10/2/13

¿Son los libros enriquecidos, enriquecidos?







Los libros enriquecidos son aquellos en los que el texto se complementa con otros materiales adicionales – vídeo, imágenes, sonidos, etc.- que aportan valor a lo que se está leyendo.
No es un concepto nuevo ya que ha estado presente desde el inicio del libro. De hecho, las notas a pie de página o las bibliografías anexas pueden considerarse enriquecimientos. La gran diferencia actual está en que la tecnología digital permite añadir mucha más información y en un soporte casi único.
En la década de los años ochenta se hicieron populares los libros enriquecidos que se basaban en el uso del floppy primero y del CDROM después. Toda la información podía estar grabada en el soporte digital o bien, y más normal en aquella época, se vendía un libro convencional junto a varios CDs complementarios.
En la actualidad, se tiende a que toda la documentación y contenidos estén incluidos en una única aplicación que bien puede residir en la nube o descargarse. También, hoy en día, pueden añadirse contenidos dinámicos mediante enlaces a otros websites aunque esta técnica tiene dos importantes dificultades. Primera, que aparecen importantes restricciones de propiedad intelectual y, segunda, que esos contenidos enlazados pueden desaparecer en cualquier momento con lo que el libro enriquecido vendido queda, de pronto, amputado.
La técnica de enriquecimiento ha sido y es de gran utilidad en libros infantiles (para llamar la atención de los chiquillos), técnicos o científicos, enciclopedias o tesauros. En efecto, el hecho es que al estudiar una materia (digamos, la estructura atómica de los sólidos, las guerras de las Galias o las características fundamentales de la pintura barroca en España) es muy útil poder visualizar vídeos, ver gráficos, imágenes, escuchar entrevistas, ver mapas, simulaciones 3D, etc. Todo ello ayuda a comprender y a profundizar en los conocimientos. Igualmente, un ensayo político o filosófico mejora si podemos acceder instantáneamente a documentación original, comentarios de otros autores, análisis comparados, etc. No es extraño, por tanto, que en el siglo pasado las primeras obras realizadas fueran trabajos como la Enciclopedia Encarta. Aquellos intentos de hace treinta años fracasaron y las enciclopedias enriquecidas con CDs desaparecieron, lo que contrasta enormemente con el éxito de la Wikipedia. La diferencia, a mi entender, no está en el concepto sino en la accesibilidad y la capacidad de actualización. El CD era fijo y algo lento en la búsqueda de información. En la red, la Wiki se actualiza constantemente y los saltos de un sitio a otro son más ágiles, aun cuando estas ventajas sean también desventajas: la potencial falta de rigor en la información (algo que para la Wiki puede no ser importante pero que lo sería para una enciclopedia más seria y profesional) y la ya citada ruptura de enlaces que hace que se pierda información aleatoriamente.
Más complicado, sin embargo, es encontrar el encaje del enriquecimiento en el libro literario de ficción. Y, en este campo, hay tres áreas a considerar:
a)     ¿El libro enriquecido es realmente enriquecido? ¿Supone un paradigma nuevo?
b)     ¿Leyendo literatura, el enriquecimiento es positivo o coarta la imaginación hasta convertirse en una rémora?
c)      ¿Es lícito destruir el escenario y el argumento que el escritor ha buscado con ahínco permitiendo al lector leer de cualquier manera?
 
