmedia would be driven by business innovation ). Especialmente, porque el uso transmediático en marketing presenta un ratio beneficio/coste muy elevado.
Siendo, por tanto, una realidad el que muchos análisis están desvirtuados por estar interesados hacia conclusiones preestablecidas comercialmente y no guiadas por conceptos artísticos o creativos, es cierto también que la multiplicidad de medios digitales puestos a disposición de una obra literaria abre un campo interesante que no hay que desdeñar.
El concepto de transmedia no es nuevo aunque haya sido ahora cuando se haya popularizado debido a que la técnica digital permite una producción y una transliteración sencilla y rápida entre plataformas. Las obras textuales llevadas al teatro han existido siempre, las películas basadas en novelas son algo casi consustancial con el séptimo arte y la ópera es, desde que se fijan sus reglas modernas con Monteverdi, un ente transmedia claro: arte visual, danza, sonido, libreto, programas de mano complementarios, vestuario, efectos especiales en el escenario, etc. que envuelven al espectador en un todo global. Más aún a partir de la evolución wagneriana y su ideal de obra artística total concentrado en una unidad (gesamskuntswerk) que alcanza manifestaciones tan notables como la tetralogía nibelunga.
Vaya por delante que- sea cuál sea forma en que se muestre- lo importante es la historia. Como señala Massimo Martinotti, Transmedia, it’s about the story, not the tools.
Cualquier experiencia transmedia no debe pretender desarrollar una historia que sea replicable en varios canales distintos. No se trata de que el mismo contenido sea visible en varias plataformas como cuando creamos una web y tenemos que asegurarnos que se vea bien en distintas resoluciones y en diferentes aparatos. La narrativa transmedia modifica la información de cada canal o crea nuevos fragmentos de comunicación que se complementan los unos a los otros. Incluso en la ya citada cross-media, hay un cambio significativo en la traducción. Una novela pasada a cine siempre está muy modificada, condensada, o sujeta a variaciones. La historia transmedia es así multidimensional, cada canal es incompleto y sólo el conjunto armónico de todos ellos nos da la visión global de la narración.
En todos los casos, lo que la aproximación transmediática (consciente o inconsciente) ha pretendido es conseguir un mayor impacto emocional en el espectador; que la historia, los personajes o el mensaje moral sean más poderosos a través de la hábil manipulación de varias artes (que, en general, implican varias plataformas) en conjunto. En definitiva, que el lectoespectador quede más involucrado (engaged). Es evidente que el texto con que Cio-Cio San se lamenta por la traición de Pinkerton no es especialmente lírico. Y, sin embargo, en conjunción con la melodía de Puccini puede hacernos llorar. Más modernamente, se está tendiendo al concepto de “hacer para saber” a través de tornar la historia en algo más similar a un juego (gamifying) que permita al lectoespectador acceder a la narración de una manera más lúdica, como los niños escuchan los cuentos.
La narrativa transmedia tiene también una vertiente hipertextual, sólo que en vez de existir enlaces de texto son enlaces entre diversas plataformas de comunicación. Los saltos que el lectoespectador hace según su propia voluntad le llevan de un lugar a otro de la historia global mediante links diferentes a los usuales en una página web, pero que conceptualmente no dejan de ser enlaces. Por tanto, del mismo modo que la narrativa hipertextual forma una red de nodos entre parágrafos, frases o capítulos, la narrativa transmedia crea una red nodal entre fragmentos narrativos multiplataforma.
Ya hemos visto en este blog mi preocupación sobre el hipertexto en el sentido de que un hipertexto libre puede ser más un obstáculo que un beneficio. Recordemos aquí el concepto de historia atrayente o compelling story. Una historia llega a ser emocionalmente impactante (logra el engagement) del lector) cuando los eventos se suceden en un determinado orden. No es que exista un único orden posible pero, desde luego, no es válida cualquier permutación de los párrafos o de los elementos de la narración. Sólo unos pocos llevan al lector a través de un camino que finalmente altera su emoción, a un final que signifique haber leído una compelling story. De igual manera, la transmedia libre en la que todo esté presente al mismo tiempo y en la que el lectoespectador pueda saltar libremente de un lugar a otro conlleva el mismo riesgo. No habrá un impacto emocional, el usuario no se involucrará en la trama, no será una compelling story sino un maremágnum de datos anárquicos en el que la mayoría se aburrirá y unos ciertos grupos de personas estarán más interesadas en las habilidades de la plataforma que en la historia.
