El jurado del IX Premio internacional de novela histórica
“Marqués de Ocampo” fue unánime al elegir “Axte, el héroe de Sagunto” como la
mejor obra presentada al concurso. Varios jueces destacaron el detalle, a veces
lírico, a veces minucioso, con que el autor describía los escenarios donde la
trama de batallas y amoríos tristes se desarrollaba. Se valoró sobremanera el
profundo análisis sicológico de los personajes, en especial de la esclava Balia
y del centurión romano Aureliano. Todos coincidieron en que el lector no podía
dejar de leer, arrastrado por la historia y por los bien elegidos cortes en
cada capítulo que incitaban a continuar y finalizar el libro en una noche.
Destacaron que, a pesar de ser un volumen de más de mil páginas, no aburría en
absoluto y la tensión narrativa se mantenía en todo momento. Eran cuarenta mil
euros de premio y se habían presentado más de doscientos aspirantes procedentes
de todo el mundo. Las notas de prensa ya se habían enviado a todos los medios
para que se diera la noticia del título de la obra ganadora y se anunciara que
la apertura de plicas iba a ser a las siete de la tarde.
Los problemas comenzaron precisamente a las siete y diez, cuando
el presidente del jurado salió a la tribuna del Ateneo “Marqués de Ocampo” para
dar lectura al acta. Con una amplia sonrisa de satisfacción dio las gracias a
todos los participantes y alabó el muy alto nivel- digno de las más elevadas
cotas artísticas de las letras hispanas, afirmó- de todos los trabajos. Tras
dar cuenta de los finalistas, pasó a comentar brevemente el entusiasmo que
todos los miembros del jurado habían mostrado ante la calidad – que se
engarzaba en las raíces de nuestros grandes clásicos, dijo- por la obra
ganadora. La novela estaba firmada con seudónimo. En el sobre, escrito a
bolígrafo pero con letra clara y elegante, se leía sólo “Pedro”. El presidente,
Sr. Almenar, recordando quizá las galas de los Óscar, tomó el sobre que contenía
el auténtico nombre del ganador, lo abrió muy lentamente mientras miraba al
público sonriendo y extrajo el papel. Se colocó las gafas alargando el suspense
y dijo:
-
Y el ganador es..... es.... perdón...
Un rumor de voces y susurros se extendió por la sala cuando
Almenar no acabó la frase y buscó con la mirada al secretario. Empalideció y el
otro corrió a su lado.
-
¿Qué broma es esta?- le dijo bajito, colocándose
la mano delante de los labios- un gesto que había visto hacer a los
futbolistas en la tele- para que nadie pudiera intuir qué decía.
En el papel que se encontraba dentro del sobre sólo ponía
“Abonen el premio a la cuenta 1098 3450 002 004 del Banco Interamericano”.
-
No sé, nunca nos ha pasado esto- contestó el
secretario quién tomo la nota y salió con ella hacia la oficina.
Los asistentes comenzaron a inquietarse y, vista la reacción
de las personas que estaban en el estrado, comenzaron a sospechar que algo
extraño ocurría, más allá de la primera idea sobre que el nombre no se leía
bien o que se trataba de algún escritor de mucho prestigio.
-
Será Carlos Manterola- decía un periodista-
seguro que es él.
-
¡Qué va!, replicaba otro, se ha quedado blanco y
eso significa que ponía Antonio Méndez. Ya sabes que tuvo una trifulca con el
Ateneo hace años y no les habrá gustado nada dárselo a él. Seguro que es
Méndez.
-
Puede ser, sí. Y ahora harán algún trapicheo
para evitar concederle los cuarenta mil.
Mientras el secretario intentaba buscar, entre la
correspondencia recibida, algún dato más, algún otro sobre en que aparecieran
los datos del escritor, la hipótesis sobre Méndez fue cogiendo fuerzas. Ya se
sabe cómo son estas cosas, se empieza con una frase anodina y se acaba con una
certeza tan infalible como un axioma propuesto por el Santo Padre. El
presidente del jurado acudió al despacho para intentar ayudar.
-
¿Pero, qué pasa, qué coño pasa?
