Africanus, el hijo del
cónsul (Ediciones B, 2006) de Santiago Posteguillo es la primera
novela de la saga en la que el escritor, profesor e historiador narra la
segunda guerra púnica, cuando Aníbal cruzó los Alpes y desoló gran parte de la
península itálica hasta caer derrotado en la batalla de Zama. Esta primera
entrega termina cuando- tras innumerables derrotas- el joven Escipión el
Africano logra por fin una victoria con la toma de Cartago Nova en Hispania. A
pesar de que el título de la novela habla del romano y se le dedican bastantes
capítulos, se nota un aprecio especial hacia el general cartaginés Aníbal porque
es el personaje que más desarrollado está, al que se sigue con mayor precisión,
el que resulta más cercano y admirable para el lector.
La novela es básicamente un catálogo de
hechos históricos novelados y es ahí, en la descripción viva y ágil de batallas
y correrías, del sufrimiento del soldado de a pie, de las tácticas militares, donde
Posteguillo logra sus mejores páginas. Aun cuando está bien documentada, ciertamente
trata más de divertir y difundir didácticamente que de ser riguroso
académicamente existiendo algunos anacronismos y exagerando de manera demasiado
romántica la actuación heroica de los generales de ambos bandos (la muerte de Escipión tío evoca al general Custer rodeado de sioux). Llama la
atención la aparente contradicción entre el continuo énfasis en una Roma
derrotada, angustiada, al borde del colapso, sin hombres que defenderla,
traicionada por sus aliados, con la aparición de más y más legiones que siguen
oponiéndose con brío a Aníbal y que de hecho, en la realidad, salieron
victoriosas. La misma presencia de las legiones romanas en Hispania parece un
mero acto defensivo para impedir que se unan los ejércitos de Asdrúbal Barca, allá
estacionados, a los de Aníbal cuando
realmente hubo una contra-estrategia meditada de llevar la guerra a tierras del
enemigo de igual modo que Aníbal la
estaba llevando a las propias. Se echa en falta también un mayor ahondamiento
en los porqués que condujeron a Aníbal a vagar por Italia, especialmente las
razones por las que no recibió refuerzos a tiempo. En la novela, los generales
romanos siempre tienen la cercanía de Roma (que saca legiones hasta de debajo
de las piedras) pero Aníbal aparece como un lobo solitario olvidado por la metrópoli.
El autor acierta en la narración de las
intrigas palaciegas en el Senado romano y entre las familias poderosas de la
ciudad, echándose de menos las que debió haber en Cartago.
Sin embargo, cuando se adentra en el retrato
sicológico de los personajes o cuando no está en escena Aníbal, la novela
decae. Escipión parece un hombre más del Renacimiento que de la dura época que
le tocó vivir, demasiado refinado para ser el implacable general que fue. Incluso,
los capítulos dedicados a los años jóvenes del dramaturgo Plauto, a pesar de
servir a Posteguillo para describir las calles y la vida del día a día romano,
parecen un poco metidos con calzador (al menos, en esta primera parte) ya que la
columna vertebral de la historia se mantendría inalterable sin ellos (quizá
tome protagonismo en el resto de la trilogía).
Una novela amena, con mapas que
ayudan a comprender mejor el desarrollo de las contiendas, de prosa dinámica (algo
repetitiva en ocasiones) y con capítulos hábilmente terminados para que el
interés por leer el siguiente prosiga.
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