Tu espontaneidad crea un mundo aparte para mí. Al menos, yo
siento que dibujas un cosmos tan diferente cuando estás cerca, sin
proponértelo, siendo tú misma, que tengo mono de ti a cada minuto, un síndrome
de abstinencia que no me abandona, peor aún, que no tengo intención alguna de
dejar. Eres un antídoto contra el
pesimismo, contra las dudas, contra la desgana o el desánimo.
Son detalles espontáneos, instantes breves, momentos en que
de pronto tú cambias el universo. Lo cambias para bien, para el disfrute de la
vida y de los sentidos. Me das serenidad, firmeza, alegría, ganas de amar,
ánimo, fuerza, gusto por el mundo. Ocurre, por ejemplo, siempre que nos
reencontramos, cuando tú llegas a casa, cuando yo llego a ella.
Un día, por ejemplo, apareces tardísimo, yo casi ya dormido,
y llegas radiante, con esa sonrisa extraordinaria, ingenua, plena, honesta,
amplia, tierna, y me miras, me abrazas y dejas que acaricie tu carita fría de
la noche. Me dices que me quieres y me besas, me pides que te espere, que vas a
cambiarte, que tienes cosas que contarme. Y lo que un segundo antes era
soñolencia y aburrimiento se torna en noche para ser vivida, en derroche de
sentimientos, me espabilo de golpe, sueño despierto lo que nunca hubiera soñado
dormido.
Otro día llego yo, esperando encontrarte dormida y estás en
el salón, sensual, con un body que sólo cubre hasta tu
ombligo, desnuda el resto, desenfadadamente bella, descalza, buscando un no
sé qué con naturalidad hermosa. Me miras, me sonríes, me das la bienvenida y sigues
buscando ese no sé qué, que bendito sea porque te hace caminar así por toda la
casa, mientras dejo que mis manos persigan tu cuerpo y lo abracen con la más
pasional de las dulzuras.
Una tarde aparezco por sorpresa. No me esperas y has cerrado
la puerta para echarte una siesta. Toco el timbre y abres. Son dos, tres
segundos en que me miras con las pupilas brillantes, ilusionada, dices ¡qué
sorpresa!, me sonríes contándome con tu sonrisa todo lo bueno que
Dios ha podido crear, te lanzas a mi cuello y me besas. Estaba dormida,
afirmas mientras tus ojos son dos luceros de belleza que me inundan de sentidos.
Yo, te abrazo como si en ello me fuese la vida. Sé, entonces, que tu mundo, mi
mundo, ese sueño que tú generas tan sólo siendo como eres, es lo que importa. Rezo, entonces, para que nunca cambies.
Increíblemente hermosa descripción y tan natural...
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