Gustave Flaubert y George Sand, Correspondencia , (Marbot Ediciones, 2010) es una selección en español de algunas de las cartas que a lo largo de más de una década se intercambiaron dos de los escritores franceses más prestigiosos del siglo XIX, el misántropo Flaubert y la vitalista Sand, unas cartas admi- rablemente traducidas por Albert Julibert. Las cartas ya comenzaron a publicarse en 1884 y hay numerosas ediciones en otros idiomas pero esta selección es muy acertada.
Un epistolario siempre tiene el atractivo de la inmediatez, de la honestidad que surge de escribir con rapidez, con las palabras que brotan de uno sin pasar por el cedazo del estilo; del realismo que genera el abrirse a otro en lo que uno es sin sospechar que un siglo después alguien podrá estar interesado en lo que se dice, del voyeurismo que supone espiar los sentimientos escritos y confesados a otro. Esto resulta aún más interesante cuando las cartas nacen de la pluma de dos escritores imponentes acostumbrados a pulir sus escritos, a tamizarlos, a revisarlos. Aquí, se dejan llevar por lo que su corazón y su primer hálito les sugiere, podemos descubrir sus verdades y sus ideas espontáneas, especialmente en el caso de Flaubert que podía dedicar- en la creación de su obra literaria- 14 meses a rellenar una página, a encontrar su “mot juste”.
Así, estas cartas están llenas sobre todo de ternura y de admiración mutua. Son letras repletas de inteligencia, de elegancia, incluso al relatar lo más anodino, de descubrimiento de ideas vitales y sociales antagónicas las cuales, sin embargo, se complementan. Todas las cartas están impregnadas por ese concepto de polos de un imán, de dos partes contradictorias que se atraen sin poder evitarlo. Algo que, por otra parte, resultó habitual en la vida sentimental de Sand. Cuando conoció a Chopin preguntó si este señor Chopin, ¿es una niña?; mantuvo una relación lésbica con Marie Dorval, una actriz cuya personalidad no podía ser más diferente; se divorció de su marido asqueada de la conservadora y aburrida relación para abrazar la bohemia con su amante Jules Sandeau ; Listz era su antítesis. Más casi todos tenían algo en común y esto era su talento artístico. Era el arte, la capacidad creativa, lo que atraía a Sand por encima de todo.
Igual ocurre con Flaubert. Cuando conversan sobre literatura (y, curiosamente, siendo escritores, la literatura no ocupa mucho espacio en sus cartas) él es el escritor lento, que busca la perfección de la frase, es el hombre que se documenta, que harta a sus editores con sus retrasos, concienzudo hasta el desasosiego, que sufre escribiendo; ella es la escritora pletórica, de vasta obra, de texto fácil, rápida en la producción, que sobre todo espera ser leída. Ella le reprende en esa búsqueda enfermiza de la perfección narrativa y en la obsesión por la forma que sólo aprecian muy pocos lectores y él la critica en su populismo, en la visión optimista del mundo, en su forma de narrar. En las cartas, Flaubert elogia en lo literario a su amiga aunque se conoce que criticaba su estilo en otros foros. En política, ella defiende el sufragio universal mientras que él lo denigra; él quiere un gobierno tecnocrático guiado por la ciencia y ella se cansa de sus prejuicios; ella es una aristócrata que se ha vuelto socialista mientras que a él le repele la política. Él vivía por y para la literatura mientras que ella amaba otras actividades como el periodismo, la música, la pintura, el ensayo o la política. Ella es madre amorosa, él no piensa en una familia que no sea su madre; Flaubert no gusta de fiestas y actos; ella es asidua. Él ama el arte, ella la vida. Él ansía la razón, Aurore ama el sentimiento. Ella es feminista y él misógino. La autora de Lelia tiene una amplia actividad social y gran número de amistades, él apenas unos pocos amigos que se le van muriendo. Cuando él se indigna, ella le contesta “me gustaría verte menos irritado, menos ocupado en la tontería de los demás. Para mí es tiempo perdido, como recrearse en el fastidio de la lluvia o de las moscas (…). Quizás esta indignación crónica es una necesidad tuya para organizarte. A mí me mataría”. Cuando Flaubert afirma que no debe escribirse sobre ningún asunto del corazón, Sand le replica: “No lo entiendo en absoluto, pero en absoluto. A mí me parece que no se puede poner otra cosa.” Ella tiene una figura delicada y pequeña, él es un tipo alto y grande. El creador de Madame Bovary tenía pocos focos de interés, a Sand le interesaba todo. Ambos coinciden, no obstante, en un cierto elitismo por el que se creen culturalmente superiores a la mayoría de sus contemporáneos, manifestándolo en ocasiones con evidente falta de humildad y bastante arrogancia. En su correspondencia debaten sobre política (con la guerra franco-prusiana de 1870 como hecho más traumático), sobre religión, sobre los viajes, sobre la vida bucólica en el campo o la frenética en París, sobre editores y gentes célebres de su tiempo, sobre escaseces económicas y sobre sus familias respectivas, critican a otros escritores, opinan sobre la existencia. Sus cartas son también reflejo, en cierta medida, de la visión del mundo que tienen dos generaciones, la más vieja que representa Sand y la más joven de Flaubert aunque no precisamente esta última es la más optimista y decidida a conquistar al mundo. La escritora está esperanzada y cree en la humanidad mientras que Flaubert observa la sociedad con desilusión, hartazgo y mofa.
A pesar de esta atracción, ambos no se vieron mucho y parece como si hubieran preferido mantener un amor platónico, evitando que la cruda realidad de la vida y de su antagonismos pudiesen destruir el sentimiento etéreo que les une. Cuando ambos autores se conocieron en 1857, él tenía 45 años y ella 62. Les costó a ambos establecer una relación estrecha, no siendo hasta 1866 cuando inician una correspondencia asidua, intensa en ocasiones, un contacto que se prolongaría hasta 1876, apenas dos años antes de la muerte de ella. No se vieron mucho pero a la luz de lo que se escriben cuando recuerdan las semanas que compartieron y los deseos de verse, puede decirse que fueron encuentros llenos de sentimiento. En ese periodo, Flaubert, que era defensivo ante las mujeres y no creía en el amor, mantiene un idilio tormentoso con su amante Louise Colet (con la que mantiene otra intensa correspondencia también publicada). Ella, en su vejez, abuela con nietos, ya no es la mujer vitalista de vida intensa y escandalosa, coleccionista de amantes célebres, musa de Chopin, sino una dama que aprecia la belleza de la naturaleza y cree en la bondad humana.
En casi todas las cartas, versen de lo que versen, siempre flota un hálito de flirteo, de cortejo oculto, de intimidad presumida, de amistad que va más allá de la amistad, de emotividad contenida. Probablemente, ambos se amaron sexualmente en alguno de sus encuentros pero en las misivas se cuidan muy mucho de ser explícitos aunque dan a entender, con eufemismos controlados, la ternura, el cariño e incluso la pasión que se tienen. Sus planes para verse suenan mucho más a encuentros furtivos y deseados que a una reunión de amigos. Las despedidas están llenas de abrazos, de besos, de ansia por encontrarse de nuevo, de calidez tierna, de brindarse ayuda o consuelo. También, por parte de ella, hay un sentimiento maternal por cuidarlo. Nunca se llaman con adjetivos amorosos pero ella es “mi maestra”, incluso “mi maestra adorable” y él es “su viejo trovador”. Cuando las cartas se retrasan, las reclaman con anhelo. Aunque discutan, cada párrafo está impregnado de una dulzura amorosa evidente. Resulta incomprensible el porqué de la atracción entre ellos pero las asimetrías, las contradicciones, también crean dependendia porque complementan, porque enseñan, porque permiten descubrir y admirar lo contrario, lo que uno nunca había llegado a pensar. Quizá el verdadero cemento de su relación era la admiración mutua, la consciencia de la calidad humana y artística que veían en el otro.
Las cartas entre Sand y Flaubert son interesantes y emocionantes, en el fondo, porque trascienden a los escritores para ser reflejo de las cuitas de cualquier ser humano. Y no debería resultar extraño que los sentimientos y pasiones contados por dos grandes escritores nos resulten más reales y cercanos que la realidad misma.
Hola. Estaba buscando información sobre las ediciones de la correspondencia de Flaubert, y llegué aquí.
ResponderEliminarHace poco leí Madame Bovary, ahora estoy leyendo el ensayo "La orgía perpetua" de Vargas Llosa, y ya estoy un poco obsesionado por Flaubert.
Gracias por la nota! Ahora estoy aún más entusiasmado.