Jamás el fuego nunca
(Periférica, 2012) de
Diamela Eltit es una novela descarnada, dura, que narra la insatisfactoria vida
de una mujer en el Chile recién posterior a la dictadura. Una vida golpeada por
la tiranía, por la cárcel, por la muerte de su hijo, por una lucha sin sentido
y por una convivencia rutinaria con un hombre – compañero de célula- al que
hace ya mucho tiempo que no ama, sin rastros de atracción carnal, una
existencia en la que parece que lo único importante es continuar, resistir los
avatares, aunque ello sea a costa de la propia felicidad. Eltit describe fríamente
el final de la guerrilla chilena, un fracaso que arrastra a los propios
personajes que se dan cuenta de que su vida, sus ideales, han quedado en nada. No
hay ya dictadura pero las ideas conservadores se han apoderado del escenario,
el sacrificio no ha servido de nada, se han quedado solos y olvidados. La
descomposición de la guerrilla coincide con la del cuerpo, con la de la vida.
Un hombre enfermo, un amor más enfermo todavía, una habitación clandestina,
precaria y de subsistencia, una cama destartalada – no un escenario erótico,
sino un féretro- , la esperanza ya marchita, el rencor carcomiéndolo todo. Es
tarde para renegar de lo hecho, del camino tomado. Sólo queda resistir aun en
la amargura hasta que se rompan los límites y llegue la derrota final, la de la
célula guerrillera y la de la muerte de la persona. Una metáfora que une el
cuerpo físico y el cuerpo social.
Narrada en gran parte en primera persona, deviene en
monólogo. Una reflexión sobre las imposibles y heroicas demandas de la vida.
Una novela árida, que utiliza una deliberada inconcreción temporal, claustrofóbica,
sin sitio alguno para el lirismo, que, narrando el dogmatismo reniega de él,
quizá demasiado masoquista en la visión del mundo. El título alude a dos versos
de César Vallejo que se citan en la novela: Jamás el fuego nunca - jugó
mejor su rol de frío muerto.
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