En el diseño de componentes industriales es muy usual hablar de diseño robusto. La robustez de un producto implica que este soportará el uso normal, incluso duro por parte del usuario, y las incidencias habituales naturales sin que se deteriore hasta el punto de ser inservible.
Históricamente, los productos mecánicos alcanzan una robustez aceptable de manera en un intervalo más o menos rápido de tiempo que puede ir desde los pocos años para equipos sencillos hasta algunas décadas para los más complejos.
Históricamente, los productos mecánicos alcanzan una robustez aceptable de manera en un intervalo más o menos rápido de tiempo que puede ir desde los pocos años para equipos sencillos hasta algunas décadas para los más complejos.
Por ejemplo, las locomotoras de vapor de los primeros ferrocarriles de la primera mitad del siglo XIX que eran evidentemente frágiles y se averiaban fácilmente llegaron a su robustez plena en poco menos de 100 años :
(fotografía obtenida en http://www.steamlocomotive.com/)
Aunque, desde este punto de vista tecnológico, los escritos en piedra (petroglifos) o en pieles son más robustos que los escritos en papel, puede decirse que el libro que hoy en día conocemos es también un producto altamente robusto. Excepto contra el fuego, es un invento que soporta bien el uso, el paso del tiempo y las incidencias más habituales (caída, flexión, humedad o agua, compresión, fatiga, golpes, deterioro de los bordes, calor, frío, radiación solar, electromagnética) y puede decirse que es difícil que un libro acabe siendo totalmente inservible excepto que se busque deliberadamente su destrucción. Además, ha logrado esa robustez a bajo coste y de manera sencilla, algo que ha sido inusual en la historia de los inventos humanos.
El advenimiento de la electrónica ha traído numerosas ventajas pero, en la electrónica de consumo, la robustez no está entre ella. De hecho, los ordenadores industriales y la electrónica industrial tienen poco que ver con los que habitualmente conocemos y utilizamos, precisamente porque necesitan comportarse mejor ante errores, accidentes o incidencias. Cierto es que se logra esa robustez aumentando peso, redundancias, tamaño y, sobre todo, precio.
En el libro electrónico, es preciso señalar que la robustez industrial aún no se ha logrado. Los elementos habituales en los que guardamos o leemos un texto digitalizado son muy poco robustos y son altamente afectados por hechos terriblemente mundanos como caídas, mojaduras, pequeños golpes, esfuerzos de flexión, resistencia al peso, etc. Podríamos pensar, incluso, que esta falta de solidez en el diseño está buscada a propósito para que la caducidad de los productos sea rápida y haya que reponerlos. Puede que algo de esto exista en las mentes de los planificadores de marketing pero es indudable que un producto hecho de cristal, diminutos circuitos integrados y conexiones finísimas tiene todos los boletos para fallar rápidamente.
A pesar de todo, a pesar de esa fragilidad inherente aparente, es preciso realizar un profundo esfuerzo en el rediseño de los lectores electrónicos de libros (bien sean tabletas o e-readers de tinta electrónica) que mejore la robustez industrial del producto. Sobre todo, porque un fallo es más impactante que en un libro en papel. Si se rompe este último perdemos un ejemplar pero podemos seguir leyendo muchos otros. Si se nos rompe el e-reader es muy probable que perdamos gigas de texto, especialmente si no hemos podido hacer copias de seguridad por desidia o porque las protecciones anti-copia lo impiden.
Probablemente, este aumento de robustez vendrá de la mano del cambio técnico en el soporte. Habrá que sustituir los cristales de la pantalla por sustratos plásticos y enrollables, encontrar una alternativa a las soldaduras de contactos, eliminar teclas (el futuro es claramente el control verbal), hallar soluciones al problema de las baterías, evitar las interferencias electromagnéticas (¿circuitos que muevan fotones en vez de electrones, por ejemplo?), etc., etc.
La siguiente secuencia muestra la diferencia de robustez entre el libro convencional y el electrónico. En un caso, bastan unas cuantas servilletas y un poco de tiempo. En el otro, hay que comprar uno nuevo y rezar porque tengamos copias de todo el contenido memorizado.
mientras que:
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