¿El libro enriquecido es realmente enriquecido? ¿Supone un paradigma nuevo?
Respecto al primer punto, definitivamente los libros enriquecidos actuales no suponen ningún cambio de paradigma ni han empezado siquiera a explorar lo que realmente debiera ser el enriquecimiento. Los contenidos adicionales actualmente son similares a los pies de nota (sólo que en vez de leer un comentario o referenciarnos a otro libro o una película que está en alguna estantería, saltamos directamente a la información) o a los “extras” que vienen con casi todos los DVDs. Son contenidos que, en muchísimas ocasiones, están “pasted” para llenar, para ocupar espacio, para cobrar un mayor precio. Ciertamente, todo es interesante y pueden ser atractivos eventualmente pero no están embebidos en la historia, no son parte constituyente de la historia.
Por ejemplo, si tomamos una novela, mucho del enriquecimiento es algo ajeno a la propia trama: que si una entrevista con el autor, que si comentarios de críticos, juegos basados en algún hecho de la narración, capítulos adicionales no publicados (¿eran malos?, ¿el autor no quiso introducirlos?) y ahora encajados a la fuerza, imágenes del “making off”, trailers promocionales, biografías breves de los escritores, vídeos de películas basadas en la novela, información de la editorial, sonidos que acompañan ciertas páginas para que el lector escuche los disparos de las trincheras (estoy seguro que cualquier lector se los imagina sin tener que oírlos y,  seguramente, de mejor manera), etc. Y, para colmo de males, la publicidad que algunos incorporan. Algunos de estos libros enriquecidos llegan a ocupar varios gigabytes. Una agonía de lentitud de descarga y, además, llenamos la memoria de la tableta con veinte libros. No es de extrañar que se anuncie que Apple quiere lanzar un Ipad con 128 gigas próximamente (a alto precio, imagino). Una retahíla de documentación que no aporta nada a lo que la novela cuenta y que, además, genera un problema de uso.
El verdadero enriquecimiento debe integrarse de forma natural en la historia, en la trama. No debe ser nunca un “copiar y pegar” para rellenar, debe ser un componente de información que sea fundamental en el desarrollo de la historia, debe ser parte nata de la narración, una información sin la cual la novela queda coja, incompleta, algo que debe verse, escucharse o leerse sí o sí, nunca un “extra”. Por así decirlo, los contenidos adicionales de un libro enriquecido deben ser como el motor, las ruedas o el volante de un automóvil. Sin ellos, no funciona. Pero ahora son como el lector MP3, el techo solar o el DVD colgado de los asientos traseros. Los quitas y no pasa nada.
Parte del problema reside en la propia aproximación al libro enriquecido. No hay autores que creen libros enriquecidos. Las editoriales toman una novela convencional, a poder ser un best-seller y le añaden contenidos para que parezca un producto nuevo. No lo es, sigue siendo la misma novela y dado que esta información no estaba en la mente del escritor ni la historia la requería, se aprecia como “pegote”.
Lo que necesitamos son autores que conciban, ya desde su génesis, una historia enriquecida, una aventura que obligatoriamente precise del enriquecimiento para desarrollarse, para imaginarse, para disfrutarse. En definitiva, tenemos una herramienta que yo considero poderosa pero no artesanos que sepan utilizarla. De hecho, creo que los artesanos ni siquiera se la plantean. No es ya una cuestión técnica de que aún no sabe utilizarse bien, es que ni se siente la necesidad de hacerlo. Los escritores no tienen esa necesidad, los lectores posiblemente tampoco. Hoy en día, el enriquecimiento es más una táctica comercial que una necesidad artística.
Y, sin embargo, el potencial está ahí y es enorme. Sólo falta que aparezcan autores que podríamos llamar “nativos enriquecidos” (parafraseando a la ya célebre denominación de “nativos digitales”.
 
¿Leyendo literatura, el enriquecimiento es positivo o coarta la imaginación hasta convertirse en una rémora?
Respecto a este segundo punto, el debate está muy vivo.
Por un lado, están los que defienden que si los contenidos adicionales ayudan a que se vendan más libros y se lea más, aunque sean textos más breves, si promueve el  que personas que no comprarían un libro ahora lo harán porque hay imágenes y son más ligeros y entretenidos, bienvenido sea el enriquecimiento.
Por otro, están los que defienden que los elementos añadidos sólo suponen una distracción que está creando lectores incapaces de leer con atención un texto de más de veinte líneas y que coarta de manera radical la capacidad del lector de imaginar lo que sucede en la obra. Del mismo modo que muchas películas arruinan una buena novela (y el caso de “La Historia Interminable” es un ejemplo atroz de cómo destrozar una historia y que pase de ser interminable a ser insufrible), los enriquecimientos obligan a todos los lectores a ver la historia, a imaginarla, a sentirla de una misma manera, la que se ve, cuando antes era la que cada uno se imaginaba.
Pero es que, además, ¿son las distracciones compatibles con la literatura? La maraña de ventanas emergentes, informaciones que poco tienen que ver con la trama, la infinitud de enlaces que nos llevan a lugares ajenos a lo que leíamos, las llamadas de los amigos conectados en red social, etc. ¿ayudan a la literatura? ¿Hacen la experiencia de la lectura más rica? Y no digo la experiencia sin adjetivos (toda experiencia puede ser enriquecedora, hasta la más desagradable o dolorosa) sino la experiencia literaria.
 
