Manuela y Samuel están jubilados desde hace años. No tienen hijos y viven solos, alquilados en una buhardilla de calefacción escasa y alguna que otra gotera. Sus ingresos de pensionistas, de pocos cientos de euros, no dan para más. Samuel trabajó como autónomo toda su vida haciendo pequeños muebles por su cuenta y compitiendo como un jabato contra las multinacionales, aprovechando esas necesidades especiales a las que el reducido espacio de los pisos pequeños obligan. Ahora, le dicen que no fue previsor y que no cotizó suficiente, siempre por el mínimo, aunque él sabe que bastante hacía con llegar a final de mes como para pensar en la jubilación. Manuela no tuvo nunca un puesto de trabajo fuera del hogar, dedicada siempre a trabajar en la casa y a ayudar a Samuel en el taller hasta bien entrada la noche.
Manuela y Samuel tienen achaques pero se defienden. Él tiene que cuidar su tensión y un atisbo de diabetes. Las medidas de ahorro en las medicinas, que el gobierno de turno ha decidido, han hecho que su dinero tenga que estirarse aún un poco más. Ella tiene los huesos doloridos y una hernia de hiato que nunca ha cuidado.
Esta tarde, han venido hasta el paseo del pantano. La lluvia de la semana ha dado una tregua y ellos han subido lentamente, disfrutando del sol tímido y parando cada poco rato. Tienen tiempo, lo poseen en abundancia. Caminan cerca de la cuneta, con los ojos bien atentos a las setas que van saliendo en los recodos umbríos. Manuela lleva una bolsa del súper y ya la tiene medio llena. Ve un grupito de hongos amarillentos y se agacha lo que puede para observarlos, que la cintura no le da para más. Son buenas, le dice a Samuel que espere, abre las piernas para poder doblarse un poco más y las recoge con cuidado. Las sacude para quitarles la suciedad y las introduce en la bolsa. Él trae otras pocas que también ha encontrado. Se conocen los mejore sitios donde brotan las setas.
Dos hombres, de unos cuarenta y tantos, cintura pasada de talla, chándal de diseño y zapatillas recién compradas, se acercan corriendo. Resoplan y el de la derecha, el calvo, tiene el rostro congestionado por el esfuerzo.
Al cruzarse con Manuela y Samuel, uno de ellos les reconoce. Se detiene junto a los ancianos, sin parar de trotar para no perder el ritmo.
- Hombre, Samuel. ¿Cómo le va? – toma aire agitadamente al hablar mientras sigue botando sobre el terreno.
Se dicen unas palabras anodinas, de cortesía vacua, qué se cuide le dice, nos vemos en el banco un día de estos. Porque el hombre que trota vestido de atleta fallido es un cajero del banco en donde a Samuel y Manuela les ingresan la paga mensual.
El corredor alza la mano en señal de despedida y se aleja junto a su compañero, hablando a voz en grito como suelen hacer los deportistas aficionados. Manuela y Samuel escuchan sus comentarios mientras se alejan.
- Unos viejos encantadores- dice- … les conozco del banco. Ya ves, tienen sus hobbies, coger setas, pasear por el monte… y es que hay que hacer algo, no quedarse en casa. Eso da salud.
- Y que lo digas, tío. Yo estoy deseando jubilarme para dedicarme a pasear y jugar al golf, a ver si mejoro el swing de una puñetera vez. Mil veces mejor que la jodida oficina.
- A estos dos me los suelo encontrar a menudo cogiendo perretxicos. . Hombre, la verdad, yo prefiero comprarlos en la tienda, que total te venden un kilo por tres euros sin tener que llevar la bolsita de marras.
- Oye, pero si eso les ayuda a pasar el rato, que lo disfruten.
- Por cierto, para setas, el risotto a la milanesa con trufas del Andrómeda. ¿Has ido?- siguen charlando hasta que la carrera les asfixia.
Manuela y Samuel han llenado la bolsa y bajan hacia el pueblo con parsimonia. Van cansados y son tres kilómetros hasta la casa. A medio camino les adelanta un Audi que hace sonar la bocina. No ven al conductor porque los cristales están tintados pero suponen que es el banquero con el que antes se han cruzado.
Cuando llegan a su vivienda, ha oscurecido. Lloverá probablemente por la noche. Mejor, más setas brotarán entre las raíces de los árboles.
- ¿Tienes hambre?- pregunta Manuela.
- Una poca- contesta él.
- ¿Hago una tortilla con las setas?
- No, mejor las guardamos para mañana. Así nos ahorramos lo del súper. Ya tuvimos almuerzo hoy.
- Mañana las comemos, entonces. Aún nos queda media docena de huevos, – dice Manuela mirando el calendario de la Caja de Ahorros colgado en la pared y dándose cuenta que aún faltan ocho días para que llegue la nueva paga- y si quieres y no llueve subimos mañana a recoger más para la próxima semana.
Coloca la bolsa en el alfeizar de la ventana, al relente. Apagan la luz pronto. Son cuidadosos con eso, para ahorrar en el recibo. Se acuestan en silencio – Manuel está deseando que llegue el mes que viene para poder comprar pilas nuevas para la radio. Se le acabaron la semana anterior- y se dan la mano en la oscuridad. Manuel se pregunta qué coño será eso del suing que escuchó decir al tipo del chándal.
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