Esto se ha visto de manera clara en, por ejemplo, los juegos que surgen como secuelas de novelas o películas. Los usuarios están en su inmensa mayoría interesados en el juego, en sus reglas, en conseguir llegar al final, en mejorar sus marcas de puntos, y en absoluto interesados en la trama transmedia global. Basta leer algunos foros. Las preguntas son sobre cómo saltar algún obstáculo, sobre cómo conseguir un hito o cómo lograr cierta puntuación pero apenas hay referencias a las tramas complementarias que se dan en los media paralelos que conforman esa obra transmedia. Y, viceversa, si el espectador aprecia la serie televisiva, en la gran mayoría de los casos no entra en Twitter para comentarlo. Siempre hay excepciones, evidentemente, pero la regla general es esa, que hay grupos excluidos y excluyentes en cada plataforma particular que, así, no hallan la compelling story que el autor buscaba. Es posible que cada zona sea atractiva en sí misma para ese grupo apacentado en ella pero no se alcanza el resultado inmersivo y logarítimico que el uso transmediático pretendía. O dicho de otro modo, aquellos grupos encantados en su plataforma lo estarían igualmente sin que las otras existieran. Son multiversos aislados y no interactivos entre sí. El usuario no comprende el total de la historia (probablemente, ya ni le interesa siquiera) porque cada canal se ha independizado del contexto, porque ya no es aditivo con las otras plataformas.
Acabo de citar otro rasgo que, a mi juicio, debe ser característico de la narrativa transmedia: la inmersión. El uso de varias plataformas simultáneas con fragmentos de información paralelos y complementarios debe buscar precisamente la inmersión profunda del lectoespectador en la historia, que allá donde mire esté imbuido de la misma, que descubra nuevas perspectivas que le hagan encontrar nuevos significados pero que, a su vez, refuercen la experiencia emocional previa. No se trata de ir saltando entre sartenes, quemándose un poco en cada una de ellas. Se trata de que la combinación de ellas cree un ardor artístico insoportable. Que, por así decirlo, las ondas de emoción o de mayor comprensión que genera cada plataforma lleguen a actuar en fase, produciéndose la amplificación exponencial del mensaje, no que se vayan interfiriendo porque, en este caso, sólo habríamos destinado una enorme multitud de recursos para obtener mínimos réditos.
En mi opinión, desde un punto de vista artístico o educativo (dejemos nuevamente aparte el objetivo alternativo de vender más, que es tan lícito como el artístico pero no es objeto de este blog), sólo el que la historia o la impresión poética alcancen una mayor expresión emocional o una mayor comprensión intelectual, logarítmicamente creciente, amplificadas, pueden justificar el uso transmediático. Hacerlo para descubrir cómo funciona el hardware, para vender más a diferentes grupos de interés que no están interesados en la obra sino en el medio, experimentar con la plataforma o complicar arbitraria e injustificadamente la trama por mil caminos para que llegue a ser ininteligible y pueda estirarse la venta del producto a aquellos seres esperanzados en entender el galimatías en otro medio (el caso de Lost es paradigmático en este sentido) no es de recibo. Sería como emitir cien frecuencias de ruido y conversaciones ininteligibles junto a la lectura de poemas de Neruda, sólo para que hubiera tantas interferencias que no se entendiera nada y el pobre oyente, ajeno a la manipulación y confiado ingenuamente en que el artista quiere decirnos algo, tuviera que ir moviendo el dial continuamente buscando algo que en realidad no existe. No, no es eso. Del mismo modo que en el ejemplo radiofónico, la más alta expresión técnica y artística llegaría con una emisión cristalina y pura de los poemas, la interferencia transmedia sólo nos debe servir si refuerza el mensaje, la emoción, la percepción, nunca si sirve para enmascarar que, en realidad, no hay mucho que contar.
Este concepto de amplificación me lleva también al de convergencia. Lograr la amplificación del impacto emocional sólo puede conseguirse por la convergencia hábil, coordinada y estudiada de las diversas plataformas que componen la obra transmedia. Esto no es fácil de conseguir y, mucho menos, de mantener en el tiempo. Así vemos que, en general, algún canal obtiene mayor popularidad que otro por la razón que sea, quizá porque sus autores fueron más acertados o porque el canal es más popular en un momento dado que en otro. Y ocurre entonces que los intereses comerciales (incluso los particulares de un autor) se lanzan a desarrollar esa rama que reporta mayor fama y beneficios con lo que el resultado es que esa plataforma se separa definitivamente, ajena ya totalmente al objetivo global artístico. La narración transmedia de facto deja de existir y aparecen narraciones individuales que ya no son convergentes ni complementarias con sus hermanas de cuna.
Desde el concepto de convergencia, me van a permitir navegar al de la narrativa como creadora de universos autosustentados. Una obra transmedia bien desarrollada crea una serie de zonas de vida artística, cada una en su plataforma (como si fueran galaxias) que, en conjunto, conforman un universo completo. Un universo que no niega la existencia de otros universos ajenos pero que le son indiferentes porque todos los fragmentos que le preocupan (todas sus “galaxias”) sirven para explicarlo completamente. Pero, del mismo modo que la cosmología, las galaxias deben compartir unas reglas, unas leyes físicas, un marchamo común. Si no, pertenecerían a otro universo o este se descompondría por incompatibilidad endógena. El autor (o autores) debe velar – como una especie de dios- para que las reglas sean coherentes, convergentes, amplificantes. Lo demás sería un galimatías, un universo frustrado sin vida artística. Y esta coherencia implica también globalidad. Cada elemento es autónomo pero no ajeno y no repetido, debe contribuir al conjunto global.
