Soy un tipo extraño que se mueve contracorriente. Hoy me lo
ha dicho mi doctor cuando le he visitado.
-
¿Así que usted se despierta frecuentemente por
la noche?- me ha preguntado.
-
Así es- le he contestado lacónicamente.
-
Le recetaré unas píldoras para dormir. – me ha
replicado mientras tomaba el bloc de recetas y se colocaba sus gafas con parsimonia- Se me toma
una pastilla de Sominex con la cena y...
- Pero yo no quiero dormir más ni de seguido.- le
he interrumpido.
- Usted me ha dicho que no duerme bien- me ha
mirado confundido, apartando las gafas de sus ojos.
-
Sí, pero eso me gusta.
-
¿Le gusta? – me ha mirado, pensando si desviarme
a la consulta del psicólogo.
Entonces, le he tenido que explicar que duermo contigo, a tu
lado, cobijado en la seda de tu piel y el rumor dulce de tu respiración
tranquila. Le he tenido que explicar- con cierto rubor- que te amo ciegamente y
que nuestra cama es, a mis ojos, el edén del que hablan los libros antiguos. Le
he contado cómo por las noches me despierto frecuentemente, a propósito, sólo
para darme cuenta de que estás junto a mí, para sentir y volver a sentir la
percepción de tu cuerpo, siempre nueva, siempre renacida, la adorable impresión
del roce con tu pie, del abrazo a tu cintura entre la duermevela; para poder dibujar
un beso casi inconsciente en tu espalda desnuda; para vivir la sensación de que
estoy exactamente en el centro del universo y que me sobra el resto completo del cosmos. Son sólo
segundos, espléndidos y fascinantes instantes, antes de volver a caer en el sueño
deseando volver a despertar sólo para sentirte una vez más y otra y otra.
El médico ha fruncido el ceño y me ha hecho salir. Los locos
de amor, me ha dicho, le hacemos perder el tiempo.
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