-
El sobre con los datos se habrá traspapelado.
Este hombre mandaría dos, uno con sus datos y otro con la cuenta del banco. No
sé... hay tantos que mirar.
-
¡Vamos a ser el hazmerreír de toda la ciudad!
-
Mejor salga afuera y diga cualquier cosa.
-
¿Y qué digo?
-
Yo qué sé, que se ha emborronado el nombre, que
está escrito a tinta y se ha corrido, lo que le dé la gana pero consiga tiempo.
El presidente apareció de nuevo en el estrado pero apenas
pudo decir nada porque en seguida comenzaron las preguntas.
-
¿Es cierto que no le quieren premiar a Méndez? –
gritó uno.
-
¿Qué opina usted del amañamiento de concursos?-
alzó la voz un periodista alto y enjuto que portaba una cámara réflex.
-
¿Nos puede contar cuáles son las desavenencias
con Méndez? – apostilló otro.
Para mayor fatalidad, la nota de prensa ya estaba en todos
los websites literarios y algunos de los asistentes
tuiteaban sobre el tongo que creían estar presenciando en
directo. De hecho, en un par de horas, el asunto llegó a ser trending
topic y un rumor sobre premios amañados apareció en varias agencias
de noticias internacionales.
El evento se suspendió y la noticia del fiasco apareció al
día siguiente en todos los principales diarios. Dio también para jocosos
comentarios en los programas de humor de todos los canales de televisión y hubo
imitaciones de Almenar realmente notables y bien conseguidas. Méndez, muy
caballeroso, - así lo reflejaron todas las fuentes- no hizo leña del árbol
caído y se abstuvo de comentar nada, aunque un familiar señaló que era ajeno a
la polémica porque se encontraba de viaje en Canadá y era razonable que no se
hubiese enterado de nada.
La junta del Ateneo se reunió en secreto con el jurado para
dilucidar qué hacer ante tan inusitada situación. Todos estuvieron de acuerdo
en que la mejor solución, la obvia, era dar por suspendido el premio o
declararlo desierto y echar tierra rápidamente sobre el asunto. Decidieron la
segunda opción y redactaron un comunicado en tal sentido.
No llegaron a publicarlo ya que, para entonces, los
tertulianos y analistas del corazón ya habían asegurado que sería un gran despropósito
declarar el premio desierto cuando unas horas antes habían loado la valía de la
novela, su elevadísimo nivel literario y que, de facto, existía un original que
podía publicarse. No había ninguna norma en las bases del concurso que obligara
al escritor a darse a conocer y “Axte, el héroe de Sagunto” podía editarse
indicando como autor el nombre de Pedro, el seudónimo recibido. Peor para él,
indicaban los expertos, porque no cobrará derechos de autor.
Tras unos días, la dirección del Ateneo decidió dar
carpetazo al asunto. Toda aquella publicidad no era bienvenida. Abonaron los
cuarenta mil en la cuenta, lo dieron a conocer a la prensa como “indicador
evidente de la buena fe del Ateneo y la transparencia del certamen” y mandaron
la novela a la imprenta registrándola a nombre propio aunque decidieron, como
arma de morbosa publicidad, incluir en portada una leyenda “del anónimo Pedro”.
El libro se vendió bien, sobre todo al principio cuando aún estaba caliente el
escándalo, y tras unos meses ya nadie se acordaba del episodio. Los socios del
Ateneo volvieron a su rutina y las conferencias sobre política y medicina, que
eran las materias que más interesaban a los ya cada vez mayores miembros del
club, prosiguieron cada miércoles a las siete con normalidad. Se sustituyó al
secretario, cuya poca meticulosidad en el manejo de la documentación había
propiciado todo aquel entuerto, y se olvidó todo.
-
Aquí tiene, este es el recibo de la
transferencia. Debe firmarme aquí- sonrió la señora de la ventanilla.
-
Gracias, ... ¿entonces, esta cuenta queda
también cancelada, verdad?- firmó mientras hablaba.
-
Sí, no se preocupe, Sr. Méndez. Está cancelada y
los cuarenta mil euros transferidos a su cuenta habitual.
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