Y en todo universo deben existir exploradores del mismo. El sólo hecho de que pueda saltarse entre enlaces semióticos hace interactiva esta exploración experiencial y, por ello, la interactividad es parte fundamental de toda experiencia transmedia.
Clasificación de la narrativa transmedia
La narrativa transmedia podría clasificarse en tres grandes grupos:
• Transmedia externa
• Transmedia interna
• Transmedia semiótica
Y, por supuesto, cualquier combinación de los anteriores.
Por transmedia externa se entiende aquella obra que circula a lo largo de plataformas independientes entre ellas. Por ejemplo, sea un serie de televisión que, a su vez, tiene un website, una red social, un foro de debate o unos fascículos con anécdotas sobre la misma. Es obligatorio el salto de una a otra, bien físicamente (por ejemplo, si hemos de salir a comprar la revista semanal de fanáticos de la serie, o si hemos de dejar de mirar el ordenador para conectar la radio o la televisión); o bien programáticamente porque hemos de saltar en un ordenador entre una aplicación (digamos una emisión de televisión en streaming) a otra (digamos, comentarios sobre la obra en twitter). En este último caso no cambiamos de medio de hardware pero sí cambiamos de software.
Por transmedia interna entendemos aquella narración que se desarrolla dentro de una única aplicación (lo que presupone un único hardware también). Por ejemplo, una obra digital que nos permita sin salir de ella misma leer, ver, escuchar o interactuar con otras personas que estén ejecutándola. Las obras desarrolladas en Flash tienen esta vocación endogámica en muchas ocasiones. Las plataformas (sonido, video, texto,…) están embebidos en el propio programa madre. No hay que confundirla con la narrativa multimedia convencional. En esta, los componentes multimedia se “añaden” al esqueleto principal. En la transmedia interna, esos componentes viven separados y se complementan los unos a los otros.
La transmedia semiótica (en realidad, todas las transmedias manejan canales semióticos) sería la cross-media tradicional antes citada. Una traducción autocompleta de una obra adaptándola a otra plataforma. Se trata siempre de pasos complicados, de ahí que usualmente podamos tener la sensación generalizada de que “la película es peor que el libro” pero no imposible (como lo demuestra “Memorias de África” para mi gusto). Los más puristas niegan que la transmedia semiótica sea auténtica transmedia aunque muchos se inclinan (nos inclinamos) por pensar que también lo es. El que en este caso, la traducción sea suficiente y autocompleta no implica que pierda las características que definen a la narrativa transmedia como tal. Sería como pensar que una condición necesaria y suficiente es más condición que una que sólo lo sea suficiente o que un conjunto de números primos es menos conjunto que el de los números naturales porque no están los pares incluidos.
Literatura transmedia
Con los mimbres teóricos anteriores, lo primero que cabe pensar es que cualquier obra de literatura transmedia debe basarse sobre todas las cosas en una buena historia que, además, tiene que ser lo suficientemente ambiciosa como para que permita una visión muy polifacética de la misma, sea por su personajes, por su trama o por su reflexión intelectual. Personajes poliédricos y numerosos, uso del flash back o el flash forward, relaciones complejas entre los personajes, entorno histórico que facilite enlaces a otros elementos multimedia, descripciones geográficas que permitan mash ups, inclusión de fotografías, etc., etc.
Hay que repetirlo: primero, una historia. It’s about the story, not the tools.
En segundo lugar hay que establecer aquellos hitos por los que forzosamente hay que pasar en un orden (o un conjunto escaso de órdenes) determinado. Esto hará que el lectoespectador camine por la historia a través de una ruta que le lleve a un impacto emocional suficiente, que camine a través de una compelling story. Entre estos nudos obligados podremos poner todos aquellos que queramos aleatorios pero las metas intermedias deben estar fijadas. Como en esas carreras de veleros en que cada uno puede coger la ruta que desee, explorar las corrientes que le parezcan más atractivas, correr riesgos o evitarlos pero, eso sí, antes de las 12:30 del 6 de mayo todo el mundo ha de pasar por la boya situada a 68ºE, 56ºS. O bien, con mucha más complejidad, programar hiperenlaces adaptativos.
En tercer lugar, toda historia transmedia puede y debe tener varios puntos de entrada. Esto es casi consustancial al concepto transmedia. Si hay varias plataformas actuando en paralelo, cada una de ellas- al menos- debe tener un punto de entrada, un inicio sobre ese canal que enganche al usuario y le incite a visitar los otros canales. Estos puntos de entrada son vitales, deben ser radicalmente atractivos en sí mismos. Se dice que Beethoven decía que una sinfonía debía empezar con un terremoto y luego ir a más (y para creerle basta escuchar el inicio de su quinta con las tres corcheas sobre sol y el calderón sobre mi bemol). Pues igual deben ser los puntos de entrada de una narración transmedia. Si nuestros lectoespectadores no continúan a partir de este punto, da lo mismo lo que exista en las otras plataformas, las maravillas multimedia que haya programado en el siguiente paso, la historia se atasca nada más nacer. Knock out en el primer asalto. Fracaso total. Out.