¿Es lícito destruir el escenario y el argumento que el escritor ha buscado con ahínco permitiendo al lector leer de cualquier manera?
Un poema, una novela, una obra de teatro son trabajos que, en general,  el autor ha creado de una determinada forma. Ha imaginado un mundo, ha elegido una forma de contarlo, ha preferido focalizar el punto de vista en este o aquel personaje, ha determinado las elipsis que desea, lo que quiere y no quiere expresar. El escritor labra lo que quiere transmitir con una tarea precisa, determinada, paciente y larga en el tiempo. El escritor elige, para bien o para mal, una linealidad temporal (y si hay saltos, estos están determinados). Ciertamente, hay obras ya pensadas desde su origen para ser flexibles pero estas son una mínima parte de las existentes en literatura e, incluso estas, presentan una flexibilidad finita (y, normalmente, poco finita).
Tras este duro y preciso trabajo de escritura, ¿es lícito que ahora añadamos decenas de posibilidades no pensadas en origen para que el lector salte aquí y allá, del vídeo al audio, y de una fotografía a un trailer? ¿Es lícito destruir el objetivo y la voluntad del escritor, que se pierda el hilo que con tanto esfuerzo ha tejido el autor? ¿Aporta algo a la idea que el escritor quería transmitir? Probablemente, no.
Porque aquí debe señalarse que el acto de leer es un acto de pareja. El lector no está solo, no lee solo, no hace lo que le viene en gana. En realidad, hay otra persona, ausente, el escritor, que le está contando una historia, que se la está relatando con una intención, la cual, finalmente, podrá ser exitosa o fracasada pero que es el objeto de narrar esa historia, de engarzar las metáforas de ese poema.
En un momento determinado, el escritor puede haber buscado hacer sentir un profundo sentimiento de tristeza al lector. Pero he aquí que se dispara un vídeo en el que se ve al autor charlando con su entrevistador ante dos cafés con croissant. Poca tristeza nos va a quedar. En una obra podemos estar angustiados por el soldado que trata de correr en la tierra de nadie entre trincheras y he aquí que escuchamos el jadeo de un hombre corriendo pero que parece mucho más el de la maratón de San Silvestre que el que yo imagino en una guerra. No lo olvidemos, la literatura juega con lo que “yo” tengo en mi mente, interpreto lo que leo según mi experiencia. E, incluso, si la información enriquecida es compatible con mi experiencia, ¿a qué atiendo? ¿al texto que estaba creando el clímax buscado por el escritor? ¿al enlace propuesto con lo que destruyo el clímax? ¿El contenido enriquecido hace que nos sumerjamos más en la experiencia de leer?
Igualmente, ¿es lícito desmontar el hilo argumental? ¿se obtiene el mismo resultado? Evidentemente no. Ya hemos hablado en este blog en repetidas ocasiones de la necesidad de que exista un camino atractivo, un appealing path. No sólo eso: el autor espera que se siga “su” path, “su” camino, el que crea la complicidad entre escritor, lector y obra.
 
Conclusiones
La posibilidad de enriquecer libros con contenidos adicionales en el momento actual es muy atractiva. Sin duda, además, la técnica va a evolucionar y cabe prever que será posible añadir elementos hoy apenas vislumbrados (hologramas 3D, imágenes que nos rodeen, charlar con los personajes atendiendo al contenido semántico, etc.).
Pero necesitamos olvidar el “copiar y pegar”, el “engordar” el libro para que parezca que tiene más de lo que tiene. No es extraño que, como indica Andrew Rhomberg, every enhanced e-book start-up either bankrupt, struggling or has pivoted to something else   o que por qué  are most big publishers losing money on enhanced e-books. Este columnista hace además dos buenas preguntas, una at what point is it no longer a book, but a game or video with some text y otra si realmente alguien se ha preocupado en saber si los lectores usan el contenido enriquecido actual y cómo lo usan.
El contenido enriquecido no debe ser un instrumento que permita al lector saltar de aquí y allá, “dejarle libre”, fomentar la no linealidad, menospreciar la atención.
Al contrario, debe ser una herramienta que se inscriba íntimamente en la historia, que las informaciones anexas sean indisolubles de la principal, que si faltan sea como si se amputara la obra, como si se arrancaran páginas, que hagan que nos introduzcamos más en la historia, que "encierren" al lector una historia que le arrebate. En definitiva, cuando los libros sean realmente enriquecidos no los llamaremos así porque no percibiremos ningún contenido extra. No habrá libros enriquecidos, habrá libros.

 

 

2 comentarios: