Cuando me duermo a tu lado, abrazado a tu
cintura y a tu pecho, un sueño hermoso está asegurado y da lo mismo si hace
frío o calor, si llueve o la calle es ruidosa, si tengo pocas o muchas horas de
reposo por delante. Cuando me duermo sintiendo tus piernas enlazadas en las
mías estoy protegido de pesadillas y de inquietudes. Cuando me duermo pensando
en cómo es posible que mi cuerpo engarce tan precisamente con el tuyo, tanto
que parece que nos hubieran delineado precisamente para eso, para formar un ser
único bajo las sábanas, sé que hay lugares que a uno le pertenecen desde el
inicio de los tiempos aunque jamás hubiera imaginado que pudiera haberlos. Tú
eres mi lugar. Cerrar mis ojos en la noche mientras ya respiras tranquila a mi
lado es mi regalo. Despertarme en lo oscuro para sentirte cerca y acariciarte
mientras duermes, muy levemente, pronunciando tu nombre y un te quiero, basta
para saber que el mundo está bien y que yo estoy bien. Cuando me abrazo a tu
pecho en esos nuestros ratitos de sueño perezoso, me enamoro nuevamente,
sorpresiva y renovadamente, de ti, de tu piel, de los sentimientos que me
creas, del aroma de tu cabello, de tu modelo del mundo, de lo que me enseñas, de
tu sonrisa, de esa expresión tan tuya que evoca tardes de guitarra y cajón, conversaciones
en el porche y baladas en el CD. Cuando me duermo a tu lado, abrazado a tu
cintura o con mis manos asidas a tus pechos, estoy dando gracias aunque tú no
las escuches y siempre digas que no debo dártelas. Gracias por cómo me modelas,
por devolverme a la vida, por regalarme la aventura de vivirte, porque tus ojos
– bendita sea tu miopía- me ven como un campeón que no existe mas que en tu
cariño, porque me gusta en quién me vas convirtiendo poquito a poco.
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