A partir de aquí, la historia ya puede expandirse por las plataformas elegidas, usar los canales que poseamos (o sea, que sepamos programar): TV, radio, webs, redes sociales, foros, Youtube, libros físicos, e-books, comic digital, sonido, etc., etc. Hay que recalcar dos aspectos. En primer lugar, los canales interactivos pueden enganchar a más usuarios pero, casi siempre, es en detrimento de la convergencia de la historia ya que estos canales específicos tienden a convertirse en fines en sí mismos. Es preciso, por tanto, ser muy rigurosos y cuidadosos en que la historia se desarrolle de manera sincrónica, en fase, que cada canal contribuya a la creación amplificada del universo creado globalmente, no que unos mundos queden muertos y otros sobresaturados y ajenos al objetivo del autor. No estamos creando foros ni redes sociales, populosas, estamos creando una historia. Pero, a su vez, cada canal debe contribuir con algo nuevo, sin repetir lo que ya vimos o leímos en el otro. En segundo lugar, recordar otra vez que la historia debe ser buena, que no hay que engañar al lectoespectador enmarañándolo en un galimatías de ruido hipertextual y enlaces sin sentido que sólo sirven para aparentar que hay algo pero que en realidad no es nada. Cada canal debe ser sinérgico con el objetivo central.
¿Es posible la transmedia de autor?
Personalmente, soy pesimista. Excepto en trabajos muy, muy modestos, una narración transmedia ambiciosa sólo puede ser fruto de un equipo amplio de profesionales técnicos y creativos. Combinar cine, sonido, programación avanzada, realidad aumentada, juegos interactivos o ARG, contar con servidores que permitan los foros, etc. es una tarea titánica que requiere muchas personas y mucho dinero. Y cuando digo “muchas personas” son realmente muchas. Muchas más que en una obra de teatro, una ópera o una película. Aquí, hay que añadir el problema de la propiedad intelectual. Excepto que el autor sea un nuevo Miguel Ángel combinado con Leonardo, Orson Welles, Bill Gates y Mozart, todo en uno, es necesario “usar” material de otros o pagar a otros para que creen e interpreten ese material. Muchísimos recursos financieros.
No creo, por tanto, que pueda darse literatura de autor transmedia. Podrán quizá los autores idear guiones o generar el esqueleto de la narración pero olvidemos la posibilidad de un hombre solitario escribiendo (y/o programando) en una buhardilla toda la noche.
Incluso un productor pequeño tendrá dificultades para abordar un proyecto transmedia ya que no tendrá recursos suficientes para promocionarla y hacer consciente a un número significativo de lectoespectadores de los canales que existen.
La narrativa transmedia sólo podrá desarrollarse como industria. No digo que el arte esté reñido con la industria (y los cientos de grandes películas u óperas así lo atestiguan) pero, cuando menos, pone dudas sobre el futuro. Pero, ojala, me equivoque y mañana aparezca un Beethoven de la transmedia que sordo, sin medios económicos y con un piano mediocre consiga crear obras maestras.
7/1/12
Art Institute
Lisa se mudó a la calle Jefferson al poco de haber acabado yo la escuela superior. Aquel verano hizo un calor inusual en Chicago y, junto a mis amigos, pasaba gran parte de los días tumbado y charlando junto al lago, mientras apurábamos un refresco entre varios. No es que fuéramos de clase social baja pero los dólares no sobraban. Aunque mi padre me presionaba para ello - Mike, es hora de que busques un empleo. Si no, vas a acabar mal. - yo me hacía el remolón y me decía a mí mismo que, siendo aquel el último verano de la buena vida, debía aprovecharlo, que ya me colocaría al llegar el otoño. Mi madre, más condescendiente, hacía la vista gorda ante mi holgazanería, pensando quizá que un soplo divino despertaría en mí a un artista o a un escritor de valía. Ella era una lectora empedernida y, seguro que por esa razón, yo también lo era. Devoraba novelas que tomaba prestadas de la biblioteca en la calle Van Buren. Apreciaba sobre todo las de gangsters malvados de dedo fácil en el gatillo que hacían negocio traficando con bourbon y enamorando a damas de quitar el hipo, así como con relatos de policías inteligentes que con dos pistas de nada solucionaban casos realmente complejos. Como frecuente visitante de la Harold Washington Library, Katty, la señora encargada del control de préstamos me trataba como a un hijo. De edad similar a la de mi madre siempre me decía que ojala su hijo fuera tan aplicado y tan aficionado a la literatura como lo era yo. Yo sonreía y me dejaba querer. A veces le llevaba un pastel de calabaza sisado a mi madre y, a cambio, ella hacía la vista gorda cuando yo, una semana sí y otra también, me retrasaba en la devolución de los volúmenes.
Fue precisamente al salir de la biblioteca y dirigirme a casa, cuando me crucé con Lisa de sopetón. Mi barrio era pequeño y nos conocíamos todos, así que al ver una silueta irreconocible mis ojos volaron hacia ella casi instantáneamente. No hubiera ocurrido más si no llega a ser porque, de la sinusoide del vestido agitado por la brisa que llegaba del lago, me llegó el aroma de un perfume tan dulce que a mí, joven adolescente, me pareció que no podía proceder de este mundo. Las chicas que yo conocía no se perfumaban o, a lo mucho, se rociaban con un chorrito de agua de limón. Las chicas que yo conocía olían a jabón fuerte, a piel, a sudor cuando corrían compitiendo por saber si ellas eran más rápidas que nosotros. Pero aquella mujer- instintivamente, comprendí la diferencia entre una muchacha y una mujer- era distinta. Ocurrió todo en unos pocos segundos mientras nos acercábamos el uno al otro, girábamos nuestras cabezas observándonos, y nos dábamos la espalda caminando cada uno hasta nuestro destino. En aquel breve intervalo de tiempo, llegué a apreciar su rostro, el más hermoso que yo había visto jamás, la delgadez de su talle, el cabello tan sabiamente peinado que ni un mechón escapaba del lugar que le había sido asignado pero que, sin embargo, parecía mecerse al viento como la crin de un caballo libre galopando en la pradera; vi sus labios ligeramente pintados, sensuales, pecaminosos; su vestido que era costoso y comprado en alguna tienda de prestigio, sus pies delicados, sus manos exquisitas. Ella me mantuvo la mirada pero con cierta indiferencia.
Sin dejar de caminar, volví mi cabeza y la vi alejarse hasta que tropecé con una valla que casi me hace caer.
Al llegar a casa, dejé caer los tres libros que había tomado en préstamo sobre la cómoda y me tumbé en la cama. Recuerdo que pasé un buen rato rememorando el encuentro fortuito, ensimismado en la visión de Lisa y preguntándome qué hacía una diosa como ella en un barrio como el mío. Dos horas después, cuando mamá llamó para la cena, yo estaba resueltamente decidido a saber más de ella, a conocer dónde vivía y a presentarme como su amigo. Aquella noche navegué entre la ilusión por cumplir mis planes y la desolación de pensar que viviría al norte, donde los ricos, y que su paso por allá sólo había sido una afortunada casualidad que nunca volvería a repetirse. Pensaba, consolándome, que al fin y al cabo ella me había visto con tres libros en la mano y que eso era bueno para mí. Un intelectual, habría pensado, un chico aplicado, trabajador y estudioso.
Los dos días siguientes los dediqué a husmear aquí y allá para saber de ella. Apliqué todos los conocimientos que las novelas policiacas me habían dado a lo largo de los años y, cual inspector Murray – adoraba yo por entonces las aventuras del inspector Murray, rudo pero noble policía que resolvía cada semana el caso relatado en la revista Short Stories for all- fui atando cabos hasta hacerme una idea algo precisa de quién era ella.
Se llamaba Lisa y tenía tres años más que yo. De familia acomodada, unos malos negocios de su padre habían hecho que no pasaran por sus mejores momentos. Habían vendido la casa que tenían junto al lago y se habían trasladado a la Jefferson, a una casa amplia, soleada y bien conservada, mucho mejor que la que yo habitaba, pero muy por debajo de las su barrio original. Según me dijeron, era una chica culta, enamorada del arte, pintora aficionada y, como yo, lectora persistente. No se le conocía novio- esto me encantó- y era de temple callado y reservado de modo que mucho de lo que supe de ella era porque su madre, que la adoraba, contaba maravillas de su hija.
Organicé una vigía sistemática y precisa hasta que supe de sus horarios y de sus movimientos. Aquellas semanas sudé la gota gorda, esperando paciente bajo el sol de plomo a que apareciera. Al principio no obtuve ningún resultado. Me parecía peligroso y grosero esperar en la misma entrada de su porche, así que sitúe mi puesto de centinela en el preciso lugar donde nos cruzamos el primer día. En previsión de un encuentro, llevaba conmigo siempre dos o tres libros y unas gafas que no necesitaba en el bolsillo de la camisa. Alguien me había asegurado que las mujeres se mueren por los hombres intelectuales con gafas. O eres un armario musculoso- cosa a la que yo no podía aspirar- o lees con gafas, me había dicho una vez mi tío Alfred al que acababa de dejar mi tía Mary, la cual se había fugado con un escribano con gafas que vivía en Wisconsin. Un personaje esmirriado y bajito, según mi tío, pero que para fatalidad de la familia llevaba gafas y leía mucho. Con ese bagaje de consejos, yo me dispuse a conquistar a Lisa.
Mis esfuerzos dieron sus frutos. Siempre por casualidad aparente, nos cruzábamos repetidamente en la calle y la familiaridad que producen los encuentros continuados hizo que acabáramos saludándonos y que nos sonriéramos nada más vernos. Incluso, un día en que una pelea callejera entorpecía el paso quedamos uno junto al otro mirando la escena. Aproveché para presentarme:
- Hola, soy Mike
- Yo, Lisa – me abstuve, claro, de decirle que ya lo sabía, que había emborronado cuadernos con su nombre, que lo musitaba a todas horas.
- Encantado, Lisa. ¿Vives por aquí, verdad? Nos hemos visto ya muchos días.
- Sí, aquí cerca- tampoco le dije que sabía de memoria dónde se hallaba su casa y cómo era su jardín y los visillos que colgaban de su ventana.
En aquel momento, se liberó la calle y cada uno prosiguió con su caminar. Pasaron las semanas y de vez en tanto conversamos, siempre brevemente, siempre sobre asuntos anodinos. Pero yo estaba esperanzado como nunca. Que iba avanzando era evidente. Que Lisa no me rechazaba también. E incluso parecía estar a gusto conmigo. Me volví coqueto, me peinaba con cuidado, suplicaba a mi madre que me planchara las camisas y los pantalones con esmero. Ella era mi musa. Cuanto más la conocía más me admiraba su forma de moverse, su cara de ángel, su piel de cristal, su risa sencilla pero embrujadora, el trazo sensual de su cintura y de sus pechos. Cierto es que no acababa de saber más de ella. Aparte de las charlas sobre eventos insignificantes y de los saludos habituales, poco más sabía de ella. No parecía ir a la universidad ni frecuentaba la biblioteca pero esto lo achaqué a que, siendo de familia adinerada, su salón tendría un mueble con miles de volúmenes, más de los que yo pudiera nunca leer. A pesar de la falta de más datos, me era evidente que era una mujer culta, educada, que gustaba de los placeres del arte y de la belleza. Esto me preocupaba. Yo leía, sí, pero poco más sabía. No había ido nunca al teatro, la música que me gustaba era el jazz y cuando mi padre ponía un disco clásico en el giradiscos, mis oídos comenzaban a quejarse al segundo compás. Para ser sinceros, yo no apreciaba tampoco la pintura ni la escultura. La única vez que había entrado al Art Institute sería hacía lo menos diez años y para hacer un trabajo que nos encargó la señora Paulson, la maestra de historia. El cine sí que me gustaba y los domingos iba con mis amigos a un local en la calle Hubbard, donde nos dedicábamos a ver la película y a gritar para fastidiar al acomodador, a partes iguales. Lo más divertido era cuando llegaba con la linternita buscando al culpable y todos fingíamos estar atentos a la cinta.
Para cuando las hojas comenzaron a caer, yo estaba decidido a salir con ella. Mi corazón me decía que era la mujer de mi vida y que yo era el galán de su existencia. Pero mi timidez me vencía y eso hizo que pasara otro mes en el que continuamos con nuestras conversaciones ingenuas y anodinas. Por fin, una tarde en que llovía, ocurrió lo que yo tanto había esperado. Era sábado. El cielo se había encapotado y al sur, sobre el lago, la luz de los relámpagos hacía brillar el gris plomo de una masa de nubes enormes que se abalanzaba sobre el down town. Yo llevaba un paraguas y me brindé a acompañarla hasta su casa para que no se empapara. Ella me lo agradeció y caminamos desde la Van Buren hasta la Jackson, cruzando el río y apresurándonos antes de que la tormenta arreciara aún más. Procuré en todo instante que ella quedara bien tapada y no dudé en mover el paraguas sobre ella, a pesar de que con esa acción yo me empapé por la lluvia racheada. Cuando llegamos a la entrada de su casa, me dio las gracias y yo- todavía no sé cómo logré sacar fuerzas para decirlo- le dije:
- No sé, me preguntaba si alguna tarde podríamos ir a algún sitio. Ya sabes, nada del otro mundo, merendar o algo…
- Sí, de acuerdo me encantaría- contestó para mi sorpresa.
El corazón me dio un brinco y me iluminé como si el cielo ya no se derramara en un diluvio aplastante sino que hubiera arco iris por docenas. Tanto que no supe qué contestar. No me esperaba aquella bendita aceptación. Me quedé callado.
- Yo salgo mañana para Wisconsin. Un asunto que debe resolver mi padre y le acompañamos. Pero estaré de vuelta el próximo sábado. Podríamos salir el sábado, ¿te parece bien?
- Claro, claro, el sábado, es perfecto- contesté entrecortadamente, como un lelo drogado y con una sonrisa que debía parecer de lo más ridícula y cursilona. Esa carita, no pongas esa carita de tonto enamorado al mirarla, me dije a mí mismo para controlarme.
- ¿Dónde iremos?- pregunto ella. El trueno cada vez se escuchaba más cerca del rayo y no era momento para dudar. Ella entraría a su casa en cualquier instante. Balbuceé.
- No sé… donde tú quieras…
- ¿Te parece ir al Art Institute? Hace un siglo que no he entrado. Lo pasaremos bien.
- Sí, sí- asentí como un autómata- el Institute está bien. ¿A las tres?
- Ok, a las tres- y agitando su mano en señal de despedida, entró corriendo en su casa.
Regresé a la mía bajo la lluvia, olvidado el paraguas, mojado hasta el tuétano, imitando a Gene Kelly con torpeza y no entendiendo cómo podían caer chuzos el día más alegre de mi existencia.
Después de cambiarme de ropa, beber una sopa caliente y recibir una reprimenda de mi madre por ser tan estúpido de volver con el paraguas cerrado bajo aquel aguacero, me asalto un miedo insuperable. Habíamos quedado en ir al museo. Ella lo había propuesto. Efectivamente, debía ser una artista, una mujer apasionada por la pintura, conocedora de sus estilos, de la vida de los pintores más célebres, capaz de detectar matices y estilos con sólo mirar un lienzo. Un terror insuperable me atenazó de pronto. Había logrado la cita que tanto había ansiado y la iba a estropear a los quince minutos de estar con ella. Yo hubiera quedado bien en el lago, paseando en un bote de pedales, jugando en la bolera- era bueno yo, tirando bolos-, incluso enseñándole la biblioteca. Pero, ¿en el museo? ¿qué sabía yo? ¿de qué iba yo a hablar allá dentro? Se me antojaba una encerrona en la que yo mismo me había metido. Iba a hacer el ridículo, ella se reiría de mí o, peor aún, me despreciaría por mi incultura.
No podía permitirlo. Aún recuerdo aquella semana como la más frenética de mi vida. El mismo domingo me planté delante de Katty y le espeté:
- Katty, tienes que ayudarme. Me juego la vida.
La buena mujer se asustó en un primer momento pero se tranquilizó al saber que lo único que yo deseaba es aprenderme el museo de memoria en una semana.
- Tengo que saberlo todo, absolutamente todo del Art Institute. Y ahora sólo sé que hay dos leones de bronce delante. ¿Lo comprendes?- la apuré con aspavientos- es vital para mi futuro. Tienes que prestarme todos los libros que hablen del dichoso Instituto, ya. Los necesito ya.
O porque le parecí verdaderamente abrumado o por la simpatía que me profesaba, lo cierto es que la buena mujer volvió al cabo de media hora con una gran caja de cartón repleta de libros.
- Uno solo- dijo- uno solo que no regrese el próximo domingo y te juro que, aparte de no dejar que pises más la Washington, te patearé el trasero y haré que tu pobre padre lo haga también- dijo muy seria.
Llegué a casa y comuniqué solemnemente que tenía mucho que estudiar, que era importante y que no me molestaran. Mis padres asintieron, no por comprender mi súbito arrebato sino porque pensaron que si pasaba la semana leyendo sería mejor que si la pasaba con la panda.
- A ver si por lo menos te sirve para encontrar un empleo- dijo mi padre.
Los dos primeros días fueron frustrantes. El asqueroso Art Institute poseía más colecciones de pintura, escultura y arte de las que yo nunca pude imaginar. Me parecía imposible aprender todo aquello. Mi cerebro carecía del espacio suficiente, aunque me duplicaran el número de neuronas sería imposible saber todo lo que había que saber. Finalmente, resolví que dado que alguna vez había escuchado que a Lisa le gustaba la pintura, me aprendería sólo lo referente a esa disciplina, obviando la escultura, las maquetas en miniatura de la galería Thorne, los muebles, el arte africano o las salas dedicadas a los indios americanos. No sabía nada de pintura pero tenía tres días por delante para hacerme un experto.
Apenas dormí, me alimenté de sopa y de filetes con patatas que mi madre me obligaba a comer, olvidé la cerveza y no salí de mi casa en toda la semana. Al principio, desesperé, me convencí de que todo aquello era un inútil intento, que donde no cabe no se puede meter, de que lo mío no eran ni el arte ni Lisa, a la altura de la cual nunca podría ponerme. Pero, hacia el jueves por la noche, una luz comenzó a clarear en mi cerebro. La mente humana es un instrumento maravilloso y parece que, una vez que se la alimenta con datos, hasta el empacho en este caso, comienza ella sola a auto organizarse, a encontrar modelos, a hallar explicaciones, a unir causas y efectos, a comprender, a compendiar los datos, a simplificarlos, a memorizarlos.
El viernes me sentí mejor. Visité por mi cuenta el museo en una larga visita para conocer de antemano por dónde moverme, aprendí cómo llegar a la sala de pintores impresionistas, descubrí para mi propia sorpresa que me encantaba el París bajo la lluvia del gran lienzo de Caillebotte, que era capaz de encontrar los Cezanne, los Renoir, que podía hablar con propiedad de los nenúfares bajo el puente de Monet, del puntillismo de Seurat, que no me perdía por entre las galerías interminables, me di cuenta entusiasmado que reconocía la barra del bar del Hopper o el paraíso de El Bosco o al propio Toulouse auto retratado.
Regresé a casa feliz, había pasado mi propio examen y ahora pensaba que realmente podía impresionar a Lisa al día siguiente. Me esforcé en dormir pero sólo cuando ya casi amanecía lo conseguí. Me duché dos veces, me rasuré a conciencia, robé un poco de la colonia que usaba mi padre y me vestí con la mejor camisa y el pantalón de raya más derecha que encontré. Me temblaban las piernas y preferí comer muy ligero, no sea que me fuera a entrar sueño o, peor aún, me tronaran las tripas estando con ella. Cepillé la chaqueta y salí.
A las tres menos cuarto estaba yo delante de su casa. El día acompañaba. Era frío pero azulado y la luz de sol del otoño tardío caracoleaba entre las ramas desnudas de los árboles y dibujaba chispitas en los vidrios de los edificios. Salió hermosa y me sonrió.
- Casi se me olvida- se disculpó.
- No pasa nada- dije, aunque me hubiera muerto allí mismo si hubiera faltado a la cita.
- No, no me lo hubiera perdonado. Me apetece mucho ir al Art Institute contigo.
Aquellas palabras fueron como miel para mí. No sólo estaba conmigo, es que le apetecía. Ardía de amor aunque me cuidé mucho de mostrar el menor atisbo.
- ¿Qué tal el viaje?
- Bien, un poco aburrido. Daddy se ha pasado la semana con el notario y nosotras no hemos podido hacer casi nada.
- Vaya, lo siento.
- Pero hoy estoy segura que lo pasaré bien.
- Claro- contesté, asumiendo el reto.
Caminamos avenida abajo hasta llegar al museo. La fila en la entrada era corta. Pagué yo, invitándola. Dejamos las chaquetas en el guardarropa y nos entregaron a cambio una ficha que guardé con cuidado. La dejé pasar cuando llegamos al torno de la entrada. La mujer que vigilaba el acceso nos sonrió e hizo un gesto con la mano hacia la escalera principal. Yo, que había pasado la tarde anterior en el recinto, tomé la iniciativa.
- ¿Te parece que visitemos primero la sala impresionista? Me encanta el impresionismo- fingí un entusiasmo artístico que no sentía.
- Sí, cómo no- contestó amable, aunque no detecté ninguna emoción especial en su voz.
Subimos la gran escalinata que secciona el museo en dos y nos plantamos frente a la pintura de Caillebotte. Me imaginé que la pareja principal, caminando del brazo pausadamente bajo un paraguas, éramos nosotros la semana anterior.
- Me gusta mucho este cuadro. Fíjate qué detalle de reflejos en los adoquines mojados- repetí, con cierta afectación, lo que había estudiado en alguno de los libros.
- Sí, sí, cierto,- contestó- aunque alguna de esas figuras parece como que vayan con el paso cambiado, ¿no?
- Sí, qué perspicaz eres – repliqué admirado aunque, en realidad, yo no percibí nada de ello por mucho que miré.
Continuamos despacio, y delante de cada obra yo soltaba mi pequeño discursito, comentaba un detalle leído que sabía que era importante, intentando impresionar a Lisa con mis conocimientos. Ella, más bien, se mantenía en silencio. Se detenía delante de cada uno de ellos pero no permanecía mucho rato atenta.
Comencé a preocuparme. Se estaba aburriendo, seguramente ya había detectado que mi presunta sabiduría artística era falsa, impostada. Ella, que debía saberlo todo sobre el museo, sobre los artistas, que conocería al detalle los pormenores de cada acuarela, me estaba pillando, sabía que yo era un inepto, pero por cortesía callaba. Estaba hecho un lío cuando llegamos frente al retrato de una dama con un elegante vestido blanco. Una dama elegante, enfundada en una túnica femenina romana, apoyando su brazo sobre el respaldo de la silla, mirando distraida a un un punto inconcreto, la falda blanca cayendo hacia el suelo, un color que brillaba reluciente sobre el fondo cobalto del cielo.
- Mira, este es el retrato de Constance Pipelet- dije, no porque me acordara sino porque lo acababa de leer en el pequeño letrerito a un lado del lienzo- de un pintor llamado Desoria.
- No sabía que alguien pudiera llamarse así- contestó con cierta sorna.
Su media burla me asustó pero entonces volvió a ocurrir un milagro. Me miró con atención y me dijo:
- Oye, Mike, estoy admirada. Veo que sabes mucho de pintura. Eres un joven de mucha cultura.
¡Síiiiii! – grité silenciosamente en mi interior- ¡Síiii!- ¡estoy a su altura, sí, puedo soñar con que me ame!
- ¿Mike?
- Dime, Lisa
- Quisiera hacerte una pregunta sobre este cuadro. Es algo que no comprendo acerca de él.
- Por favor, dime- repliqué seguro de mí mismo por afuera, pero temblando por dentro.
Aquella mujer que lo sabía todo pensaba que yo conocía aún más, me iba a preguntar y yo podía estropearlo todo con una respuesta estúpida. En décimas de segundo intenté que todo lo que había estudiado en los libros se agolpara en mi mente, que ningún detalle pasara desapercibido.
- Igual no puedo contestarte. No sé tanto… - dudé.
- Claro que sí lo sabrás.
- Anda, pregunta.
- A mí, la pintura me aburre bastante y no me había fijado nunca en ello pero, ¿En aquellos tiempos, cómo lavaban la ropa para que quedara tan blanca?